En el artículo anterior, había hablado de que muchas veces no amamos correctamente al objeto del amor, porque no lo conocemos. Me enfoco hoy en algo que ha tenido bastante visibilidad en estos tiempos de pandemia: la relación con Dios. Porque el encierro ha traído una manera distinta no solo de vivirla, sino también de mostrarla. Y es entonces cuando cierta gente muestra maneras de entender a Dios que promueven el desentendimiento y el alejamiento entre personas. Huelga decir que cuando digo “Dios” estoy mencionando a un Ente Creador, a la (o las) figuras divinas de cada sistema de creencias.
El hombre construye desde el albor de los tiempos, y el inicio de su propia vida, una relación con la Trascendencia. Dice el psicólogo Viktor Frankl que este es el centro vital del ser humano, junto con su relaciones con las personas; es decir, las distintas formas de amor de las que hablamos antes. Porque todas estas relaciones le dan sentido a nuestra vida. Incluso aquellos que no creen en ninguna forma divina (y en esto recuerdo a G.K.Chesterton) buscan un sentido más allá de su propia vida: un legado material, intelectual, en sus hijos, en una empresa, etc. Y este sentido priorizan sus relaciones.
Detrás de todo esto está la ya analizada ansia de infinito, eso que nos tensiona hacia la imagen de Dios que estamos llamados a imitar. Pero entonces debemos preguntarnos ¿quién es Dios para nosotros? Esa imago Dei del Génesis puede darse la vuelta, para crear un dios a nuestra imagen y semejanza, el conocido señor grandote de barba que recuerda mi tío Leo; o el consabido botiquín de primeros auxilios que nos da todo lo que necesitamos. O aquel genio de la lámpara que está ahí para concederme deseos.
Y es este dios-genio el que tiene que ver con la idea de Dios que algunas personas poseen, y que es el origen de varias confusiones respecto a lo que son las religiones, y por consiguiente a muchos rechazos. Los tres grandes monoteísmos (que representan la mayoría de los fieles del mundo) consideran a Dios (o Yavé o Alá) como un ser que está más allá de nuestras miserias humanas pero no las olvida, cuidando de cada una de sus creaturas. El cristianismo, además, lo ve como a un Padre amoroso, que sabe lo que necesitamos y espera nuestra fe para sostener esas necesidades.
Es aquí donde entra el “mali, male, mala” de San Agustín que mencioné en el artículo anterior. Decía el sabio de Hipona, ante la impaciencia de pensar que Dios no escucha nuestras oraciones que, o estamos alejados de Él cuando pedimos, o no sabemos pedir, o pedimos cosas que van a terminar haciendo daño. Explico qué tiene que ver esto con lo anterior:
- Si consideramos que la oración me va a dar inmediatamente lo que pido, independientemente de mí y de mis circunstancias, y además del plan de Dios en mi vida, eso es pensamiento mágico, no fe. Entender que la realidad es algo que abarca mucho más que mis deseos particulares es salir del egoísmo, acercarme más a la Voluntad Divina y aceptar que hay cosas que no van a cambiar simplemente porque yo quiero. Si no, somos malos (mali).
- Si consideramos que la oración es como un billete de lotería, que si rezo por ahí un día a ver si así Dios me oye, eso es pensamiento mágico, no fe. Nuestras oraciones deben ser reflejo de una confianza total en el Señor de la Historia; es decir, en que hay un Padre bueno que quiere nuestra oración con el sencillo propósito de fortalecernos en esa confianza, pero que aun así ya sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. La respuesta es fe y paciencia, porque si no pedimos mal (male).
- Si consideramos que la oración me va a dar justo lo que reclamo, sea lo que sea, eso es pensamiento mágico, no fe. Estimar el rezo como la llave para cumplir cada una de mis aspiraciones, y encima de manera inmediata, es porque necesito perspectiva para entender que no todas ellas me convienen a mí o al resto. Estoy pidiendo cosas malas (mala).
Podemos aquí entonces dejar bien claro qué es el pensamiento mágico y por qué es tan dañino para nosotros y la Religión. Porque estamos hablando de una valoración falsa y divorciada de la realidad, de que cualquier creencia en algo sobrenatural tiene que solucionar ipso facto todos mis problemas, alejar de mí todos los males, evitar toda complicación y saciar toda apetencia. Eso está más cercano al paganismo primitivo que a la consciencia científica, que no está reñida con la fe religiosa. Mientras más nos alejamos de aquellas ilusiones, más entendemos lo realmente sobrenatural, que es más cuotidiano de lo que podemos imaginar.
Pensamiento mágico es creer que Dios, u Ormuz, o el Monstruo del Espagueti Volador, van a darme un carro último modelo simplemente porque se lo pido. Y si no me lo da es claro que ese ser no existe. Por supuesto, no siempre es un carro, sino la salud o la vida de alguien querido. Recuerdo la escena de Tierras de penumbra en la cual C.S.Lewis le dice a su hijo adoptivo que él había dejado de creer en Dios al morir su madre cuando tenía nueve años. Claro que Lewis volvió al cristianismo algunas décadas después, luego de haber perdonado a Dios, con quien estaba «muy molesto por no existir».
Pensamiento mágico, por último, es pensar que Dios va a impedir que nos alcance la Covid-19, por el simple hecho de que se lo pedimos. O, en el sentido contrario, que si existe una pandemia es señal de que no puede haber un Creador tan cruel. Porque eso sería magia, no un hecho sobrenatural. Todo pasa por una razón, y el virus que causa una enfermedad (sin profundizar en consideraciones teológicas) es parte del equilibrio del Universo, no algo salido de la nada como un castigo o un error de programación.
El bienestar psicoafectivo surge, ya lo hemos visto, del conocimiento de la verdad, de la obediencia a la realidad, y de la aceptación y consiguiente adaptación a ellas. No podemos conseguir paz mental si antes no asumimos que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, que va mucho más allá de nuestra salud corporal. Dios nos quiere íntegros y fuertes. Nos quiere libres, para enfrentar el dolor y el sufrimiento como una vía para alcanzar la Salvación. Y solo entonces podremos vivir felices, pase lo que nos pase.
Y más que seguro de que resulta bien.
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