¿Existe el amor verdadero?

Es muy común oír que, en relaciones de pareja debemos buscar el amor verdadero. Eso me suena mucho más a Disney que a la realidad. Y voy a dejar de lado a Frozen, que es quizás la película de esa cadena que le da un giro a ese concepto, acercándose más al del amor real. También oímos cosas como que el amor acaba, se ama poco o mucho, amar duele, amor a primera vista o amor ciego, se hace el amor… En fin, todas ideas que provienen de visiones erradas o limitadas del amor. Paso a explicar por qué.

El amor es un concepto muy amplio, seguramente tanto como el de vida que vimos en un artículo anterior. De manera similar que con este, los griegos tenían algunas palabras para expresar el amor, según el tipo del que se tratara. Yendo del más cercano a uno hasta el más global, tenemos: philautía (φιλαυτία), el amor a sí mismo; storgē (στοργή), el amor familiar; érōs (ἔρως), el amor de pareja; philía (φιλία), el amor de amistad; xenía (ξενία), el amor de hospitalidad; y agápē (ἀγάπη), el amor caritativo. Podríamos intentar otras gradaciones o clasificaciones, como las que han hecho John Alan Lee y sus seguidores. Usando algunas de esas palabras e incluyendo otras que no significaban precisamente amor (el término latino ludus o los griegos manía y pragma), nombraron sus distintos tipos como si fueran una rueda cromática. O los cuatro amores de C.S.Lewis, que toma los términos griegos (excepto philautía y xenía) para categorizar las formas de amor en dos clases, según sean de dádiva o de necesidad.

Sin embargo, quiero con esto enfocarme nada más en la idea de que el amor no es únicamente el amor de pareja o erótico (en el sentido griego), que se ha llamado también romántico. Muchas veces nos da cosas decir que amamos a nuestro padre, o a un amigo, o al tendero de la esquina. Es que creemos que solo se puede amar a la novia o la esposa, porque amor implica necesariamente contacto físico. Incluso, se confunde ese amor simplemente con el contacto físico (de ahí el “hacer el amor”). Entonces sí, el amor es capaz de acabarse, y se puede amar a primera vista o no ver lo que se ama. Pero no por eso deja de ser verdaderamente amor, aunque desordenado y limitado.

El punto aquí es que no se puede amar lo que no se conoce, decía San Agustín. Y entonces recordamos el término bíblico דַעַת (da’at), que viene de yadá (ידע) que significa “conocer”, y que es al que se refieren muchos pasajes, como el de «conoció el hombre a Eva, su mujer» (Gen 4, 1). En otra mala interpretación, se piensa entonces que conocer es tener relaciones sexuales y ya está. La verdad es que se refiere no al conocimiento en el sentido grecolatino que solemos manejar, que es meramente intelectual, con el cual yo puedo conocer a una persona con solo haber oído su nombre o visto alguna vez. En el sentido hebreo, el conocimiento se experimenta, es profundo e íntimo. Por eso el esposo “conoce” a su mujer.

Y entonces, conocemos algo o alguien porque nos adentramos en él, y esto nos lleva a amarlo. Pero, como decía Santo Tomás de Aquino, el hecho de amarlo ya nos conduce a necesitar conocerlo cada vez más. Y, siguiendo el concepto de Aristóteles, el mismo Aquinate nos recuerda que amar es querer el bien para alguien. Regresando a los términos griegos, comienzo queriendo el bien para mí mismo, pero no me quedo en ese yo, sino que llevo ese amor propio a los demás, hasta llegar a la caridad, el amor desinteresado, ese que me hace amar a Dios para imitar su amor por mí.

El amor por mí mismo es el menos altruista, pero no deja de ser amor, y no deja de ser verdadero y necesario. Si yo no me amo, ¿cómo puedo amar al otro? Nadie está en capacidad de dar lo que no tiene. «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo COMO A TI MISMO», reza el mandamiento. Y, como en la cartilla que le dan a uno en los aviones, en la que uno se pone la máscara de oxígeno antes de ayudar a nadie a colocarse la suya, uno busca su propio bien, se construye, se cuida y se sostiene para poder entonces buscar el bien del otro.

Es por esto que el amor crece en las dificultades; si no, no era amor (recordemos el himno a la caridad de Pablo en I Cor 13). Y también lo dice Tomás. Luego, debo conocer lo que es el amor, a mí para saber cómo puedo brindarlo, y al otro con el fin de entender cuál es el bien que necesita. Entonces, no es que amo poco o demasiado, sino que amo de manera desordenada. Amo mal. Como cuando la madre sobreprotectora no deja al niño aventurarse, para que no sufra, y no le permite crecer. No conoce de manera profunda a su hijo y sus posibilidades, y no sabe qué le hace bien. Por miedo. Es así que el amor es el único que combate al miedo, el cual es a su vez el peor enemigo del amor.

Y aquí nos topamos con el resentimiento con Dios, y por consiguiente con el rechazo a perseguir el ideal de ser cada vez más compatibles a su imagen en nosotros. Porque no conocemos a Dios, y nos peleamos con la idea limitada que tenemos de él como un mago que saca de su chistera aquello que le pedimos, sin más. Y aquí podríamos hablar también del ‘mali, male, mala’ de San Agustín, pero dejo eso para otra ocasión. Sí quiero cerrar con esta hermosa frase suya:

«Dos amores hicieron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hizo la ciudad del mundo; el amor de Dios, hasta el desprecio de sí mismo, hizo la Ciudad de Dios».

(Ciudad de Dios, libro XIV, cap. XXVIII).

(Este artículo estuvo inspirado en la charla «Ama y haz lo que quieras. El amor en San Agustín» del Seminarista de Fasta, David Esquivel. Gracias.

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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