La caridad desgastada

Foto por towfiqu barbhuiya en Canva

A mí me pasó, y supongo que no seré el único, que fui entendiendo en profundidad la palabra caridad con el tiempo. Primero la vi como aquellas monedas que se dan al mendigo en la puerta de la iglesia. Y la relacionaba con ese personaje que me asustaba por su apariencia salvaje en mi niñez, que repetía a los que íbamos a misa «una caridadcita, por Dios de Dios». Cuando dejó de aparecer por ahí, oímos el relato -en gran parte mito, seguro- acerca de que dicho pordiosero tenía millones de sucres (la moneda ecuatoriana entonces), o sea miles de dólares, que encontraron luego de su muerte, guardados bajo el colchón donde dormía. Les ahorro toda la historia de lo que tuve que pasar hasta entender la caridad como forma de amor desinteresado, que no espera nada del otro. El caso es que ahora me queda claro que podemos actuar con caridad ante cualquier persona, sin necesidad de darle una limosna. Es por esto que el himno al amor de San Pablo suele llamarse también con esta palabra.

El término viene del latín carĭtas, de carus (querido, agradable, grato, amado) y el sufijo que indica cualidad; es decir, es la cualidad del amado. El Diccionario de la Lengua Española da dos definiciones principales: actitud solidaria con el sufrimiento ajeno y limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados. Es decir que no he sido el único en considerar la caridad en estos dos aspectos, que son los que solemos comprender. Recordando las distintas palabras que usaban los griegos para expresar el amor, dependiendo de quién es su objeto, la caridad tendría más que ver con el agápē. De hecho, cuando san Jerónimo tradujo la Biblia, carĭtas es el término que usó para el agápē (ἀγάπη) original, que hoy trasladamos a un más genérico «amor». Las vicisitudes de la lengua común han llevado a que la caridad se distancie del amor, y que este (ya lo hemos visto en otras publicaciones) se reduzca a su cara erótica. Hay un problema de lenguaje, como ya había alertado el papa emérito Benedicto XVI.

El mismo papa nos recuerda que «todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo». Y la relaciona con la verdad, que nos hace libres (como nos enseñó Jesús): defendemos la verdad por la fuerza del amor que nos compromete a ser honestos con nosotros mismos, con un proyecto de vida que es la respuesta a un llamado traducido en una misión. Una vocación-misión que es única e irrepetible, como cada individuo. Misión que no es solo una obra de caridad (una limosna) sino un verdadero modo de vivir a través del amor. Por esto señala también que «la doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida». Es «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad». Y recordamos a san Basilio, el gran padre de la Iglesia del siglo IV, que señalaba que «o nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda… y entonces estamos en la disposición de hijos«. Una vez más, la libertad del amor: no basta hacer el bien, sino hacerlo bien.

Esto es algo que además se sustenta en las experiencias científicas. Robert Enright y su equipo, pioneros en la educación del perdón, han estudiado su capacidad sanadora. Cuando se entiende de manera racional que lo han tratado a uno con injusticia y se reconcilia sin dar lugar al resentimiento, respondiendo con principios de caridad, compasión, valor incondicional, no solo se hace el bien al otro, sino que uno mismo se quita un peso y es capaz de curar la herida. Lo cual nos remite a la empatía, consideración positiva incondicional y congruencia de Rogers. Martin Seligman y sus colaboradores, por su parte, encontraron que ayudar a alguien produce más felicidad que las actividades meramente placenteras. La diferencia está en que un acto caritativo brinda una gratificación al utilizar una capacidad puesta al servicio de los demás, y no una simple satisfacción de un deseo.

Pienso que todas estas consideraciones nos muestran que la caridad es no solo una palabra que ha perdido significado, sino que es una idea desgastada. La filantropía (el amor a la humanidad reflejado en una generosidad desinteresada) se ha convertido en una forma de ahorrar impuestos y generar admiración en la sociedad. Recordemos que la limosna es una de las tres rutas para alcanzar la conversión (junto con la oración y el ayuno, los cuales ponemos en marcha sobre todo en cuaresma), que son además tres de los cinco pilares del Islam -no es coincidencia-. Sin embargo, esta también puede perder el sentido caritativo, de agapé, cuando la damos por costumbre o por sortear una situación incómoda.

Por esto contaba la historia del pordiosero de mis memorias infantiles: ¡cuánta gente le daría su monedita para tranquilizar su conciencia antes de entrar a misa! Sin embargo, es claro que no necesitaba esa moneda, pues las iba acumulando. Es probable que más le ayudarían quienes le dieron de comer o le bañaban, le daban ropa limpia y le cortaban el pelo y la barba. Seguramente sufriría de alguna patología mental que le impedía hacerse cargo de su propia vida. Quienes lo comprendieron y lo acogieron actuaron con real amor, como el samaritano de la parábola.

No es difícil perder de vista el verdadero sentido de nuestra existencia cuando estamos enfrascados en sobrevivir. Y luego, es común perderse en un lavado de conciencia dando las migajas a quien se muestra necesitado. A veces, ni siquiera eso: nos quedamos en un grito sordo de justicia e igualdad social. Pero la caridad, el amor de Dios en nosotros, clama desde dentro de nuestro pecho. Y nos impulsa a actuar con amor en cada circunstancia, con cada persona. Es entonces cuando descubrimos la verdad de nuestra vida, y respondemos a esa vocación-misión sin esperar que sea otro quien haga algo. Dejamos de guardar rencores y caretas para procurar ser sal y luz en cada ámbito en el cual nos desarrollamos. Ser un reflejo del Amor en cada relación, en cada vínculo. Como padres, hijos, hermanos, vecinos, ciudadanos. Como seres humanos.

La caridad es un llamado continuo a reflejar el amor con el que el Señor nos ha amado desde el principio.

Foto por towfiqu barbhuiya en Canva

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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