Incomunicado

La comunicación es un elemento primordial en la relación entre dos seres, incluso primitivos como las hormigas. Por esto mismo, el tema es amplísimo y no podemos agotarlo en un artículo o dos. Así que aquí me enfoco en la sensación de frustración que se produce en una persona que siente que no es comprendida. Viene a mi mente esa genialidad de Marillion (una joya pop), Incommunicado, donde se transmite la sensación de estar aislado por sentirse demasiado especial para el común de los mortales. Si bien hablamos de un personaje que podría diagnosticarse con un trastorno narcisista de personalidad, se puede generalizar a esa sensación de soledad: «solo pongo mi fe en el destino, es la forma que yo elijo, incomunicado».

Aunque muchas veces consideramos que un buen matrimonio es aquel donde existe comunicación, esta no es más que una herramienta que nos ayuda a fortalecer la esencia de una relación saludable: la voluntad de compromiso. Ya topé este tema en otro artículo, búsquenlo, por favor. La comunicación permite mantener vivos los tres componentes de una relación que refiere Sternberg: intimidad, pasión y compromiso. La incomunicación, mientras tanto, podría tener dos caras, según la teoría del desarrollo de Donald Winnicott: la simple y la activa. La una es una especie de descanso, volver a uno mismo, porque hay una parte del ser que necesita esa incomunicación. La otra, mientras, se acerca más a una necesidad patológica de encerrarse en sí mismo. Al centrarnos en la primera, consideramos la teoría general de sistemas del biólogo austríaco Ludwig von Bertalanffy, entendiendo que cada ser humano es un subsistema que forma parte de distintos sistemas que por ello se influyen mutuamente. Uno de los factores de la teoría de von Bertalanffy es la entropía, concepto tomado de las leyes de la termodinámica: todo sistema tiende al caos, al desorden. Cuando hay demasiada distancia entre emisor y receptor, la pérdida de energía es muy alta, y enferma. Un sistema enfermo deja de funcionar por falta de información. Es posible hacer un paralelismo entre este sistema (la pareja) en desorden, dañado, con la sensación de soledad, a través de la incomunicación simple de Winnicott.

Si estamos en lo que llamamos “relación tóxica”, lo más probable es que exista comunicación, pero que se realice con alta pérdida de energía, debida a la enorme distancia entre las necesidades, capacidades y puntos de vista de cada individuo. Esa energía puede mostrarse a través de mensajes manipuladores, gritos, faltas de respeto e incluso violencia física. En muchas ocasiones, debemos tomar en cuenta los distintos sistemas que están influyendo en el sistema-pareja. Si, por ejemplo, el esposo tiene un ambiente laboral negativo y estresante, es inevitable que esto incida en la relación también de una manera estresante y negativa. A menos que logre transformar esa energía recogida en el sistema profesional en trabajo emocional positivo, como llegar a su hogar como si de un santuario de paz y armonía se tratase, y volcar toda esa tensión desgastante en descanso y disfrute compartidos. Pero para ello debe comunicar esos sentimientos y pensamientos y que todo el sistema familiar entre en consonancia -de ser posible- con él y crear un orden. Esto no siempre se logra por diversas variables intervinientes.

Recuerdo la anécdota de un amigo que conversaba con su papá, allá a finales del siglo anterior. Había una paranoia bastante generalizada acerca de los efectos que traería a los sistemas computacionales el paso al año 2000 (lo que se conoció como Y2K), y mi amigo le señalaba esto a su padre. Estuvieron hablando largo tiempo, con preocupación, hasta que comenzaron a notar que algo no cuadraba. La extrañeza se transformó en risa cuando el padre de mi amigo le hizo ver que él todo el tiempo estaba hablando de su insomnio, “el problema del dormir”, y no del otro tema, “el problema del dos mil”. Esto lo cuento para ver que podemos estar mucho tiempo creyendo entender de lo que habla el otro y responder, pero podríamos estar manejando mensajes muy distintos.

La escucha activa, basada en el trabajo de Carl Rogers, nos lleva a no quedarnos con el paquete de información que recibimos e interpretamos. En el ejemplo de la conversación de mi amigo con su papá, el sonido ‘s’ y el sonido ‘l’ se transformaron en ‘r’ en el camino entre la boca de mi amigo y los oídos de su padre, cambiando el mensaje por completo. El cerebro de uno y otro lado trataron de ajustar las oraciones para que encajen con el contexto que percibía cada uno. Si entraba un tercero en escena, es seguro que no habría entendido de qué estaba hablando ninguno de los dos, ya que no hubiera tenido contexto. El desgaste para esta persona pudo ser enorme, tratando de interpretar una conexión entre ambos locutores y darles un contexto común, siendo imposible encontrarlo. El único camino, por esto, es la escucha activa: el oyente debe realmente estar interesado en captar correctamente el mensaje, dando retroalimentaciones que le permitan estar seguro de que lo está haciendo.

Cuando queremos que la comunicación realmente funcione en nuestras relaciones, en concreto en nuestro matrimonio, la herramienta más vital no es la comunicación nada más, sino una escucha activa. Si mi amigo y su papá no hubieran detenido la conversación, extrañados, en cuanto los mensajes se volvieron demasiado incoherentes, lo más probable es que en algún punto pudieran molestarse, soltando una frase del tipo: “no me entiendes”. Esta es la sensación de incomprensión que ocasiona que nuestro inconsciente busque la incomunicación: ¿por qué nadie me comprende? Esto es común en los adolescentes, porque están aprendiendo a manejar estas herramientas, pero los adultos deberían -en condiciones normales- llegar a dominarlas. De todas formas, los ambientes (los sistemas en relación) no siempre colaboran en este aprendizaje. Como seres libres, podemos impulsar ese cambio y buscar esa maestría comunicacional.

El ser humano fue creado para el encuentro. Un encuentro que se dificulta cuando ponemos distancia entre nosotros y dejamos que lo externo nos influya siempre negativamente. Es difícil no sentirse incomunicados si consideramos que no nos entienden, no valoran nuestros esfuerzos ni validan nuestras emociones. Sin embargo, la respuesta está en ejercitar la escucha activa. Mirar al otro en su propia realidad con su propia circunstancia, circunstancia y realidad que se conectan con las mías en un sistema. En un contexto. Encontrarnos significa dejar de juzgarnos, o al menos juzgar los actos con misericordia, como el Señor mismo lo hace. El amor es la única clave.

Escuchar con amor para comprendernos, así nos podemos encontrar y acompañarnos.

Foto por Donald Tong en Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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