La persona humana es una integralidad de cuerpo, mente y alma. Muchas veces lo que se sufre físicamente se traduce en una alteración psicoafectiva o un desequilibrio espiritual, o ambos. Y eso se cumple también cuando la fuente de las afecciones es cualquiera de los otros. Por eso, un trastorno mental puede tener orígenes espirituales o verse reflejado en síntomas en el alma. Hay personas que evidencian un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) en cuestiones del espíritu, e incluso consideran que esa es la forma en que debe vivir una persona que ama a Dios.
El TOC está compuesto de obsesiones (pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes) que se tratan de aliviar con compulsiones (comportamientos o actos mentales repetitivos). Esta es, obviamente, una simplificación de lo que dice el DSM-5 (siglas en inglés de la quinta versión del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders -Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales-), con fines de comprensión. El doctor en psicología Jordán Abud habla de sus efectos en la vida moral, relacionándolo con el concepto teológico de escrúpulos, esa condición que según san Alfonso “teme el pecado donde de hecho no existe”.
Tal cual podemos ver muy gráficamente en películas como “Mejor… imposible”, el individuo que sufre de TOC puede estar lavándose las manos cada que toca algo “contaminado” (según su obsesión) y llevar a cabo complejos rituales (como evitar las líneas de las veredas) para mantenerse bien. El TOC espiritual lleva a la persona a creer que el pecado está en todo y en todos, y que es necesario acudir al sacramento de la penitencia cada que puede y confesar varias veces lo ya perdonado. O a basar su fe en los pequeños ritos más o menos místicos que efectúa cada hora de cada día.
Ojo, con esto no quiero desprestigiar la vida interior de nadie, menos aún de aquellos consagrados cuyo día a día no solo que puede sino que debe estar centrado en sus ejercicios espirituales de fe, sacramentos y oración. Estoy hablando más bien de aquellos que en el fondo hacen depender su relación con el Padre Misericordioso casi exclusivamente de los actos externos. Y pienso que este hecho se ha visto reflejado de manera mucho más patente en estos días de cuarentena, cuando las iglesias están cerradas y la vida religiosa ha debido dar un giro hacia la interioridad mucho más notorio.
El TOC está directamente relacionado con el pensamiento mágico, del cual ya hablé en otro artículo. Quien lo sufre llega a pensar que, por ejemplo, si el cuchillo no está a la derecha sino a la izquierda puede caerle algún tipo de enfermedad extraña, y por eso debe tenerlo a ese lado. De igual manera, si no reza el rosario en la mañana puede pensar que Dios se enojará con él. No da valor al acto de contrición perfecto ni a la comunión espiritual, que de hecho son fuente, base y requisito de los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Se siente abrumado y envuelto entre sombras porque considera que su salvación se ha alejado hasta no poder ir a una iglesia y confesarse y comulgar.
Seguramente todos los católicos hemos oído de aquellos que objetan una vida cristiana que no se centra en breviarios, novenas y adoraciones, considerándola menos valiosa e incluso pecaminosa ante los ojos del Señor. No únicamente tienen obsesiones y compulsiones individuales, sino que instan a comunidades enteras a llevarlas a cabo. Y esto, lamentablemente, hace que aquellos enemigos de la fe vean una razón de peso para tachar a las personas religiosas de enfermitos que encuentran al demonio en todas partes. Como decía un amigo, el Diablo ni está en todo, ni es ajeno a nada. No podemos ni negarnos a ver su influencia, ni pensar que está metido en cada cosa.
Es por esto que el doctor Abud dice que muchas veces dejamos de ver este tipo de actitudes obsesivo-compulsivas y las consideramos simplemente piedad, e incluso una prueba de fe envidiable. En realidad, deberíamos preocuparnos, porque una fe y una piedad sanas se basan en tres puntos: presencia de Dios, ofrecimiento de vida, rectitud de intención. Es decir, pido al Señor que intervenga en cada cosa que realizo, le ofrezco mi vida para que haga con ella lo que sea conforme a su Voluntad, y por ello trato de que cada acto sea efectuado con amor y dirigido hacia mi salvación y la del resto de almas. ¿Necesito rezar todo el tiempo para lograr eso? Tal vez no. ¿Necesito juzgar y condenar cada acto que considero que no se ajusta a los preceptos que tengo en mi cabeza? Probablemente eso sea fariseísmo y no verdadero amor.
La palabra escrúpulo viene del latín, y significa piedra diminuta. Por esto se usaba para denominar a los minutos en el mundo romano (diminuto y minuto tienen, como se puede ver, el mismo origen). O sea que los escrúpulos tienden a fijarse en lo más pequeño, sobredimensionarlo y por tanto generar angustia y ansiedad. Hemos de ser obedientes a la realidad. Debemos recordar que Dios es misericordioso y nos ama inmensamente, y nuestra respuesta a ese infinito amor no es la compulsión, sino nuestra propia medida de misericordia (“misericordia quiero, y no sacrificio”). Este tema da para muchísimo más, y es probable que le dedique otro artículo o más. Pero creo que esto es lo fundamental.
Seguramente iremos volviendo poco a poco a tener acceso a templos e iglesias, y con esto a los sacramentos. Aunque no debemos olvidar que toda muestra externa es un vehículo de la Gracia, pero no es necesaria porque el Padre providente es todopoderoso. Tratemos de notar en nosotros mismos y nuestra vida espiritual si no tenemos síntomas de TOC que tengan más que ver con el pensamiento mágico que con la fe en un Dios que nos ama más allá de la temporalidad. Trabajemos en nuestra psicología para curar el componente mental en esto. Y pongamos nuestra alma en sus manos y tratemos de estar a la altura.
Con todo el amor del que el Amor nos ha hecho capaces.
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