Hay que arriesgarse

En no pocas ocasiones tenemos en la cabeza el preconcepto de que el riesgo es algo negativo, y por tanto no conviene tomarlo. Sin embargo, hay situaciones que necesariamente nos enfrentan con riesgos y debemos seguir adelante. Un riesgo en realidad alude a que algo puede o no ir mal, no que necesariamente pase lo peor. Por consiguiente, vivir implica correr riesgos, porque no somos inmunes a los peligros. El que camina puede tropezarse y caer. Pero ser valientes implica tener consciencia de esto y seguir andando. Como cantan los Enanitos Verdes en Eterna soledad: «aprendiste a tener miedo / pero hay que correr el riesgo / de levantarse y seguir cayendo».

Riesgo se refiere a una contingencia (posibilidad de que algo suceda o no) o proximidad de un daño, según el diccionario. Su origen es incierto, pero se piensa que viene del italiano risico, se sugiere un étimo árabe رزق (rizq, lo que depara la Providencia), que Corominas rechaza apuntando al griego ῥίζα (ríza, «escollo»), a través de una presunta forma ῥίζικον (risikon, de ahí también risco). También se sospecha de un vocablo bajo latino *resecare, cortar, aunque no documentado. El sociólogo Niklas Luhmann dice que es un término relativamente nuevo, pues en sociedades antiguas el concepto que se manejaba es el de peligro. Este señala algo inminente, viniendo de un término latino que significa prueba, intento. Y si atendemos a esta etimología y la comparamos con el origen árabe de riesgo (que me gusta más que los otros), vemos que el peligro viene de nuestra propia osadía, mientras arriesgarse significa enfrentarse a lo que me trae el destino (o Dios).

José María Argüello, estudiante de la Universidad Carlos III de Madrid, en una TEDx talk organizada por dicha universidad, hablaba de lo que consideramos riesgos. Señala que vemos como alguien arriesgado a quien decide aventurarse a vivir a otro país o seguir una carrera poco «rentable», pero en realidad el riesgo está en comprometerse con algo «hasta el punto de poder ser dañado». Dice que los riesgos profesionales o académicos son como hacer malabarismos, pero con una red debajo. En las relaciones, mientras, nos arriesgamos a salir heridos, pero lo que esperamos obtener es aún más grande. «Arriesga el que ama», concluye. Kierkegaard subrayaba el riesgo en toda decisión, y de ahí la angustia ante el «vértigo de la libertad». Por esto, tal vez Argüello es muy tajante, pero deja claro un punto. El mismo que acota el existencialista Martin Buber cuando distingue una relación que no implica riesgo entre un yo que ve al otro como objeto, pues puede ser transformado sin que yo lo sea, frente a otra relación donde ambos se consideran sujetos de dicha transformación. Es decir, Buber ve al un tipo como seguro, mientras al otro como potencialmente transformador, en sentido positivo o negativo. He ahí el riesgo que conecto con el que advierte José María.

En general, desde mi punto de vista, la vida es un riesgo constante, pues está basada en decisiones que pueden ser correctas o equivocadas. Decisiones que son un reflejo del divino regalo de la libertad. Sin embargo, el resultado de correr riesgos es que nos transformamos. En el artículo pasado hablábamos del miedo al error como un obstáculo y como resultado del temor al conflicto. Ahora nos topamos con otro bloqueo mental relacionado: el miedo al fracaso. El vértigo a la libertad de Kierkegaard está conectado con una lección que recibimos desde pequeños: fracasamos. Cuando aprendemos a caminar, nos vamos al piso. Es una verdad inevitable, nos golpeamos contra la realidad. Pero hay fracasos que no nos transforman, y por tanto el riesgo no es tan importante. Es lo que dice Argüello: si uno se equivoca de carrera puede elegir veinte más y no resultar herido en lo más mínimo. Mientras tanto, involucrarse en una relación, apostarle todo con «alma, corazón y sombrero», trae como consecuencia obligada que ya no vuelva a ser la misma persona. Para bien o para mal.

Si una relación es saludable y aporta a mi vida, me hace una mejor ser humano, me permite crecer junto con el otro, me impulsa hacia un objetivo más grande que yo mismo. Si, por el contrario, es tóxica y resulta un tormento, me limita, me enferma, me hiere e incluso me asesina. Por esto, el riesgo que corremos en las relaciones es mucho más grande que aquel que tomamos en un negocio, el lugar donde decidimos vivir o la profesión que escogemos. Porque en las relaciones ponemos lo más íntimo y valioso. Ponemos la vida. Cuando decido dedicarle tiempo a mi hijo, estoy apostando por mi relación, por su vida y por mi crecimiento como padre. Si resulta que él me rechaza y prefiere jugar videojuegos, y yo no sé cómo motivarlo a que los deje, sentiré que fracasé. Y me dolerá en el alma, porque Among us le habrá ganado a mi amor.

Es fundamental que hagamos un giro hacia darle mayor trascendencia a nuestras relaciones, pues ahí está la vida. Aunque suene a calendario de papelería, no se trata de cuánto tenemos sino de cuánto amamos. Hay que invertir, por consiguiente, en ellas. Invertir tiempo, esfuerzo y sobre todo riesgo. Arriesgarnos a herir y salir heridos, porque somos débiles y hacemos daño. Pero arriesgarnos, sobre todo, a amar y ser amados, a ser reflejos de Aquel que es el Amor. Solo así sentiremos que la vida tiene un propósito, más allá de accidentes y circunstancias. Más allá de los límites del fracaso y del miedo.

Corramos el riesgo con las personas, y saldremos transformados.

Foto de Pixabay en Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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