¿Con esto quiero decir que amar a alguien es suficiente para resistir maltratos y violencia? ¿Que nada malo importa cuando se ama? ¿Que se puede sentir amor incluso por quien no lo tiene? El quid del asunto no está tanto en cuánto es capaz de lograr el que ama, sino si en verdad ama y su amor es ordenado. Me acuerdo de la canción de Daniel Martín y Fernando Barrientos, El amor es más fuerte, que suena en la película «Tango feroz» en voz de Ulises Butrón. Para mí, tiene una letra que transmite la idea de la clásica oración de Virgilio (que da título a esta publicación), que cité cuando hablaba de la voluntad de compromiso.
Ya he tratado en múltiples ocasiones acerca del amor, en particular sobre el amor verdadero y como arte, a decir de Fromm. Tengo presente lo que decía Maslow: «La necesidad de amor implica darlo y recibirlo […], por tanto, debemos comprenderlo; […] de otro modo, el mundo quedará encadenado a la hostilidad y a las sombras». Para completar la definición aristotélica de amor que señala la benevolencia (querer el bien del otro) que retoma el Aquinate, conviene traer a Rogers. De él citaba en el artículo anterior: «amor significa ser plenamente comprendido y profundamente aceptado por alguien«. Un amor que refleja el de Dios hacia nosotros, plasmado en la parábola del hijo pródigo. Algo que Martin Luther King describía en su discurso: «cuando llegas al punto en que miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la ‘imagen de Dios’, comienzas a amarlo ‘a pesar de’«. Barbara Fredrickson, psicóloga que se ha dedicado al estudio científico de las emociones positivas, considera el amor como una relación interpersonal y una experiencia de intercambio social de una o más emociones positivas. Esto se da en micromomentos de bienestar renovables.
La primera idea que me viene a la cabeza al respecto de lo anterior es lo que menciona el papa Francisco en su Amoris Laetitia, refiriéndose a lo que puede soportar la persona cuando ama. Recuerda varios ejemplos en los evangelios, y dos me encantan: el amor de San José (le estamos dedicando este año) por su familia, hasta huir sin tener mucha idea de a qué iba, y el amor de Jesús por sus amigos Lázaro, Marta y María, que lo lleva a llorar frente al sepulcro del primero. Es un amor que no se estaciona en la queja, que no se instala en el sentimiento negativo. Vive cada micromomento en toda su intensidad, aceptando al otro y la circunstancia. ¿No habrá José renegado, aunque fuese por dos minutos, por tener que partir a tierra extraña? ¿No le dolería a Jesús el reproche de Marta por no haber llegado antes de la muerte de su hermano? Pero bien valdría la pena por ver jugar al Niño lejos de las ambiciones de Herodes, bien valdría por ver abrazarse de nuevo a los amigos en Betania.
El amor ordenado lo vence todo. No cualquier cosa que consideremos amor, como el simple cariño o la mera pasión. No de cualquier forma y como resulte cómodo. Como ese no es un amor verdadero y ordenado, es obvio que no podrá contra las adversidades, ni las mínimas, peor las serias. Esto se plasma en el himno al amor de San Pablo, cuyos últimos cuatro puntos ahora quiero analizar junto al papa Francisco. Son expresiones que hablan de una totalidad: disculpa todo, cree todo, espera todo, soporta todo. Y es justo este aspecto del amor el que más se cuestiona y discute, precisamente porque no se entiende. «De este modo,» -escribe Francisco- «se remarca con fuerza el dinamismo contracultural del amor, capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo«.
Disculpa todo
En el original «panta stegei«, que puede significar guardar silencio sobre todas las debilidades del otro. No aprueba sus errores, aunque comprende que provienen de una naturaleza caída como corresponde a otro ser humano como yo. Por tanto, no anda gritando a los cuatro vientos sus defectos, como no me gustaría que lo haga con los míos. Cuidamos la imagen de quien amamos. Citando la Amoris Laetitia: «El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado. «
Cree todo
Panta pisteuei, por el contexto, no se debe entender como credulidad ni como fe en el sentido teológico, sino confianza, es decir creer mutuamente el uno en el otro. No significa restar importancia al engaño que pudo haber existido, sino justo darle la lucha por ser síntoma de inseguridad. No controla, sino que le da espacio a la libertad. Creo en el otro porque creo en que me ama, no porque piense que no me puede fallar. «Esa confianza básica reconoce la luz encendida por Dios, que se esconde detrás de la oscuridad, o la brasa que todavía arde debajo de las cenizas», sentencia la Exhortación.
Espera todo
El «panta elpízei» del griego indica que nunca desespera del futuro, espera que el otro puede mejorar. No de una manera ilusa y poco realista, ni asumiendo la responsabilidad del otro («yo le voy a cambiar»). Sí mirando a la otra persona como nuestro Padre la ve: con todo ese potencial de santidad que ha puesto en todos. Francisco recalca: «nos permite, en medio de las molestias de esta tierra, contemplar a esa persona con una mirada sobrenatural, a la luz de la esperanza, y esperar esa plenitud que un día recibirá en el Reino celestial, aunque ahora no sea visible».
Soporta todo
En el original, panta hypoménei significa que «sobrelleva con espíritu positivo todas las contrariedades». Una vez más, no quiere decir aprobar con resignación los daños recibidos, o «tolerancia» en el sentido que se le da en esta postmodernidad. Más bien implica un heroismo, un camino de santidad que pasa por participar activamente en el cambio de la situación. No callar por miedo, sino guardar silencio por amor. No gritar por defenderse, sino alzar la voz ante lo que puede ser de otra manera. «No consiste», dice el Papa, «sólo en tolerar algunas cosas molestas, sino en algo más amplio: una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío».
En resumen, el amor lo vence todo cuando está ordenado al bien del otro, iniciando en mi bien para el crecimiento y fortaleza de la pareja. Cuando acepta al otro tal cual es, aunque no apruebe sus errores. Si vive cada micromomento de compartir con la otra persona esa transmisión de emociones positivas. Ese disculpar, creer, esperar y soportar todo con el otro, en el otro. Porque hay una mirada que tiene una perspectiva más grande que la de nuestras miserias. Una mirada que ve hacia la eternidad.
Una eternidad que construimos juntos a pesar de la debilidad.
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