Hace unos días se cumplieron 15 años del lanzamiento del cuarto álbum de Julieta Venegas que lleva el título de este artículo. Y, por supuesto, este viene del tema homónimo que es el pretexto que uso hoy para hablar sobre la necesidad de que el amor sea incondicional. Una canción que he de reconocer que conocí años después gracias a mi hija, y en la cual enseguida descubrí una hermosa profundidad. Si bien el disco entero me parece muy bueno (con colaboraciones con otros grandes como Dante Spinetta, Coti Sorokin o Cachorro López), no voy a hacer una crítica musical, pues quiero enfocarme en la idea de esa joyita que es Limón y sal, escrita junto a su pareja de entonces, Jorge Villamizar. Una letra que habla de que el amor no es ciego, pero puede hacerse el ciego para poder caminar juntos.
Esta canción topa temas que ya he venido tratando en este blog y que, para quienes lo leen con constancia, pueden sonar repetitivos. El concepto de Carl Rogers de que el amor saludable se sostiene en la empatía, la valoración positiva incondicional y la congruencia. El reconocimiento del otro, componente cognitivo del amor, en términos de Juan Luis Linares. El fluir con lo que nos va ocurriendo en la relación, como dice Csikszentmihályi. Incluso, su manera de ver la felicidad no como algo que sucede, sino como algo que se descubre. Aquello que muestra el Principito cuando descubre que quiere regresar a su rosa, aun a pesar de sus defectos, precisamente porque construyeron algo juntos que la hace única. El arte de amar de Erich Fromm y el himno al amor de San Pablo también pueden tener lugar en esta corta y sencilla letra de la música pop.
En un reciente artículo sobre hacer canciones, la misma Julieta dice que escribir es una actividad terapéutica, y que conviene cantar esas obras «mucho después de que la experiencia que le diera pie hubiese ocurrido» y que «nos comuniquemos a través de eso que hemos construido a partir del barro, esa escultura viva que ahora nos trasciende y conecta con alguien más«. Una historia de amor que -es muy posible- ya no tiene mayor significado más que en los recuerdos para Venegas puede dar lecciones muy válidas para cualquier persona, trascendiendo lo anecdótico e incluso a sus mismos autores. Y es ahí donde encontramos el valor de la obra de arte, de la verdadera: poder comunicar a pesar del tiempo y el espacio.
Julieta dijo alguna vez que el tema viene del hecho de que para ella «el amor es como el limón y la sal, algo que hace que las cosas sepan como más ricas». Porque le da sentido a todo, incluso a lo que no te gusta en la relación o en el otro. El amor es el que permite que veamos a las personas en sus potencialidades y no en su actualidad, sobre todo, no en sus miserias. Sabemos que están ahí, no lo negamos y lo reconocemos, pero le damos más peso al simple hecho de estar. Presencia y persistencia.
Tengo que confesar que no aguantaba a la Venegas. En gran parte tenía que ver con que me creé un estereotipo de ella con su video De mis pasos. La niñita tirada a intelectual con su aro en la nariz y abriendo la boca más de lo que necesita para cantar. Tengo que confesar que ahora la veo con ojos totalmente diferentes. Obvio, ese veinteañero ha crecido y ahora es este cincuentón (como la misma Julieta) que se ha deshecho de casi todas esas etiquetas para abrirse a conocer a cada persona. No es que haya usado muchas, pero pienso que entonces fue mi punto más estereotipado. He comenzado a acercarme a ella a partir de ese documental donde entrevistó a Charly García (mi ídolo de juventud) con total humildad y admiración. Y me he encontrado con una mujer valiosísima, no solo talentosa, con quien puedo tener ciertas diferencias de pensamiento, pero que admiro en su honestidad. Es decir, ahora la quiero con limón y sal.
Recuerdo que alguna vez le dije a mi esposa que le dedicaba esta canción, y se molestó porque lo hice mientras sonaba «no me gusta tu forma de ser». Esto es una muestra de que el contexto es fundamental. No solo hay que decir cosas bonitas, sino que hay que saber cuándo y cómo hacerlo. Pues quizás no hice llegar en el momento el hecho de que considero que esta canción es de los temas de amor más realistas que hay, y que su letra abandone el ámbito de la vida de una artista mexicana para hacerla parte de la mía y mi pareja es algo maravilloso. Es sentir que sí existe gente que puede ver al amor en todas sus facetas.
No me interesa qué es lo que realmente pasó con el amor que reseñan Julieta y Jorge en esta canción. Me interesa que en su lírica nos cuenta de que el amor se refleja en la constancia, como el Principito que volvía todos los días a sus rituales con la rosa, y que a pesar de que en su momento estos le cansaron y salió a conocer el universo, quiso regresar. Porque esos rituales terminan dando sentido a la vida. Eso, y no otra cosa, es el verdadero amor. Y cuando lo tenemos presente, toda lucha resulta más fácil.
El amor exige un esfuerzo diario pues implica aceptar al otro con sus claroscuros. Porque «a todo lo demás / le gana lo bueno que me das». Cuando le ponemos condiciones al amor para existir, deja de ser amor y pasa a ser deseo, capricho, necesidad o dependencia. El amor, el real, valora la relación con todas sus luchas, con el trabajo diario de querer parecerse más al ideal que tiene la otra persona, y contarle a ella cuál es el mío para que haga lo mismo. El amor, el real, entiende y espera, confía y perdona, cree y vence las debilidades. No aprueba los actos equivocados, ni permite que se perpetúen; se sostiene en la voluntad de compromiso de lado y lado. Día a día renueva ese compromiso no por un sentimiento, sino por el encuentro con el otro que no es yo.
Y siente que vuelve a empezar.
Foto de Aleksandr Slobodianyk en Pexels.com