Sentirse víctima o serlo

Sin quererlo, la persona puede sentir que la gente y las circunstancias están siempre o frecuentemente en su contra. Que nadie ha pasado por lo que ella y que su vida es demasiada dura. Recuerdo aquella canción de Los Prisioneros: «todo el mundo dice que vive sufriendo como nadie más / cuéntame una historia original». Quiero aquí analizar un poco el proceso de la victimización, sus causas y cómo enfrentarlo. Ojo, no me refiero al arduo objeto de estudio de la victimología: los fenómenos que surgen de la interacción víctima – autor en un delito. Tampoco al complejo de mártir, por el cual alguien puede tomar papel de tal porque considera que es su deber (y no como un verdadero martirio, es decir, testimonio) o porque sienta placer en ello (masoquismo). Hablo más bien de quien se siente víctima, muchas veces sin serlo realmente, y sin sentirse una mejor persona por esto: la victimización o, más bien, la mentalidad victimista.

El origen del término nos lleva a los sacrificios hechos a los dioses, en los que un animal (o incluso ser humano) se ofrecía como víctima en su honor. Por esto, detrás de esta idea nos queda la imagen de alguien que, de forma inocente, da su vida por algo más fuerte que él. Y en esto no se aleja del mártir. Sin embargo, este se brinda libremente, mientras la víctima lo hace contra su voluntad. Según Alfonso Aguiló Pastrana, el victimismo parte de una deformación de la realidad, el consuelo en el lamento y la incapacidad de autocrítica. Es decir, que en verdad no depende de lo externo sino de lo interno.

Posiblemente esta sea una conducta aprendida por la urgencia de llamar la atención de los padres. El único recurso de un bebé de atender sus necesidades es llorar. Como dice el dicho popular de por acá: «guagua que llora no mama», el niño que no grita no tiene comida. De todas formas, en general superamos esa programación mental en la edad adulta, aunque no todos lo hacen. Podemos encontrar ciertas variables que intervienen en esto:

1. Condicionamiento operante: en algún punto de la vida, el individuo fue realmente víctima de algo y sintió un cuidado especial por parte de los demás que quiere repetir. Esta manera de reaccionar ante el dolor tiende a aparecer cuando ciertamente se ha sufrido algo fuerte que se empareja al sentimiento de haber sido el centro de la vida de los que nos rodean. Ejemplo: Una niña tiene una enfermedad o sufre un accidente que hace que su círculo cercano se dedique a atenderla, le diga palabras de compasión y la consienta. Ella se convierte en la adulta que tiene que actuar como víctima para recibir cariño y protección.

2. Relaciones de dependencia: las relaciones son valoradas como formas de apego, se miden por cuánto atienden a las necesidades propias, y no como lazos entre dos personas. Es no tener un vínculo saludable con el otro, por un lado por no saber que una relación parte del amor (el querer el bien del otro), y por otro por haber crecido con relaciones de poder y manipulación (sin comunicación honesta). Ejemplo: Un chico a quien los padres educan solo mediante premios y castigos, pasando por alto la excusa y la mentira para rehuir los últimos. Este chico, de adulto, considera que la única forma de obtener el afecto de los otros es mostrándose como alguien digno de compasión. No reconoce sus errores, siempre es víctima de las circunstancias.

3. Indefensión aprendida: una pobre autoimagen lleva a pensar que no hay escapatoria a la tragedia, pues no se es capaz de lograr nada positivo por sí mismo. El individuo no se percibe dentro del juego que representa lo que está bajo nuestro control y lo que no: según él, el mundo es un ambiente hostil, y él no puede hacer nada para remediarlo. Ejemplo: La persona que crece oyendo a su madre quejarse de las traiciones de su padre, piensa que (si es hombre) no tiene otra salida que ser infiel o (si es mujer) que su pareja lo será tarde o temprano. La idea final es que todos los hombres son infieles y no hay manera de luchar contra ello.

Como podemos ver, el victimismo puede tener una raíz en el dolor, pero va más allá de él y lo maximiza hasta volverlo la fuerza más potente de la vida. El individuo que se victimiza tiende a usar esta manera de actuar como un arma que arroja a los otros para librarse del juicio o para sentirse amado. Esto puede llegar incluso a lo patológico en un trastorno paranoide de la personalidad. Cuando el mecanismo de defensa ante el sufrimiento es la alerta a cada movimiento de los otros para poder usarlos como excusa frente a cualquier debilidad propia.

La salida a este proceso de victimización es -una vez más- la obediencia a la realidad. Saber que ya no somos niños que deban llorar para ser atendidos y que podemos ser amados por quienes somos y no por ser objetos de la misericordia de los demás. Sentir que en lugar de llorar sobre la leche derramada para que alguien nos regale su leche y nos limpie el desastre, podemos tomar nuestro propio trapeador, arreglar el desorden y salir a comprar leche. Sentirnos dueños de nuestra vida, que también depende de aquello que está fuera de nuestro rango de acción. Saber que no somos víctimas, sino protagonistas.

Que nuestra vida puede ser lo que hagamos de ella, sin excusas.

Foto por Andrea Piacquadio en Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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