Fidelidad y felicidad

Estas dos palabras, pocas veces relacionadas entre sí en las cosas que leemos por ahí, están íntimamente ligadas. Cuando descubrimos la fidelidad, reducimos nuestros conflictos internos, las complicaciones en la vida. Ojo, no desaparecen, sino que cobran otro sentido y dejan de ser un lastre.

Antoine de Saint-Exupéry, mundialmente conocido por ser el autor del Principito, tuvo una tortuosa relación con su esposa, Consuelo. No únicamente por su oficio de aviador, que lo obligaba a ausentarse constantemente, sino porque esas ausencias implicaban una vida libertina. Sin embargo, en un punto de su historia entendió el valor de la fidelidad, no solo a su esposa, sino a todo: patria, religión, humanidad. Fidelidad al otro. Porque, como él mismo decía, el hombre es un nudo de relaciones, y todo depende de por quién (o qué) nos dejamos domesticar. Y hacía eco de las palabras de Cristo: “El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho”. O, a decir del filósofo personalista Emmanuel Mounier, alcanzamos la madurez cuando hemos elegido fidelidades más grandes que nuestra propia vida.

La fidelidad, como síntoma de amor, empieza por uno mismo. Uno decide ser fiel, sin imposiciones; si no, no es fidelidad, sino esclavitud. Soy fiel a aquello que amo. Pongamos un ejemplo muy prosaico: no puedo ser fiel a otro club de fútbol simplemente porque me han dicho que es lo que me toca. Recuerdo alguna vez que un equipo de Ecuador llegó a la final de la Copa Libertadores de América, y me decían que debía hinchar por él, si no, no podía llamarme ecuatoriano. Entonces, se pusieron en juego dos fidelidades: la que me une al equipo de mis amores (otro, evidentemente), y la que me une a mi patria. ¿Cuál de las dos representaban más fidelidad a mí mismo, a mis convicciones y principios? Ahí radicaba la esencia de todo.

El sentido de la vida a través de las fidelidades. Lecciones del Principito.

Pues no se trata de ser fiel a otro, a otros, porque sean perfectos o porque es lo único que conozco. No puedo ser fiel si no he conocido la posibilidad de ser infiel. Como el Principito cuando se dio cuenta de que existían cinco mil rosas, aparte de la suya. Él se había alejado, un poco agobiado por los defectos de su rosa, como el mismo Saint-Exupéry de Consuelo, seguramente. El zorro le ayudó a darse cuenta de que lo que amaba en su rosa era lo que había construido con ella, no sus imperfecciones. Podía encontrar miles de rosas mejores, tal vez, pero ninguna como la suya, que llegó de quién sabe donde, solo para ser cuidada.

Es curioso, pero el Principito (como el autor) no entendieron el amor junto a la persona amada, sino lejos. Porque el amor exige separaciones. En esta época de confinamiento voluntario o impuesto, hemos valorado las relaciones, los lazos que nos atan a aquello que amamos, aun a pesar de las distancias. Ciertamente, a veces nos separa apenas un clic, pero no hay contacto, no hay posibilidad de compartir más que una imagen de nosotros. Y a pesar de todo esto, seguimos fieles a nuestros amigos, familia, creencias. No habíamos sentido tanto el valor de los sacramentos como cuando los vimos lejanos; no nos advertimos tan parte de una Iglesia como cuando vimos a un papa rezar junto a nosotros, aunque solo y a través de la pantalla.

El farolero del Principito era fiel a una consigna. Tal vez ridícula, tal vez innecesaria, pero que había nacido de algo, de alguien. Muchas veces puede parecer absurdo lo que hacemos por otro: darle una mano con la computadora, prestarle el celular para su videoconferencia. Soportarle las iras y los bajones. Pero no es innecesario, porque llevo luz donde había tinieblas. Salgo de mí mismo para estar con el otro, a pesar de sus debilidades. Porque esa es la consigna que me he impuesto, pues quiero serle fiel.

Saint-Exupéry voló hacia la muerte un 31 de julio de 1944, y años después encontraron la pulsera que llevaba, con su nombre y el de Consuelo grabados. Cuando entendió el valor del amor por esa mujer, imperfecta como él, nunca más se alejó de ella aunque volara al otro extremo del mundo. Y no se volvió a distanciar de sus convicciones, esas fidelidades que había elegido. Si escogemos nuestras rosas, nuestros zorros, nuestras consignas, difícilmente perderemos la felicidad. Nos habremos dejado domesticar y nos habremos domesticado nosotros mismos. Pues le dimos un sentido a nuestra vida, y a través de él todos nuestros nudos habrán ganado un propósito.

Que miremos al cielo y veamos en cada estrella esos abrazos que volveremos a dar cuando todo esto termine. Fieles a nuestros lazos.

Nota: Este artículo fue inspirado por una llamada de la Providencia, que hacía resonar la voz del Principito por todos lados en las últimas semanas. Y para eso acudí al libro de mi tío Carlos Freile, “El Principito: el sentido de la vida”, fruto de un profundo estudio que nace del amor a su autor. Gracias, Carlos.

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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