Así como en un artículo anterior había hablado de lo importante que era saber decir no, sobre todo en la educación de los hijos, ahora quiero tratar del sí. Porque sin el necesario equilibrio entre afirmación y negación, entre la autoconfianza y el límite, no podemos hacer uso sano de nuestra libertad y no alcanzaremos una autoestima saludable. El sí reafirma nuestras posibilidades, y con él aprobamos también lo que otro nos ofrece. Saber usar el sí de manera adecuada nos impulsa hasta el ser que podemos llegar a ser.
Cuando hablábamos del no, recordábamos a Allers, quien recalcaba la importancia del conocimiento de sí en nuestra conciencia vital, y de cómo este nos permitía ir más allá, hacia la apreciación de nuestra dignidad, que nos empuja al infinito. Igual, a los fundadores de la terapia Gestalt, quienes subrayan nuestra necesidad de aceptar lo que nos sirve y rechazar lo que no en orden a nuestro crecimiento. De aquí podemos pasar al concepto de autorrealización de Maslow, quien esbozaba el complejo de Jonás (que ya hemos mencionado) como ese rechazo a alcanzar todas nuestras potencialidades. Este puede darse cuando el niño no se desarrolla en un medio en el que se le permita generar expectativas realistas de lo que es posible y adecuado para sí mismo y los demás, según Nathaniel Branden, psicoterapeuta canadiense, reforzando su autoestima. Si falla la libertad con límites que defenderá el propio Maslow.
Cuando enfrentamos a un niño con sus capacidades, este crece seguro de ellas y de todo lo que puede alcanzar si es constante en sus esfuerzos. Para esto, nosotros mismos como padres debemos confiar en esas capacidades. Y esta confianza inicia cuando creemos en nosotros mismos. Es decir, si somos parte de un círculo vicioso de falta de confianza y desaprobación, caemos en la tiranía del no. «No puedes hacerte un huevo frito, te vas a quemar», «no le digas nada, yo te defiendo», «no uses ese aparato, yo lo hago por ti», «no empieces tu tarea hasta que yo no te pueda ayudar». En lugar de apoyarlos, los estamos volviendo inválidos. Porque nosotros mismos crecimos siéndolo, y la vida nos obligó a ir aprendiendo a sobrevivir solos. Y muchas veces, ni así lo logramos.
Entonces, ¿podemos decirles «sí, tú puedes» siempre? El mejor ejemplo es cuando aprendemos a andar en bicicleta. Tal vez seamos de esos bichos raros que lo hicimos solos. Pero lo más probable es que nuestro papá nos fue sosteniendo hasta comprobar que alcanzamos el manejo del equilibrio necesario. O, si no podía estar ahí, le delegaba esa función a las rueditas, que al momento de sentirnos seguros eran quitadas. Aun así, el mensaje de «tú puedes» está implícito. Tú puedes con apoyo, primero, y tú puedes solo, después. Sin embargo, no podríamos manejar una bici si ese papá nos hubiera dicho que no lo hagamos porque nos vamos a caer. La seguridad no viene de hacerlo todo siempre solos, aunque sí es claro que la inseguridad es consecuencia de no hacerlo nunca.
El niño que crece con estos «sí, puedes», crece sabiendo que deberá estar consciente de sus límites también. Pero esos límites los va empujando siempre un poco más allá, hasta donde la realidad le permite. Por eso es también fundamental el contacto con la realidad. Todo ello se compone de los noes que ya analizamos y de los síes que ahora vemos. Como adulto voy conociendo cada vez más mis potencialidades, y lucho día a día para volverlas acciones concretas que respondan a mi sentido de vida. Sin embargo, voy a tener caídas y tropiezos, obstáculos y barreras. Entender esto y no dejarme vencer es un fruto de todos los sí que recibí de chico. «¿Quieres aprender a tocar piano? Sí, puedes, pero vas a tener que esforzarte para demostrar todo tu talento». De ahí a la realización personal hay un enorme camino, aunque lleno de satisfacción y alegría.
La ruta a la autovalidación, compuesta por el valor que me doy yo mismo y que percibo que me dan, comienza por saber decir sí. Saber no implica hacerlo siempre, sino determinar cuándo conviene. Y esa conciencia no es fácil de tener, pues requiere habernos entrenado en ella. Es más fácil si comenzamos de pequeños, pero nunca es tarde para empezar. Aprender a darnos valor también conduce a dosificar los síes que damos a los demás. Si quieres alcanzar todo tu potencial, inicia diciéndole sí a tus sueños, a tus proyectos, a tus empresas. Se trata de ser consistente, no de ser perfecto. Resolver problemas, aceptar errores y seguir adelante. Porque crees en ti mismo, y sabes hasta dónde puedes llegar. El secreto está en el poder del sí.
Digamos sí a nuestras esperanzas, para tener la dicha de caminar hacia la felicidad con confianza.
Foto por aleksandrdavydovphotos