Una de las secciones de la conocida revista Selecciones del Reader’s Digest es La risa, remedio infalible. Desde chiquito, esa era la que buscaba apenas un ejemplar caía en mis manos, porque el humor siempre me resultó necesario y agradable. Por eso he señalado ya alguna vez que mis influencias literarias iniciales fueron escritores cómicos e historietas de humor. Es más, la primera obra que leí de uno de mis héroes de la niñez, Julio Verne, fue el delicioso y gracioso relato Diez horas de caza. Me lo recomendó mi abuelito Pepe en unas vacaciones, y disparó en mí la satisfacción del contacto con los clásicos. Me acuerdo del placer de leerlo, tirado en la alfombra de su sala, y de descubrir entre risas el gusto de la palabra. Cuento todo esto porque estoy convencido de que, como señala el título de esa sección de Selecciones, la risa puede curar todo y ayudarnos en cada circunstancia. Veamos cómo.
La risa es una reacción involuntaria, al igual que el llanto, y tiene como principio fisiológico la respiración, de manera similar al habla o el canto, aunque en un proceso inconsciente y rítmico de interrupciones del aliento. Si bien se pensó durante mucho tiempo que la risa era exclusiva del humano, las investigaciones actuales nos demuestran que varios animales tienen respuestas similares a nuestra risa. Por ejemplo, al reproducir una grabación de lo que parece ser la risa de los perros, se produce una reacción de alegría y disminución de estrés en otros perros. Esto me lleva también a la idea de que la risa es una forma de comunicación. Por eso muchas veces los humanos la consideramos contagiosa. Es interesante ver, así, que resulta ser un lenguaje universal: toda persona entiende la risa en cualquier rincón del globo, y esto incluso ha fomentado el encuentro entre culturas distintas. Se puede dar por estímulos físicos (como las cosquillas) o sicológicos (como los chistes), e incluso hay drogas que la ocasionan. Si bien el proceso neuronal aún necesita mayor estudio, se ha demostrado que la risa libera endorfinas, los neurotransmisores responsables del bienestar y el placer. Involucran parte del sistema límbico, que media y controla el estado de ánimo y los sentimientos de amistad, amor y atracción.
Existen múltiples investigaciones que apuntan a los diversos beneficios de la risa, como la de Steve Sultanoff, que señala que esta disminuye los niveles de cortisol, una hormona que se libera en situaciones estresantes. Un equipo liderado por Keiko Hayashi descubrió que los valores de azúcar en diabéticos eran más bajos luego de ver una comedia en comparación con haber asistido a una aburrida conferencia. En fin, que los estudios hablan de beneficios en el sistema circulatorio, inmunológico, respiratorio, etc. Incluso se ha visto mejoría en pacientes con enfermedades crónicas y mayor calidad de vida en enfermos terminales, y en esto recordamos al doctor “Patch” Adams. Pienso que todos hemos experimentado el valor analgésico de la risa, cuando al estar adoloridos (mental o físicamente) un buen momento de humor nos ha hecho sentir que “nos olvidamos de que nos dolía”. Ramón Mora-Ripoll ha hablado de esto, señalando además que es una herramienta que funciona mejor cuando se comparte. Norman Cousins, periodista y autor que sufría una enfermedad muy dolorosa, escribió sobre los beneficios que tuvo en su caso observar películas cómicas. Relata que apenas 10 minutos de carcajadas le proporcionaba alivio por dos horas.
Cabe añadir que el filósofo francés Henri Bergson considera que la risa tiene un papel social y moral, al obligar a las personas a eliminar sus vicios. Es un factor de uniformidad de comportamientos, ya que condena lo ridículo y excéntrico. Peter Berger, sociólogo vienés, dice que “lo cómico es la visión del mundo más seria que existe”, añadiendo que “está por encima del bien y del mal”, aludiendo al hecho de que el humor nos permite hablar de cosas incómodas sin que nos ofendamos. Claro, para esto conviene delimitar el espacio de humor con el fin de que siempre se encuentre el necesario respeto. Viveka Andelswärd, Robert Provine o Phillip Glenn son algunos autores que apuntan hacia la necesidad de la risa como una especie de válvula que regula las tensiones sociales. Incluso, se habla de que ella surge cuando la lógica fracasa. Rollo May decía que el humor “es una forma de contemplar nuestras dificultades desde una cierta perspectiva”. Carroll Izard, quien dedicó sus investigaciones a las emociones, habla de funciones adaptativas específicas que consisten en la liberación de tensión acumulada y la vinculación afectiva. No por nada un proverbio judío dice: “Como el jabón es para el cuerpo, así es la risa para el alma”.
Tengo un cliente que tiene este superpoder: es capaz de reírse hasta de su propia desgracia. Y se lo he dicho. Ha pasado por fuertes tragedias, vive situaciones muy dolorosas, intenta curar heridas y detectar vacíos. Con todo esto, se ríe. Yo pienso que si no tuviera ese poder, tal vez estaría destruido. La risa hace que el peso de su drama se transforme en una comedia más digerible. Incluso, reírnos de nosotros mismos, de nuestros problemas, ayuda a que les demos su justo valor y los comprendamos mejor. Aunque, hay que reconocerlo, otras veces solo resulta un escape. Como el caso de otra cliente que inició la cita diciéndome que en el fin de semana habían pasado cosas extrañas… y se estaba riendo. Y continuaba, dándose cuenta: “me río, pero debía estar llorando”. Había sido engañada por una amiga, drogada, robada, violada y culpabilizada por su esposo, todo en una misma noche. En ese caso, la risa le servía para no tocar la herida y que no duela. Era un escudo.
Durante mis sesiones con los clientes, busco que ellos usen la risa con fines positivos y curativos. Muchas veces inicio el proceso con un par de bromas, para liberar la tensión lógica de la primera cita. Procuro estar siempre de buen humor, y eso se refleja con una que otra frase cómica que permite que se genere una complicidad entre cliente y terapeuta. Esto tampoco excluye la posibilidad de la burla, sabiendo siempre mantener los límites del respeto, porque así se puede revisar una situación que parece una montaña y que se vea en su justa dimensión, al quitarle un poco de importancia con la ironía. Esto funciona también fuera del espacio terapéutico, cuando usamos la comicidad para poder detener una pelea y regresar a un diálogo más saludable. A veces, reírse uno mismo de lo sobredimensionado que ve el problema ayuda a enfrentarlo de una manera más objetiva.
Hay mucho que decir del efecto terapéutico de la risa, y es obvio que no lo voy a agotar en un artículo. Lo trascendental es entender que no es un tema menor, pues su utilidad en la vida diaria es innegable. Las personas que más ríen no solo demuestran que son más felices, sino que se vuelven más felices. El humor le quita la exagerada solemnidad que muchas veces le ponemos a las cosas, puliéndolas y dejándolas en su justo valor. La broma, con el debido respeto, nos ayuda a comunicarnos, a conectarnos, a encontrarnos. Cuando sabemos reírnos de nosotros mismos y de nuestras dificultades somos capaces de llevar la vida como un camino complicado pero no imposible, trascendental pero no rígido. La risa nos cura desde dentro hacia afuera, desde la mente hasta el cuerpo, pasando por el alma.
La risa, una cosa seria que debemos tomar muy en serio.
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