Cuando hablaba del autoengaño, puse sobre la mesa el concepto de disonancia cognitiva y mencioné que esta no existía cuando sentíamos que habíamos tomado la decisión obligados o motivados por un premio o un castigo muy grande. En estos casos, la mente no busca una mentira para cubrir esa distancia entre nuestros pensamientos y nuestros actos, sino que nos sentimos justificados por las circunstancias en las que hicimos esa elección. No es lo mismo almorzar cucarachas si lo hacemos porque nos ofrecen un jugo después o nos lo pide un amigo a que si lo hacemos con una pistola en la cabeza o si es lo único que tenemos para sobrevivir. Ante un castigo como la muerte, la decisión es obvia. Y no hay disonancia.
Este es el concepto de la justificación que manejaba Leon Festinger. Cuando nosotros tenemos una motivación lo suficientemente fuerte, la disonancia cognitiva no se produce. Si esta motivación se basa en mis principios, o incluso en la actualización de ellos (según Maslow o Rogers), simplemente entiendo que de todas maneras la decisión me hace bien. Es la justificación interna. Si, por el contrario, nos vamos contra esos principios, debemos encontrar la razón por la que lo hicimos procurando dejar nuestra autoimagen intacta. Aquí entra el autoengaño o la justificación externa. Aronson, Wilson, Akert y Sommers escriben que nos cuestionamos todo el tiempo: «¿Por qué estoy haciendo lo que hago?». De esta respuesta depende la estabilidad y la autoimagen que tenemos. Por esto, ante la ausencia de una justificación interna, debemos buscar una externa, y que además sea suficiente.
En el experimento clásico de Festinger y Carlsmith, sobre el que se construyó el concepto de la disonancia cognitiva, dividieron en tres grupos a unos estudiantes para que realicen una tarea que consideraron muy aburrida. Luego se le solicitó que mintieran, diciéndole al nuevo grupo que la tarea había sido divertida. Al grupo 1 no se le pidió que diga nada al siguiente, al 2 se le pagó un dólar antes de mentir y al grupo 3, $20. Después de una semana, se volvió a llamar a los sujetos del estudio para preguntarles su opinión sobre la tarea. El grupo 1 y 3 contestó que había sido aburrida, mientras que el 2 respondió que le había parecido divertida. Si no existe una justificación suficiente, la mente se cuenta la historia de que la elección fue buena, para no golpear su autoimagen.
Si hacemos cosas que no responden a nuestros principios, pero lo hacemos buscando un premio lo bastante sustancioso, es lógico que no nos sintamos mal con esos actos. Dichos principios son un marco referencial que se construye con nuestras creencias, aprendizajes, experiencias e incluso con nuestras tendencias naturales. Y por tanto están en constante remodelación, justamente a través de procesos como la disonancia cognitiva. Por ejemplo, un individuo en algún punto de su vida tiene una inclinación hacia las vertientes políticas de izquierda, por considerar que es el único camino a la justicia social. En alguna elección presidencial le da el voto a un candidato de derechas y piensa: «es el que se halla más hacia el centro, es decir, se acerca más al socialismo». Disonancia cognitiva, autoengaño. Pero al evaluar su labor en el gobierno se da cuenta de que lo hizo mejor que los presidentes de izquierda anteriores, y va modulando su actitud política. A la final, luego de los años, termina dejando esa corriente para afincarse en una más hacia las derechas, porque ha pasado a considerar la justicia social como una utopía y siente que su realidad socioeconómica se ajusta más al liberalismo. La disonancia se fue acallando con una justificación externa: el premio de una vida de confort.
En el estudio de Festinger y Carlsmith, se concluyó que el dólar no era suficiente justificación para mentir, y por eso quienes lo recibieron se convencieron de que habían realizado un trabajo agradable, y por tanto no mintieron. En cambio, los 20 sí resultaron un premio ajustado al peso de la mentira, y por eso siguieron pensando que no fue una tarea divertida, pero justificándose con el dinero recibido, igual que los que no tuvieron que mentir. Muchas veces seguimos adelante con actitudes no nos agradan y nos repetimos el cuento de que sí lo hacen porque obtenemos una ganancia aceptable a través de ellas. Es lo que ocurre a muchas personas a quien no les gusta su ocupación económica: en lugar de cuestionarse seguir su verdadera vocación, permanecen en dicha labor diciéndose que les da para comer. O con aquellos que mantienen relaciones tóxicas por el miedo a quedarse solos.
El secreto para combatir la disonancia cognitiva es no combatirla. Justamente, el tener una justificación adecuada para nuestros actos nos permite sentirnos en paz con las decisiones que los motivaron. Y lo logramos cuando la justificación externa es suficiente, lo cual va moldeando nuestras justificaciones internas a la larga. Ya no nos cuestionamos el sacrificio, lo abrazamos porque volvemos sagrados nuestros actos, los hacemos más grandes que nosotros. Los realizamos con y por amor. Recuerdo entonces aquel soneto anónimo que dice «no me mueve, mi Dios, para quererte / el Cielo que me tienes prometido». Cuando se cierra, explica cuál es el verdadero motor: «muéveme, en fin, tu amor». El amor, cuando es ordenado, es la justificación suprema. No lo es el premio del Paraíso ni el castigo del infierno. Es responder al Amor.
Encontremos esa justificación de amor en todo, para que nuestros actos nos traigan paz mental.
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