Cuando escribí la semana pasada mi primer artículo de esta serie (Contra el aislamiento, C.A.O.S.), me vino a la mente la caricaturesca agencia del mal KAOS del programa de TV de los 60, el Superagente 86. Supongo que a otros miembros de la generación X como yo les habrá pasado igual. Y encuentro algunas ideas ahí que se pueden asimilar en este desarrollo del punto C: la conexión contra el encierro de cuarentena. Ya veremos.
Había mencionado a Marshall McLuhan, y aquí enfrentamos otro concepto suyo: la aldea global. Gracias a los avances tecnológicos en las comunicaciones, el planeta nos parece cada vez más chico. Cuando McLuhan ideó este concepto, la Internet estaba a tres décadas de popularizarse, aunque ya comenzaba a desarrollarse. Él más bien se refería a las primeras telecomunicaciones (telégrafo, teléfono, radio, cine, televisión), sin olvidar la tecnología que les dio inicio (imprenta, fotografía), aunque seguramente preveía lo que vivimos hoy. Estamos más conectados, pero ¿tenemos una mejor conexión entre nosotros?
Y aquí es donde entra el Superagente 86. Su agencia (tipo CIA), CONTROL, contaba con una serie de artilugios para comunicarse, muchos de ellos en fase de experimentacion, por lo cual fallaban bastante. Uno de los más recordados es el cono del silencio, bajo el que se discutían asuntos ultrasecretos y que muy pocas veces funcionaba como debía. Pienso que la analogía con los medios electrónicos en esta cuarentena puede resultar aleccionadora. Gran parte de la humanidad ha trasladado sus labores a la computadora (el teletrabajo), y encuentros que hasta hace un par de meses se hacían en persona ahora se organizan vía teleconferencia.
Sin embargo, estos vehículos no siempre funcionan como quisiéramos. No siempre son tan seguros, estables o confiables como deberían. Tal cual el cono del silencio con Smart y el Jefe, la comunicación lejos de verse protegida se ve vulnerada. Y, el mismo Marshall McLuhan lo sabía, esta puede resultar la única idea con la que los interlocutores se queden, porque «el medio es el mensaje«.
También, y el mismo sociólogo canadiense lo decía, el estar en una aldea global no implica necesariamente uniformidad y la tranquilidad, sino todo lo contrario. La disidencia y la disensión están más presentes, como en una aldea: sabemos quién piensa qué porque es capaz de decirlo y ser oído. No obstante, quizás eso no sea tan así. Tenemos muchas más voces en conflicto, pero es posible que no tengamos claro dónde está realmente dicho conflicto y si existe en verdad.
Por último, el permanecer conectados no implica por fuerza estar bien informados. De esto voy a hablar en el próximo artículo, aunque conviene dar alguna idea desde este. Estamos a un clic de la última noticia en el rincón más lejano del mundo, o de tomar contacto con alguien que no está tan lejos pero a quien no puedo tocar. Y no siempre usamos ese potencial de manera conveniente.
Entonces, ¿cuál es la estrategia para manejar estas conexiones de la mejor forma? Un par de tres «tips»:
- No confiar de manera ciega en la tecnología a la hora de comunicarnos. Aparte de que no son los únicos modos de conectarnos, dice el Magisterio de la Iglesia que los medios de comunicación de masas y las redes sociales en internet son dones de Dios a través del ingenio de los hombres. Pero, como todo don hay que usarlo con sabiduría. Y como toda herramienta, tenemos que utilizarla sin que nos utilice, sin que sea un fin en sí misma.
Ejemplo práctico: no puedo dar por hecho que un texto por WhatsApp para decirle algo a una persona llegue, sea leído, comprendido y actuado. No sé si no revisa sus mensajes muy seguido, o no entienda lo que yo escribí por las razones que sean, o lo abrió pero no lo leyó porque algo lo distrajo, o mil otras formas de perderse el objetivo en el camino. Muchas veces «nos dejan en visto» y no preguntamos qué pasó, sino que lo interpretamos según nuestros propios modelos mentales. ¡Y cuántas veces nos equivocamos!
- Debemos aprender a disentir. Lo malo no es el conflicto, es no saber manejarlo. Hay tantas opiniones como experiencias de vida, o sea, como seres humanos hay en el mundo. Aunque existen dos focos principales de conflicto en nuestro día a día (la convivencia real y la virtual -las redes sociales-), entendemos el conflicto como un obstáculo, cuando puede ser un trampolín. Y eso nos lleva al malestar, el enojo, la frustración y la depresión. Si entendemos que somos diferentes y que gracias a esas diferencias podemos completarnos, cada discusión nos llevará a todos a ganar, a encontrar mejores soluciones y a entender al otro.
Ejemplo práctico: no puedo pensar que porque otra persona piense o sienta distinto es estúpido, egoísta o malvado. Cada uno tiene su historia, circunstancias, y ellas condicionan no solo sus reacciones, sino su percepción misma. De esto hay muchas muestras, les dejo algunas imágenes.
- Hay que saber escuchar. Lo anterior me trae hasta acá. No puedo manejar el conflicto si no llego a entender al otro, y no puedo entenderlo si no le oigo, si no estoy atento y procuro eliminar mis bloqueos mentales. Sea en mi casa, con mi esposa, o en la aldea global, con un youtuber, no he de pretender que capté lo que me dijeron si no estoy dispuesto a comprender no únicamente al mensaje, sino al mensajero. Su contexto. Somos distintos y nos podemos aportar si nos aproximamos mutuamente, no en lo físico (al menos ahorita) sino en lo afectivo y mental. Sin mencionar que saber escuchar implica saber callar (de eso ya hablé en otro artículo).
Ejemplo práctico: si mi hijo se quiere levantar mientras está haciendo sus tareas a distancia y yo le digo que se siente y no le dejo explicarse sino que le grito «¡siéntate, estás en clase!», lo único que logro es enojo y frustración. Si le doy la oportunidad de que hable, me dirá que solo quiere traer una imagen de Jesús para que le ayude a hacer su trabajo. Se genera paz y sentimiento colaborativo, aunque no estemos de acuerdo en un inicio.
Y podemos seguir dando más consejos puntuales, seguramente vos tienes uno que darme. Lo fundamental es entender que, aislados en cuarentena o aglomerados en cualquier lado, el ser humano es un ser a la vez individual y colectivo, siempre conectado pero que debe saber estarlo de manera consciente.
Un abrazo virtual, hasta que me lean la próxima vez.