En un artículo anterior abrí un tema muy amplio y que quisiera seguir tratando: la gratitud. Esta vez quiero centrarme en un aspecto muy personal y relacionarlo con algo más general. Es acerca de cómo entender y valorar el agradecimiento que recibimos, de manera que podamos darle un sentido en nuestra labor y en nuestra vida. Pienso que, como psicólogo, no hay nada que me aliente más a seguir adelante que recibir el reconocimiento en las palabras de algún cliente/paciente. Ciertamente, esto es algo que funciona para cualquier labor que hagamos, y por tanto debemos saber cómo gestionarlo.
Como recordaba en la publicación anterior, santo Tomás de Aquino dedica una cuestión completa a la gratitud. De ahí medito en la idea de que «todo efecto tiene un movimiento natural de retorno a su causa». Y lo contrapongo con lo que ha señalado el psicólogo estadounidense Robert A. Emmons acerca de que existen tres condiciones para la gratitud: la percepción del valor del beneficio, el reconocimiento de quién se lo ha brindado y el sentimiento de que ese beneficio es un regalo, siendo esta última la de mayor peso. ¿El que ofrece un servicio no merece gratitud? ¿Es el pago ya un gesto agradecido? El mismo Santo Tomás, basándose mayormente en Séneca, manifiesta que el beneficiado debe ser grato aun cuando el actor de tal hecho lo hizo de mala gana o por mero interés. Asimismo, habla de que el simple servicio no es en sí un beneficio sino cuando contiene algo extra de aquello que se espera.
Por esto, mi cuestionamiento inicial de si recibir palabras de aprecio por nuestra labor es simplemente un retorno natural a la causa o una simple muestra de educación. Y, por otra parte, de si esas palabras demuestran que en el cliente/paciente subyace un sentimiento de no merecer la ayuda que pretendo prestarle. En cuento a la primera idea, creo que es claro que esa muestra de educación y de devolución sencilla se da el momento en el que, al cerrar una sesión o el proceso completo, la persona emite unas frases formales de gracias y retribuye con el pago convenido al tiempo y esfuerzo invertidos. Cualquier otra cosa ya rebasa ese límite de lo normalmente esperado y se convierte en un verdadero agradecimiento.
Entonces, cuando una persona me dice cuánto valora todo lo que estoy dando para apoyar su crecimiento y su proceso de sanación, debo entender que está realizando un esfuerzo especial por hacerme saber cuánto valora el beneficio que le he brindado. Incluso que pueda verlo como algo que va más allá de lo que se espera. No se ha limitado al «gracias» por educación o al mero pago económico. Esta forma de gratitud nos obliga, a su vez, a otra retribución: reconocer este esfuerzo para demostrar al cliente/paciente que por nuestra parte también valoramos cuánto está actuando él en este proceso, que no es únicamente responsabilidad nuestra como profesionales. Yo entiendo esta forma de agradecimiento como una oportunidad. Ya lo detallo después.
Aquí surge la segunda cuestión: ¿existe en él un sentimiento de inferioridad, como de recibir algo inmerecido? Creo que en este aspecto un profesional que estudia la personalidad puede detectar cuando esto es así. Un individuo con baja autoestima y poca seguridad en sí misma se deshace en agradecimientos, porque su inconsciente le ha enseñado a manejar de esta manera todas sus relaciones, pues siente que si no lo hace no volverá a recibir esos beneficios. Es una de las formas patológicas de la gratitud. Quizás no dice gracias por que valore lo que está obteniendo, sino por no perderlo.
Es ahí cuando, como parte de nuestra labor terapéutica, no podemos darle cabida al sentimiento de inferioridad. Somos profesionales brindando un servicio, no lo sabemos todo y no tenemos curaciones mágicas. Es el paciente/cliente el actor principal de su cambio, la causa eficiente de su sanación. Y debe saberlo. No puedo negar la tentación humana de caer en la vanagloria y pretender tener todas las respuestas, aunque bien sepa que siempre estamos en construcción y no somos máquinas que necesitan soluciones únicas e inequívocas. En el fondo, es parte del mismo sentimiento de aceptación que compartimos todos, unos de una manera más enfermiza que otros. También puedo ver en esta forma de agradecimiento una oportunidad.
Recibir estas muestras extraordinarias de agradecimiento es siempre gratificante. Desde quien me recomienda a un pariente, amigo o conocido hasta quien directamente me dice algo como «Pedro, realmente quiero que sepas lo agradecido que estoy por todo lo que me estás ayudando». Y lo es en dos sentidos: como ser humano, porque sientes que los demás aprecian quién eres y cuánto haces; y como profesional, porque sabes que estás actuando correctamente y debes mantener esa buena labor. Ambas vertientes son una oportunidad de seguir creciendo, como psicólogo pero sobre todo como ser humano. Y esto refuerza el sentido de mi vocación.
Pienso que esto debe ser aplicable para todos en cada circunstancia en la que recibimos estas pruebas de gratitud de parte de los otros. Intentar reconocer, primero, si esa gratitud es fruto de una autoimagen dañada para poder darle una mano; y, segundo, para poder tomar esas frases de forma que las encajemos en nuestro propósito vital, sin orgullos vacuos pero tampoco falsas modestias. Que puedan ser combustible para buscar cada vez ser más honestos y buenos. Y que sepamos retribuir esa gratitud con responsabilidad, trabajando por ser merecedores de esos pensamientos.
Llevar la gratitud a ser un vehículo hacia la eternidad.
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