Entre los consejos para enfrentarnos a la soledad y el aislamiento que solemos oír o leer mucho en estos días, uno habla de albergar a una mascota. Voy a contar aquí que yo he sido reacio a tener animales en mi departamento porque se volvería difícil cuidar de su bienestar en un espacio cerrado, lo cual resulta cruel para la mascota e insalubre para los dueños. A la final, unas semanas antes de iniciar el confinamiento por la CoViD-19, una persona cercana a una persona cercana nos ofreció hacernos cargo de una perrita que su familia había rescatado, y a la cual no podían seguir cuidando. Luego de mucho razonar, ponerlo en discusión familiar e incluso oír a mi ángel de la guarda que me aconsejaba recogerla, lo hicimos. Y ahora entiendo por qué.
Antes de escribir este artículo recordé a Martín de Porras (luego cambiado a Porres), limeño, que entre fines del siglo XVI e inicios del siguiente ayudaba con diversas labores en el convento de Nuestra Señora del Rosario (conocido como Santo Domingo) de su ciudad. Se cuenta que tenía una inmensa caridad por los necesitados, y un aprecio y cercanía increíbles con los animales, domésticos y no tanto. La conocida imagen del santo dando de comer en el mismo plato a un perro, un gato y un ratón seguramente tiene sustento en la realidad, según podemos ver en los documentos de su proceso de beatificación. Lo admirable es que se conoce que tenía el don de comunicarse con dichos seres. E incluso los llamaba al buen comportamiento.
Hay un relato donde consta que San Martín recogió a un perrito viejo, uno de los tantos que solía asistir, y luego de curarlo y protegerlo hasta que se recuperó, lo despachó aconsejándole que no se vuelva a meter en peleas. No sé si el perro le haría caso, pero ese episodio me hizo pensar en la historia de la Blanche (mi perrita). Hoy la acaricié y vi la herida grande que tiene en su cuello, y medité, viéndola a los ojos: ¿cuánto dolor habrá pasado este animalito? ¿Cuál habrá sido el motivo de este corte tan profundo? ¿Una pelea callejera, o acaso sus primeros dueños permitieron o incluso infligieron este dolor en ella?

El caso es que no me importa. Este animalito ha venido a traernos paz y alegría en estos tiempos de estrés acumulado, angustia por el porvenir y sensación de impotencia. Y nos une. Esta perrita mueve su cola al vernos, y corre a saludarnos como si nos hubiéramos ausentado cinco meses, cuando estuvimos en la misma casa, aunque en otros cuartos. No me interesan sus heridas, pero sé que nosotros ayudamos a curar las más profundas que debe tener, y que se reflejan en esos sustos desmedidos con cualquier ruido o hecho medianamente violento. Si fuera un ser humano, diría las heridas del alma, pero sé que en ella son más bien memoria instintiva.
Recuerdo los experimentos de Pavlov, y todos esos primeros intentos por hacer de la psicología una rama científica en pleno derecho. Claro, junto con Wundt, Ebbinghaus, Watson y otros. Y me pregunto: ¿qué nos distancia realmente de los animales y sus respuestas a los estímulos? ¿Es que ellos tienen consciencia, inteligencia, emociones y sentimientos? Entonces respondo que sí, claro que las tienen; pero de igual manera que sabemos que poseen alma (ánima, eso que les da vida), si bien no inmortal, lo que les falta es la consciencia de sí mismos y el sentido de trascendencia.
Cuando mi perrita se trepa a mis piernas no me está demostrando amor, porque no conoce quién soy ni de dónde viene toda nuestra historia. Sabe que le doy cariño, que la cuido y le doy seguridad, y entiende que si me compensa con muestras de apego, yo la seguiré protegiendo. Es simple instinto de supervivencia, al cual nosotros, como seres humanos, damos valor antropomorfizado, confundiéndolo con amor. Todo esto lo entendía San Martín de Porres quien, tal cual lo hizo San Francisco, aún a pesar de esta conciencia estaba seguro de que merecían el tiempo que les dedicaba como criaturas del Señor. Es por eso que nos duele tanto cuando perdemos a una mascota, no porque la amemos realmente, sino porque deja un hueco en nuestras vidas, en nuestras relaciones. Un hueco de afecto.
Los sentimientos de los animales nos ayudan a entender mejor los nuestros, no como algo igual sino como una imagen simplificada. Cuando hablamos de vida de perros, entendemos que son animales solitarios que necesitan de su jauría para protegerse, y que las personas muchas veces vivimos así. Lejos de los demás, en la calle, buscándonos el pan entre la basura. Siendo heridos por nuestros congéneres. Y ni siquiera necesitamos ser echados de nuestro hogar para sentirnos de esta manera.
La Blanche me hizo pensar en que todos llevamos heridas, pero siempre podemos dar amor, siempre más. Aun cuando sintamos que nos han quitado algo, que nos cercenaron el futuro, el hombre es capaz de amar toda la vida. Hasta la muerte.
Y ahí radica nuestro valor.