Vivir es una palabra muy usada, pero poco valorada. Comencemos preguntándonos ¿qué es vida? Incluso los griegos tenían dos términos para hablar de ella, y expresaban dos ideas diferentes aunque complementarias: ζωη (zoè) se refería a la vida en general, Βιοζ (bíos) a las vidas concretas. De bíos viene el latín vitam, de donde adquirimos nuestro vocablo. Los evangelios, cuyos originales están en griego, también usan las dos variantes. En particular, Juan utiliza zoè para hablar de la vida eterna, la vida en esencia. Cuando Jesús dice que es “el camino, la verdad y la vida”, Juan escribe zoè, no bíos.
¿Para qué le doy importancia a esto? Porque quiero hablar de un concepto más cercano a zoè que a bíos, pues solemos quedarnos en lo meramente orgánico y no en algo más trascendente. Y es ahí cuando sufrimos, porque no entendemos el sentido de una vida así. Responder nada más a las pulsiones más básicas (el sexo y la muerte, diría Freud) limita nuestra existencia, nos degrada a esas bases biológicas (ahora entendemos mejor este vocablo). Reaccionamos a instintos, impulsos… y el subconsciente es experto en eso.
Pero no tenemos por qué quedaros ahí. Nuestra esencia es trascendente, somos imago Dei. Más allá de esas respuestas primitivas está una necesidad de infinito. Y creo que es hoy el momento para darnos cuenta de esto. La pandemia de la Covid-19 nos ha reducido a seres confinados en una vivienda (si tenemos esa bendición). Parece que el dinero, el transporte, el poder y la gloria han pasado a un segundo plano. Ahora el reto es vivir. Y -por supuesto- cuidar la existencia de los otros.
Dice “La vida es una moneda”, la primera canción popular de un todavía adolescente Fito Páez (en la voz de Juan Carlos Baglietto), que “solo se trata de vivir, esa es la historia”. Es decir, volver a lo más primigenio de lo que significa ser humano: las relaciones y los sentimientos, el trabajo y la vocación. Lo bello, lo bueno, lo verdadero. El amor, en resumen.
Y sin embargo, en ciertas redes sociales o conversaciones percibimos algo muy lejano a eso. En lugar de enfocarnos en el enemigo (el SARS-CoV-2), creamos muñecos de paja de los demás. Atacamos ideologías, políticas, economías. Olvidamos que si hemos sido exitosos en este planeta es porque somos seres sociales. Ningún recurso (material, intelectual, afectivo, espiritual) nos cae empaquetado desde el cielo: nos lo da alguien. El otro. Ese otro muchas veces anónimo, invisible, intangible, pero a quien debemos todo.
Esta cuarentena (que es muy probable que demore más de cuarenta días) tarde o temprano terminará. ¿Cómo saldrá la humanidad luego de esto? Yo soy positivo e imagino que saldremos creciditos, menos tiranos, menos egoístas, menos quejumbrosos y victimistas. A darnos la mano, abrazarnos, besarnos. A darnos una mano, juntar los brazos, abrir los besos en oraciones. Le daremos sentido a todo esto.
A lo mejor resulta bien.
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