Aprender a soltar

Es frecuente que sintamos que no estamos obteniendo los resultados que esperamos en alguna tarea o en cierto proyecto y que pensemos en qué estaremos haciendo mal. O enfrentamos un problema más o menos grave y nos preguntamos “¿por qué a mí?”, rogando al cielo justicia. Me viene a la mente Let it be de The Beatles, en la cual un desesperado Paul McCartney, ante las dificultades que enfrentaba con sus compañeros, recibe una respuesta en sueños: “déjalo ser”. Era su madre, que había muerto cuando él tenía 14 años. Él sintió, entonces, que debía permitir que todo fluyera y dejarse llevar por los acontecimientos. Una respuesta que deseaba gritarle a la gente quebrantada, a los solitarios a los que había cantado ya en Eleanor Rigby. Esta letra me ha acompañado durante casi toda mi vida y fue una de las primeras que aprendí en el piano. Sin querer hacer juicios de valor sobre la experiencia de Paul, siento que contiene un secreto que no se lo inventó él, pero que resulta difícil de entender muchas veces. Saber soltar.

El hecho de fluir con las vicisitudes es algo de lo cual ya he hablado cuando he topado temas tan distintos como la psicología positiva, el ikigai o el reguetón. Es un concepto que ha desarrollado el sicólogo húngaro-estadounidense Mihály Csíkszentmihályi. Una parte de sus ideas nos hablan de que hemos de alcanzar un equilibrio entre el desafío de la tarea y la habilidad para ejecutarla. En particular, cuando pensamos que ese desafío es demasiado alto comparado con lo que podemos hacer, sentimos preocupación, ansiedad o desmotivación acerca de nuestro propósito. Esta frustración, que viene de la impotencia, nos tira abajo: estamos más preocupados por el tamaño que tienen nuestros sueños y no por concentrarnos en lo que necesitamos para alcanzarlos. Aquí el verbo que precisamos es soltar. Si logramos aquello que el mismo Csíkszentmihályi llama atención plena (o mindfulness), un concepto que también se halla en el budismo y que luego pasó a la sicología positiva, podemos deshacernos de lo que no nos hace falta. La atención plena es la práctica de enfocarnos de forma deliberada en el momento presente, sin evaluación. Es algo que no puedo evitar relacionar con uno de los mensajes que más me han llegado de parte de Jesús: “bástele a cada día su afán”. Es decir, haz lo tuyo y el resto déjalo en manos de Dios.

En realidad, soltar no significa despreocuparse, sino atender de forma completa a lo fundamental. Cuando nuestra mente se enfoca de lleno en la tarea que estamos realizando, con “alma, vida y sombrero”, no solo la hacemos mejor, sino que nuestra mente está en paz y el corazón alegre. El estrés, en gran medida, proviene de permitir que pensamientos externos a la tarea vengan a arruinarnos el día. Ya vimos esto al hablar de resetear la mente y la carga cognitiva. Cuando mencionamos pensamientos externos también debemos tomar en cuenta aquellos que nos llevan a pensar qué más tenemos que hacer para que todo salga perfecto, según lo planeado. La verdad es que debemos asumir que esto no es posible. Los planes son guías, no trabajos terminados ni camisas de fuerza. Y los planes no pueden tener en cuenta todas las variables que intervienen (y de esto también escribí el año pasado).

Soltar significa entender hasta dónde yo puedo actuar para que los objetivos se cumplan. Porque en ese momento podremos hacernos cargo de lo nuestro, con esperanza en que todo lo demás también se adecue. Mientras no logramos esta comprensión, estamos manejando una tensión más allá de lo necesario y sobrepasando nuestras capacidades. Por esto, en el momento en el cual las cosas no salen como esperamos, nos sentimos frustrados, agotados, impotentes y desmotivados. Es como querer cargar un peso enorme solos y sin ninguna ayuda, sin esas máquinas simples de las que hablé en otro artículo. Soltar, por consiguiente, es saber asumir la responsabilidad que nos toca, y dejar que pase lo que tenga que pasar, como suele decirse. Los creyentes vemos ahí lo que le corresponde a Dios, el Señor de los Ejércitos, quien tiene a cargo todas las luchas.

Grafiquemos un poco con el mismo ejemplo del peso enorme. Pensar que despreocuparse es soltar es como querer que dicho peso se transporte solo, sin que yo intervenga. Hay gente que confunde la idea cristiana de que la fe mueve montañas (“si tuvieran la fe como un grano de mostaza…”) con quedarse rezando sin actuar con el fin de que la situación cambie. Pero Dios hace milagros, no magia. Necesita de nuestro trabajo antes de ejecutar su parte. Lo que es real en cuanto a soltar es justo esto: pedir ayuda para cargar ese peso enorme, pero también usar una polea, una palanca y planos inclinados y así poder levantarlo. Yo pongo toda mi capacidad en alzar esa montaña, aunque conozco mis límites y sé que hay alguien más fuerte que me va a dar una mano para lograrlo. Ese es el secreto.

Aprender a soltar es aprender a asumir nuestros límites. Es entender que muy poco está bajo nuestro control, y si queremos lograr nuestros objetivos tendremos que hacernos cargo de ese poco, confiando en que todo lo demás irá calzando. Y si no, pues aprender la lección y seguir adelante. Porque seguro algo dejamos de hacer o -precisamente- algo dejamos de soltar. ¿Cómo permitir que el bote se eche a la mar si estamos agarrando la soga por miedo a que cualquier cosa vaya mal? Esa es la actitud que nos carga de tensiones y ansiedades cuando emprendemos proyectos: sentir que todo depende de nosotros. El momento en el que en verdad comprendemos cuánto está en nuestras manos y cuánto no, aprendemos a soltar y dejar que el bote vaya navegando hasta donde tenga que llegar, con la guía que le dimos. Soltar significa confiar.

Soltemos todo aquello que no podemos controlar y seamos felices con el esfuerzo.

Foto por Anthony de Pexels

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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