¿Qué quiere Dios de mí?

Especial de Semana Santa

La Semana Mayor de los católicos es el mejor pretexto para evaluar cómo estamos caminando en nuestra vida de fe. Como este es un blog de psicología, voy a hablar de introspección, de autoactualización y de sentido existencial. Y como es un blog de psicología católica, voy a hablar de cómo esto se conecta con nuestra espiritualidad. Primero porque, como ya tenemos muy claro, el ser humano es una integralidad de cuerpo, mente y alma, y por tanto me crea ansiedad aquella vieja pregunta ¿a dónde voy? Y luego, pues la respuesta al cuestionamiento que nos hace el título está envuelta de consideraciones afectivas y mentales.

Como ya hemos visto en otras publicaciones (citando a Santo Tomás), el fin último del hombre es alcanzar la felicidad, la bienaventuranza, el encuentro con Dios al final de sus días. Esa sed de infinito le da un sentido a la vida (recordemos a Frankl), que nos lleva más allá de satisfacer nuestras necesidades más básicas, como atestigua la pirámide de Maslow: hacia la autorrealización, a través de buscar la actualización de nuestro ser. Carl Rogers entendía que esta motivación surge del concepto del sí mismo, el cual brota de la percepción de uno mismo, que tiene una capacidad de reorganizarse. Es por esto que la respuesta está en uno y en su encuentro con la voluntad de Dios. Puesto que, más allá del llamado (vocación) común hacia esa bienaventuranza, cada persona tiene su llamado individual y su propia misión, dice el papa Francisco. Es aquí donde nos encontramos en un proceso incesante de discernimiento personal, como señala Fr. Aníbal Fosbery: “el resto del mundo no puede cumplir lo que Dios quiere que haga yo”. Dice él mismo que esta vocación-misión hacia el compromiso parte de la conversión (“girar completamente” hacia Dios), y este es un proceso que responde a etapas, según el enfoque evolutivo de Donald Super, psicólogo estudioso de la vocación.

Decía que la búsqueda de este sentido vital genera ansiedad. Pero como habíamos visto en otro artículo, esto no tiene por qué ser algo negativo. Esta ansiedad, si es manejada de manera saludable, nos conduce a ir ordenando la búsqueda para que sintamos que estamos avanzando, sin estancarnos y sin retroceder. No quiero decir que no atravesamos por los desiertos de los que hablaba Santa Teresa, que Dios permite por necesarios. Más bien me refiero a lo que en ciencias como la economía se denomina tendencia: puede haber altos y bajos, pero en constante crecimiento, lo cual en la gráfica amplia se percibe como una línea quebrada aunque ascendente. Entender esto nos permite llevar este proceso de descubrimiento personal con alegría y esperanza.

Gráfico de tendencia (tomado de invertirenbolsaweb.net)

Pienso que esta oportunidad en Semana Santa puede ser vista en tres puntos claves:

Peregrinación

El ser humano, homo viator en el sentido de la literatura clásica, se halla en camino constante hacia una meta de vida, a manera del héroe en su viaje de aprendizaje. El paso por la tierra de la Iglesia peregrina es una jornada de perfeccionamiento. En consecuencia, entendernos como seres que marchan junto a otros con un fin común nos permite darle prioridad a encontrar el camino, la compañía y la meta. El Domingo de Ramos es también un memorial de la peregrinación de Jesús desde Cesarea de Filipo, más allá del confín norte de Palestina, para subir a Jerusalén, muy al sur. Esta a su vez tuvo su prefiguración en el pasaje del pueblo judío desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Por esto debemos comprender nuestra ruta como un viaje siguiendo a Cristo, tal cual los discípulos que subieron con él a su Pascua. Cuándo o cómo nos sumamos a esa multitud no importa, lo que él busca es eso: que nos entendamos peregrinos con Cristo, y no viandantes que pasan por ahí esperando que Jesús se desvíe y los siga a ellos.

Misión

Mi misión no es tu misión, ni la tuya es la de cualquier otro, como lo señala el padre Fosbery. Toda persona sabe en su interior que ha venido al mundo para algo, y la angustia existencial se produce cuando no tenemos claro para qué. El pueblo de Dios entiende que tiene una misión conjunta, que es buscar parecernos a Cristo y así llegar hasta él. Sin embargo, cada grupo humano, cada comunidad, cada persona tienen misiones particulares que se comprenden en el contexto de aquella más grande. La misión de Jesús era morir por nuestros pecados, y aunque nadie de los que le rodeaban lo apoyaba, se mantuvo firme en ella. Aun cuando, como humano, hubiera querido zafarse de tan dura prueba (el “apártate, Satanás”, el “aparta de mí este cáliz”, el “¿por qué me has abandonado?”). Los héroes y los santos se parecen en esto: pueden sentir miedo, pero tienen clara su misión y no la abandonan nunca pues el amor es más fuerte. Poder pedirle a Cristo que seamos capaces de aprender cuál es nuestra cruz y cómo cargarla nos libera de un peso mayor: la impotencia.

Encuentro

La esencia del hombre es el encuentro. O, al menos, debería serlo. Somos animales sociales, y no podemos considerarnos islas. Por esto la Iglesia es una comunidad, una comunión de los santos, el cuerpo místico de Cristo. Nadie se salva solo, nos salvamos salvando. El amor de Dios nos junta en una única barca, que a pesar de las tormentas, espera en Jesucristo la calma. Como los discípulos en el camino a Emaús (otro peregrinar), mientras el Resucitado les recuerda todas las profecías que se habían cumplido en él, hasta llegar a la máxima: lo reconocieron cuando partió el pan. La fe no es una ideología, es un encuentro con una persona (señala Benedicto XVI), y a través de ese encuentro en el camino, mientras nos explica el sentido de nuestra vida, vamos comprendiendo que todo se reduce a una sola decisión: gritar “¡a tus órdenes, Cristo Rey, pues tú nos llamas!”. Y abandonarnos.

La gran pregunta del individuo, de cara a la eternidad, es para qué está aquí. El mundo nos tienta a perdernos en propuestas y puertas entreabiertas. Pero Cristo nos recuerda que la correcta es la más estrecha, siguiéndolo a él. Asumimos, entonces, la realidad de la vía con todas sus victorias y tropiezos, porque la meta está clara. La meta está clara, pero el camino lo vamos descubriendo paso a paso, por esto no debemos permitir que la ansiedad nos tire abajo. Todo lo contrario, que con ansiedad y pasión sigamos pidiéndole a ese Jesús que pasa a mi lado: “¡Hijo de David! ¡Ten compasión de mí!”. Y que nos permita ver para seguirle.

Lo que quiere Dios de mí es que me deje guiar, aceptando que la ruta es tortuosa, pero que conduce a la felicidad última.

Foto de Valentin Antonucci en Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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