Un año más

El tema que me recuerda a esta época del año, esta vez, me viene de mi adolescencia y lo interpreta Mecano, el trío pop español. Es una canción que habla de costumbres, es decir, actos que reúnen a un grupo humano en una historia en común. Algo que llamamos cultura, y que es parte de la identidad de un pueblo. Varias de las costumbres que repetimos año a año para celebrar el 1 de enero vienen de muchos lugares, y se juntan en nuestros hogares. Costumbres que tal vez sean particulares de mi familia o de mí mismo, y no solo del colectivo al que pertenezco. ¿Por qué las repetimos? Porque necesitamos ciertos rituales para sentir que atravesamos etapas.

G. K. Chesterton, escritor y periodista británico, nos decía que el año nuevo «se trata de una arbitraria división del tiempo, de cortes repentinos e incesantes del tiempo por la mitad». Como una serpiente infinita que necesitamos partir en dos, el tiempo debe tener hitos que nos ayuden a pasar «de una impresión a otra». Evidentemente, el año es una realidad estelar, pero necesitamos decidir dónde comienza esa realidad de 365 días (aproximadamente). Y ahí está lo arbitrario. El mismo Chesterton decía que sería terrible vivir un martes después de otro martes, por siempre. Recuerdo la película «Hechizo del tiempo» (o «El día de la marmota»), con Bill Murray. Chesterton nos insta a usar el año nuevo como una renovación, recordando el nacer de nuevo que nos pide Cristo.

Por esto es natural que la gente haya deseado con fervor que el año 2020, tan lleno de dolor y contratiempos (y oportunidades, pruebas y retos, decía yo en mi artículo anterior), terminara de una vez. Como si el primero de enero de 2021 todo hubiera pasado, como un mal sueño. La verdad es que esto no va a ser así. Este año seguramente continuará la pandemia. No sabemos si la vacuna y la inmunidad de rebaño estén cerca, pero el virus seguirá entre nosotros, quién sabe por cuánto tiempo más y con qué consecuencias. Es imposible que por el mero hecho de cambiar de dígito la vida dé un giro y todo esté bien.

Sin embargo, considero que sí es posible sentarse en este comienzo de año y meditar sobre cómo voy a enfrentarlo. Como dice la canción de Mecano, «hacemos un balance de lo bueno y malo» para corregir el timón si es necesario. Los vientos no siempre están a favor, y debemos ser navegantes expertos y saber qué hemos de hacer con el propósito de mantenernos en el camino que nos planteamos seguir. La vida tiene un sentido por ese fin último, el destino que vamos viendo cada vez más claro según pasa el tiempo. Según pasan los años.

Es seguro que cuando comenzamos el año pasado nadie se imaginó lo que iba a venir. Hicimos nuestros buenos propósitos para realizarlos en esos doce meses. Sin embargo, tuvimos que cambiar de planes sobre la marcha. Aunque también estoy convencido de que esos buenos propósitos sirvieron de brújula el momento de realizar dichos cambios. Por ejemplo, si mi objetivo de construir una casa en ese año no pudo cumplirse, es probable que con esto en mente me haya puesto a calcular más fríamente cuánto debo tener para emprender tal proyecto, o plantear otros retos para el corto y mediano plazo. E incluso llegar a entender la diferencia entre ellos y el largo plazo.

Un año más no es solo un calendario menos. Es una oportunidad nueva, una hoja en blanco en el cuaderno de nuestra vida. No un nuevo cuaderno, sino una continuación del que ya estamos escribiendo desde que fuimos concebidos. Y para eso inventamos el primero de enero, o el Rosh Hashanah, o el Cápac Raymi, o el Chūnjíe. Para hacer una lista de lo que queremos alcanzar, aun sabiendo que no vamos a cumplir ni la mitad. Con la certeza de que es precisamente esa lista la que nos mantiene vivos, la que nos genera ilusión y nos mueve a seguir luchando por nuestros sueños. Siempre sosteniendo la fe y la esperanza a través del amor.

Este es un nuevo año, y tenemos que emprenderlo como seres nuevos.

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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