El otro día oí esta canción de uno de los más conocidos exponentes de la tecnocumbia (ese género popular que se ha naturalizado ecuatoriano, llamado también música «chichera»), Máximo Escaleras. Me atrajo la idea central de ese tema: para unos el año puede verse como algo nefasto, mientras otro lo ven como una bendición, dependiendo de qué perciban que vivieron durante este periodo. En este país, mi país, existe la costumbre de quemar en la nochevieja un muñeco que simboliza el año que pasó, para luego saltar sobre las llamas y cenizas representando que queremos superarlo. Pienso que esta es una excelente imagen de lo que debe ser el 31 de diciembre: una evaluación del año, pero aceptando que queda en el ayer.
Independientemente de cuál sea la realidad de esta pandemia, con o sin conspiranoia, lo cierto es que este virus ha afectado al planeta entero. Es responsable de muchísimas muertes, le ha cambiado la vida laboral y la economía a todos (para bien o para mal) y nos ha obligado a encontrarnos con quienes convivimos, comenzando por nosotros mismos. Más allá de lo bueno o malo que pueda haber sido el 2020 para cada uno, es claro que a nadie le ha resultado indiferente. El mundo se vio confrontado con lo frágil que es, a pesar de ciencia y tecnología, y que estamos en manos del Padre. Con mayor o menor drama y tragedia, hemos tenido la posibilidad de aprender una lección, con el consiguiente crecimiento que debió haber traído. Es por ello que voy a dejar aquí lo que percibo que está aprendiendo la humanidad con todo esto que estamos atravesando.
1. El amor es lo más importante. Como se puede ver en el Principito, más allá de esos dos tiranos que nos presionan día a día, el tiempo y el dinero, lo realmente valioso son las relaciones humanas. De nada nos sirve aprovechar cada minuto para ganar dinero y generar bienestar o seguridad a nuestros seres queridos, si no sabemos si mañana seguiremos vivos. Cuando estamos en condiciones extremas, como las del confinamiento, solo el amor puede evitar que nos matemos entre nosotros. El amor nos sostiene y nos da una razón para luchar contra las adversidades, y además a hacerlo juntos.
2. La vida es un instante. Y está hecha de instantes. Todos hemos pasado por el drama de haber tenido noticia de que el covid-19 se llevó a alguien. Muchas veces, ese alguien era muy cercano y hasta pudo haber vivido con nosotros. Tal vez lo vimos morir, o hubiéramos querido hacerlo en lugar de saber que murió solo en una habitación aislada. Pero esas personas dejaron su huella, algunos con botas de siete leguas, otros como pequeñas pisadas de gaviotas en la playa. Dejaron su legado en nosotros. Por esto, debemos celebrar la vida, la nuestra y la de los demás, cada instante, y al máximo. Que luego la muerte no nos traiga arrepentimiento por lo que no dijimos o dejamos de hacer, que es el peso más grande que existe.
3. Nada es definitivo. Formulamos planes y promesas, y a la vuelta de la esquina no sabemos si podremos cumplirlos. La pandemia nos dejó bien claro esto, cuando de un día para el otro los cronogramas y calendarios perdieron validez por la bioseguridad que debió ser priorizada y trastocó nuestros encuentros. Pensábamos organizar este evento en abril, o festejar lo de acá en mayo, y la cuarentena nos obligó a hacerlo sin tanto aspaviento, en línea, o incluso nunca llegar a llevarlo a cabo. Nos dimos cuenta de que podíamos adaptarnos, y que la agenda quizás no era tan fundamental en nuestro día a día, mientras seamos capaces de sostener los vínculos.
4. «Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman». Este pasaje de san Pablo y su carta a los Romanos me viene a la mente cuando pienso que detrás de todo el horror que puede representar una pandemia, la Providencia ha actuado en la vida de cada uno dándole fuerza para continuar. Con enfermedad y dolor, con depresión y ansiedad, el ser humano entiende un buen día que no todo es tan malo y se levanta y sale al sol. La «nueva normalidad» nos habla de eso. La autoactualización de los psicólogos humanistas está presente en ese empujón, violentando nuestra tentación a la desesperanza, y nos recuerda el sentido de la vida.
Este ha sido un año que impondrá una verdadera resiliencia. Hoy estamos doblados ante un microorganismo cuyo único propósito es reproducirse, pero que va matando gente en el proceso. Sin embargo mañana, cuando en realidad podamos decir que volveremos a construir una nueva normalidad, podremos hacer acopio de todo lo logrado no solo a pesar del SARS-CoV-2 sino gracias a él y pararnos de nuevo. Más alto, más firmes, más unidos. Y posiblemente esto no sea el 1 de enero, sino muy adelante. Pero mantengamos la esperanza.
Que las pruebas y retos del 2020 no hayan sido en vano.