Leía, a los tiempos, en un suplemento dominical la página en la que diversas personas (sobre todo hombres) buscan pareja, y me puse a meditar un poco acerca de lo que ahí se escribe. Para quienes no estén familiarizados, nos podemos encontrar con mensajes de este tipo: «Soltero, cariñoso, responsable, deportista, me encanta viajar. Deseo conocer a mujeres con sueños e ilusiones por cumplir, de buenos sentimientos y de bonita figura, y con deseos de ser feliz. Si estás interesada, escribe. Solo personas serias». Lo primero que viene a mi mente con esto de los corazones solitarios es la banda que crearon los Beatles como álter ego, esa de Sgt. Pepper. Me imagino un club de personas desilusionadas que se juntan en estas páginas. Y pienso en que no deberíamos en realidad pensar que existen corazones solitarios, pues formamos parte de redes de individuos, como ese supuesto club inclusive.
En la publicación sobre San Valentín y el amor romántico como bien de consumo, ya se habló de la utilización del otro con el fin de huir de la soledad, un defecto que consideraba Fromm. La necesidad de ser amado «es universal en los seres humanos, poderosa y persistente», señala Carl Rogers. No se trata únicamente de la consideración del ser humano como ser-en-relación, sino de la construcción y crecimiento persistentes que se encuentra en la pareja, como espacio de autoactualización, analiza el psicólogo norteamericano. Pero esta etiqueta de «corazón solitario» nos remite a alguien que se siente solo, lo cual puede tener que ver con una dependencia emocional (lo cual vimos en artículos anteriores) o con una autofobia (el miedo a estar solo). En cuanto a esto último, el mismo Rogers define la soledad fundamental como una mezcla entre la falta de contacto con uno mismo y la ausencia de una relación significativa que fomente este encuentro.
En muchas ocasiones esta percepción de soledad, como se puede ver, nace de que uno no se siente seguro de sí mismo, y por eso no quiere arriesgarse a un autoencuentro. Por esto, no es raro encontrar en esos anuncios dominicales una evidencia de autoestimas lesionadas. Personas que se describen a sí mismas con adjetivos muy genéricos (cariñoso, responsable, detallista), o a través de características como trabajador o deportista. Buscan a otro para no tener que enfrentarse con ellos mismos. Quizás, la diferencia entre su yo ideal y lo que ven en el espejo es muy grande, y prefieren valorarse a través de alguien más. Son aquellas personas que se sienten la mitad de algo y buscan quien les complete.
Más allá de que no se puede descartar que estas páginas en realidad generen la posibilidad de un encuentro fructífero, considero que no es lo deseable. Parte del éxito que tienen las relaciones sólidas es el proceso de conocimiento progresivo, que lleva a un compromiso creciente. En gran medida, esto se da de una manera fortuita. A diferencia del vínculo estable que significa la familia, el cual uno no elige y solo procura mantener saludable, el lazo de pareja se cimienta sobre la elección mutua. No estoy con el otro para no estar solo, sino que lo escojo para caminar juntos en un propósito de vida.
Cuando leo que el objetivo que persigue quien escribe el mensaje es conocer a alguien que tenga sueños, metas e ilusiones, me pregunto ¿acaso esto no es parte de la naturaleza humana? Si bien es cierto que hay personas que pueden estar desorientadas en cuanto a su sentido de vida, es claro que las tiene. Esto da para otros artículos, por supuesto. Pero, ¿podemos pedir como requisito para tener una relación con alguien que tenga claro hacia dónde va? A veces, parte de la gracia de la pareja es encontrar juntos ese propósito. Eso sí, ambos deben mirar al mismo horizonte para buscarlo. Supongamos que la chica que responde al mensaje tiene clarísimo que su meta es tener una familia grande y dedicarse a sus hijos, mientras el hombre no quiere tener hijos sino viajar y para eso necesita que su esposa también trabaje. Es claro que la relación no llegará muy lejos. Entonces, no se trata de tener sueños, sino de poder sostener juntos un propósito vital.
Los corazones solitarios pertenecen a personas que no han aprendido a tener una relación saludable ni consigo mismos ni con los demás. No se conocen, y esperan que el otro les diga quiénes son. Es obvio, hablo de generalidades. Sin embargo, un individuo que está en un camino de autorrealización no busca de forma desesperada a la pareja de sus sueños en un periódico. Espera que llegue, y está abierto a conocerla en cualquier lugar: en la calle o en su trabajo, en la casa de un amigo o en la cafetería de la esquina. No tiene un estereotipo que quiere que alguien llene, sino unos requisitos que buscar en la relación misma. Porque el amor no busca curar heridas, llenar vacíos ni traer felicidad, sino el bienestar a través del bien del otro.
Más que estar solos, nos sentimos solos. Debemos arriesgarnos a conocernos, a oír nuestra voz cuando no hay nadie más. A enfrentarnos con nuestros pensamientos, deseos, emociones sin que necesitemos que alguien más las valide. Solo entonces podremos abrirnos al encuentro con la otra persona y formar una pareja que tienda hacia la eternidad. Podemos escribir un mensaje en un medio impreso o electrónico, pero si no sabemos qué tenemos para ofrecer y qué necesitamos recibir, cualquier respuesta puede terminar dañándonos mucho. Las relaciones sólidas son aquellas que parten de una buena relación con nosotros mismos.
La mejor receta para encontrar pareja es el amor propio.
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