Ven a mi casa esta Navidad

Esta frase, sacada de la canción de Luis Aguilé, parece hoy bastante fuera de contexto por la restricción que vivimos en tiempos de pandemia. Sin embargo, me lleva al pasado y me impulsa al futuro. Me lleva al pasado, porque recuerdo que la cantaban los ídolos infantiles de mi hermana menor, Parchís, y trae un calorcito alhaja al pecho. Y al futuro porque siento que esta Navidad tan sui géneris, tan distinta a las anteriores, posiblemente sea la primera en la que podamos valorar de verdad el encuentro, el calor de hogar… las relaciones humanas, por encima de lo material y efímero. El argentino-español hizo una canción donde habla del dolor que se vive en estas fechas de tres formas: la distancia, la soledad y el rencor. Y ante él, la cura es el perdón y la reconciliación.

El hombre se torna un «yo» a través del «tú», nos remarcaba el filósofo judío Martin Buber. Somos seres en relación, como ya recordábamos en otras publicaciones anteriores. Como consecuencia, el alejamiento, el aislamiento y el resentimiento son barreras que impiden nuestro desarrollo saludable. La cura es la reconciliación, que decía san Juan Pablo II que se debe hacer «con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado». También habla de la nostalgia de reconciliación, pues el ser humano alberga en su interior la necesidad de restaurar los lazos deteriorados o rotos, aquellos que nos unen a los demás y a Dios en un verdadero Cuerpo Místico. La persona no se siente en paz mientras tiene algo que reprocharle a alguien, sea este otro hermano, o el Creador, el cosmos, el entorno y sobre todo uno mismo.

La Navidad es la más grande señal de reconciliación de la Historia. El ser humano se alejó de su Padre, pero este no lo abandona, sino que incluso se encarna para habitar, para «plantar su tienda» entre nosotros, a decir el prólogo del evangelio de Juan. Y no solo se hace hombre como tú o como yo, sino que toma la naturaleza humana en todo menos en el pecado (como muestra de su naturaleza divina). Incluso en la tentación. Esa tentación que pedimos que nos ayude a vencer cuando rezamos el padrenuestro. Una tentación muy grande que tenemos es alejarnos del otro porque no es lo que esperamos y comete errores. Porque es débil y falla. Otra es distanciarnos de Dios, pues no siempre nos da lo que pedimos o nos cuida de los peligros. Otra, más frecuente de lo que creemos, es pelearnos con nosotros mismos porque no somos perfectos como pensamos.

El alejamiento de uno mismo es el que genera la mayor cantidad de trastornos psicológicos. Se produce un vacío existencial, no somos coherentes con la imagen de Dios que llevamos en nosotros. Terminamos siendo infieles con nuestro Creador y con nuestra propia identidad. No somos lo que estamos llamados a ser, y eso nos deprime y nos angustia. Esto, es claro, se inicia con una autoimagen deteriorada, ajena a la realidad de nuestra naturaleza caída, de nuestra vulnerabilidad esencial. Nos peleamos con nosotros mismos porque quisiéramos ser perfectos. Y no es raro que proyectemos (aquí sueno a Jung) esa autoimagen disminuida sobre los demás, juzgándolos férreamente y poniendo barreras al perdón y la reconciliación.

Reconciliación significa volver a unirse, a desear construir una relación sólida y a prueba de balas. Una relación ya no de enemigos, sino de ejército, de equipo. Una band of brothers, un batallón de hermanos. El enemigo es el mal, la mentira, la envidia, el pecado y el crimen. La batalla es eterna (léase Job) y militamos juntos la santidad (como decimos en Fasta). Y a eso vino Jesús a la tierra: a sanar los corazones y reconciliar a los hombres entre ellos y con Dios.

En los días de Adviento recordábamos cuando Cristo, al inicio de su misión, leyó en el templo aquel pasaje de Isaías donde se profetizaba que él venía a «proclamar el año de gracia del Señor». Es decir, el perdón sin condiciones. El año de gracia en la ley mosaica se celebraba cada 50 años, y en ese año se les daba libertad a los esclavos y las deudas se condonaban. Es Jesús quien se olvida de nuestras faltas y rompe las cadenas que nos atan al pecado. Lo único que nos pide es reconocernos mendigos de su misericordia: mendigos, porque no somos capaces de estar a la altura de tanto amor. Pero a través de él, nosotros también podemos perdonar a quien nos hizo daño y liberarlos de la esclavitud del rencor. Un rencor que nos ata igual a nosotros a nuestras propias miserias.

Navidad es una fiesta para compartir, pero sobre todo para encontrarnos. Y encontrarnos implica hacer de lado lo que nos separa. Puede ser la distancia física o emocional, puede ser lo que hicimos o dijimos o dejamos de decir o hacer. Es, ante todo, aquello que ha debilitado nuestros vínculos. No importa quién es responsable, ni por qué o cómo. Importa que de aquí en adelante el amor debe enseñarnos a sanar esas heridas juntos. Por esto, esa invitación a venir a mi casa no es únicamente un protocolo social. Es, ante todo, abrir mi corazón al otro, aunque me haya fallado, y llamarlo a hacer lo mismo. Es encontrar en el amor que viene de Dios más razones para permanecer unidos que separados.

Ven a mi casa esta Navidad y abracémonos. Virtualmente, con distancia social, como sea, pero abracémonos.

Photo by cottonbro on Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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