En esa joya del primer Serrat que es «Mediterráneo» (1971) hay una pequeña canción (dura menos de dos minutos) que es -para mí- una lección de vida. Pequeña además al modo de «Las moscas» de Machado, según el mismo autor. “Quería reflejar cierta ternura de lo cotidiano, la gran dimensión que adquieren en nosotros muchas veces las pequeñas cosas”, mencionó. Tanto música como letra muestran esta intención muy claramente. Saber enfocarnos con orden en los detalles de nuestras vidas resulta una maravillosa herramienta en el camino hacia la felicidad. Pero debo subrayar el concepto del orden, porque hacerlo de una manera magnificada es tan perjudicial como no hacerlo.
Benjamín Franklin escribía «la felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días». La idea es la misma, y enlaza con una de las estrategias que anota María Rosario Fernández Domínguez para la felicidad, basándose en la perspectiva de Personalidad y relaciones Humanas, cercana al pensamiento de Carl Rogers. Habla Fernández de disfrutar de cada momento y de las pequeñas cosas, sin anticiparnos al futuro ni centrarnos en lo que no tenemos. Si utilizamos los conceptos de la Gestalt, donde el todo es más que la suma de las partes, podríamos hablar de la importancia de saber acercarnos a las cotidianidades como una figura fundamental dentro de todo el fondo de la vida.
Cuando hablo de enfocarnos en aquellas pequeñas cosas, no se trata de darles un primer plano para que opaquen a las demás realidades de nuestra vida. Peor aún si toman un tinte nostálgico, de aquello que no volverá. Hay que darles su justo lugar dentro del fondo existencial. Más allá de cuántos conflictos debamos manejar en el día a día, el sitio que les damos define cómo nos sentimos. Si lo que no tenemos toma preeminencia con respecto a lo que tenemos, ese será el tono que le demos a nuestra vida: un tono gris, de carencia. Si, por el contrario, solo nos fijamos en lo que hay, podemos perder de vista lo que no hay. El secreto, como siempre, está en el equilibrio: darle a cada realidad su importancia y su lugar en el todo. Así podremos sentir que avanzamos, porque vemos cada cosa más clara.
Tomar la vida como viene implica entender que hay dolor y hay alegría, que hay vacío y hay plenitud, que hay amor y hay miedo. El único tiempo que tenemos para trabajar es el hoy. En el hoy me enfoco para poder entender los ajustes de tuerca que necesito. Somos «presentes sucesiones de difunto», decía el gran Francisco de Quevedo, pues quien fui ayer ya murió, y nazco de nuevo a un mañana que aún no existe. Al entender esta abrumante realidad, el hombre se hace cargo de su vida, sin lamentarse por lo perdido y sin angustiarse por lo que está por venir.
Sin embargo, también es real que el pasado no se puede borrar y regresa de tanto en tanto en forma de memorias. Te «sonríen tristes», dice Joan Manuel. Es ese sentimiento que en portugués se llama saudade: una suerte de nostalgia con gran dosis de alegría. Esta canción que da título a este artículo lo resume perfectamente, y conviene oírla para recordarnos cada minuto lo efímeros que son los instantes, pero lo valiosos que son. Comenzar a darles ese peso nos ayuda a darle un gustito sabroso a la cotidianidad. Por ejemplo, fijarnos en la alegría con la que nuestro perrito nos recibe, o la sencilla frase de aliento que me da mi hijo cuando me ve cansado, o el reconocimiento a una tarea bien hecha por parte de un compañero… o el pajarito cantando en la ventana de mi casa, la lluvia repiqueteando en mi techo, el sol bañando mi cuarto de trabajo. A veces nos perdemos esos milagros que ocurren todos los días por prestarle demasiada atención a los problemas, las heridas, los dolores, las incomodidades. Y nos perdemos la vida misma.
Cuando sabemos darle su lugar a todas las cosas que conforman nuestra existencia, entendemos que el todo es más que la suma de las partes. Ya no ponemos en primer plano únicamente lo que quisiéramos lograr o lo que extrañamos de «los buenos tiempos», sino que miramos el conjunto, con cada instante, cada recuerdo, cada bendición dentro de su propio espacio de importancia. Comenzamos a fluir con la vida y no a oponernos a ella. Nos damos cuenta de cuánto tenemos para agradecer a la Providencia y cuánto debemos aplaudir o corregir en nosotros mismos. Le damos sentido a todo, y nos hallamos motivados en dicho sentido.
Al buscar el enfoque justo de cada pequeña cosa dentro del plano general de nuestra vida encontramos el camino a la felicidad.
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