Todos hemos visto aquellas fotos en los medios sociales cuya descripción es algo similar a “amor del bueno”, con el protagonista y su familia o sus amigos. A veces con su pareja. Siempre que veo estas publicaciones, comienzo a cuestionarme si esa persona entiende lo que es el amor, o si simplemente tiene un concepto distinto al mío. ¿Es que hay un amor negativo, perverso? Ya antes hablé del amor verdadero, y he venido tratando el tema desde muchos puntos de vista. Este es uno más.
Para Erich Fromm, filósofo y psicólogo social, amar es un arte. Como tal, es algo que se trabaja hasta adquirir maestría. No es una lotería, aunque así se suele pensar. Él señala que, como cualquier arte, requiere una fusión de teoría, práctica y poner toda la atención en desarrollarlo. El error más común de estos tiempos, para Fromm, es creer que el amor es un objeto que se posee, o más bien que se recibe, no un puente que se construye entre dos. Señala que, como arte, precisa cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Y, algo fundamental, que el amor genera ansiedad en el momento en el que se le considera una mera salida a la soledad y no el acto de darse.
Cuando las personas estiman que amar puede hacer daño, es lógico que piensen que hay amor “del bueno” y, por contra, “del malo”. Esto es diferente de aquello de que debemos amar hasta que duela, según santa Teresa de Calcuta. Porque si el amor es algo en lo cual nos ejercitamos y perfeccionamos, el camino conlleva dolor, igual que al entrenarse en un deporte que queremos dominar. Si entendemos ese dolor como algo positivo, como señal de que estamos mejorando, entonces lo valoramos porque le hemos dado sentido. Y deja de ser malo.
A veces se piensa que el amor debe estar limpio de sufrimiento y de problemas. Nada más alejado de la realidad, porque el amor se construye entre seres humanos imperfectos. Y, lógico, se califica de amor bueno al menos conflictivo, como suele ser el que tenemos con la familia o los amigos, los unos por la solidez de los lazos y los otros por una -en ocasiones- aséptica distancia. Cuando el amor de pareja está en su etapa inicial suele ser menos propenso a las peleas y estar revestido de ilusión. Por eso, si la persona no madura el amor junto al otro, más temprano que tarde se encontrará con la realidad que no siempre es tan bonita, y terminará diciendo que ese amor no le hizo bien. Al abandonar el barco, la sensación de naufragio es inevitable.
El amor requiere cuidado. Todo amor, no únicamente el de pareja. Es necesario que cuide las palabras, las ideas, los pensamientos. No se necesita regalar flores o bajar estrellas, sí decir al otro aquello que le ayuda a entender qué siento por él. Amar es dar, pero también recibir, y eso que se recibe debe ser puesto bajo una campana de cristal, como la rosa del Principito, porque es un pedazo de la persona que amo. Y me gusta contemplarlo, mostrarlo y custodiarlo como un tesoro, con responsabilidad. A veces, ese tesoro no es más que el tiempo que me dedica la otra persona. El tiempo, tan valorado cuando se trata de economías, es tenido en menos cuando es una dádiva de amor. Y de respeto.
Amar es un arte, y como todo arte nunca termina de aprenderse, de darle forma, de perfeccionarse. Y como todo arte únicamente tiene valor cuando se entrega a los demás. Cuando me voy educando en el amor y voy ayudando a los otros a educarse, no solamente genera sensación de haber encontrado un propósito más grande que la vida misma, sino que incluso me doy cuenta de que alejo a la soledad. Porque aunque me corten las comunicaciones con los que me rodean, difícilmente podrán cortar los lazos que me unen a ellos. Y veré al amor no ya como algo que tengo, sino como algo que doy; no ya como un objeto que uso para no sentirme vacío, sino como un sentimiento que cultivo para sentirme más humano. Porque Cristo me enseñó así.
Seamos artistas, plasmemos amor. El amor siempre es bueno.