Mañana domingo se celebra el día del padre aquí en Ecuador, y en una cuarta parte del planeta. Así que creí oportuno hablar ahora del amor de padre y el amor hacia los padres. Y me acuerdo de un librito de Ricardo Williams que venía con un tema musical, Canción de cuna para despertar a papá, que a mi hija (chiquita en ese entonces) le encantaba. En su letra, una niña invita al padre a dejar de presionarse por las obligaciones y salir a jugar con ella. Es, creo yo, un llamado a todos nosotros como padres, en un mundo que exige disponibilidad laboral y productividad. Considero que es oportuno meditar sobre la paternidad en este día, que celebramos gracias a la iniciativa de Sonora Smart Dodd, una hija agradecida con su padre, que les dedicó tanto esfuerzo a ella y sus hermanos luego de enviudar.
Es interesante considerar que para el análisis existencial Dios no es la simple imagen del padre sino al revés: el padre es la primera imagen concreta que el niño se hace de Dios. Esto lo cita Viktor Frankl, completando que para él «Dios es la imagen originaria de toda paternidad». El recientemente fallecido Humberto Maturana, biólogo y filósofo chileno, decía que «el padre al iniciarse no sabe lo que es ser padre, salvo por lo que otros, posiblemente personas de sus respectivas familias, podrían haberle dicho». Aprendemos a ser padres en nuestra relación con nuestro papá, y pueden existir muchas heridas que la condicionen. Ante esto, Carl Rogers subrayaba la importancia del amor incondicional a los hijos. Hoy, algunos autores señalan que el rol de padre tradicional ha sido reemplazado por un «new father«, más cercano, más afectivo, lúdico y comprometido. Algo que se ha llamado involucración paterna.
Tomo aquí una idea de Ángela Marulanda: este «new father» puede sentirse no solo responsable de los fracasos de sus hijos, sino único culpable de ellos. En la actual sociedad de la información, psicologizada, los padres tenemos terror de ciertos monstruos y fantasmas que queremos evitarles a nuestros hijos: el sufrimiento, los traumas, el silencio, el aburrimiento, la soledad. Nos obligamos a ser amigos suyos para que no nos vean como déspotas sin alma. En la lógica del panóptico, nos sentimos juzgados por todos, y queremos que los chicos sean perfectos para aparecer como padres perfectos. Nos olvidamos de que la perfección es inalcanzable y que los errores de nuestros hijos no necesariamente son causados por los nuestros, pues son individuos libres.
Y a la larga, como señala Juan Luis Linares, médico y psicólogo que ha dedicado muchos años al estudio de los sistemas familiares, el problema es que no reconocemos al otro. Es decir, como no conocemos quién es, no entendemos el límite entre él y yo. Todo ha de partir de la aceptación incondicional. Muchas veces, el padre no reconoce al chico porque quisiera ver otra persona, con seguridad alguien más parecido a él, o él mismo. El clásico «mi hijo tiene que ser abogado como yo» es una muestra de esta falta de reconocimiento. Cuando el papá acepta a su crío tal cual es, asume la posibilidad de que sea alguien totalmente diferente a él, con ideas, gustos y pasiones distintas. Le permite crecer, aprendiendo a usar de forma responsable de su libertad.
Porque así es como el Padre actúa con nosotros. No nos ama por lo que hacemos, sino por lo que somos. Acepta, sin aprobarlos, nuestros errores y está siempre dispuesto a tendernos la mano cuando caemos. Nos ha regalado la libertad, y la respeta tanto que la podemos usar incluso para alejarnos de Él. Ahí está nuestro modelo de padre, y ahí somos capaces de entender la actuación de nuestros hijos. Pues si bien nos fabricamos una idea de Dios con lo que conocemos de nuestro padre, esta paternidad está concebida desde la eternidad como reflejo de la de Dios hacia los hombres. Comprender esto nos capacita, a la vez que nos responsabiliza, a ser padres que entienden, respetan y acogen a sus hijos.
El papel de padre antes se distanciaba mucho del de madre, para bien y para mal. Considero que se debe a que no se tenía consciencia clara de la necesidad de una figura paterna sana para el crecimiento de la persona. Pero también creo que no nos habíamos fijado en esa conexión directa entre la relación que tenemos con nuestro padre terrenal y aquella con el celestial. A mí me pasó, y creo que a muchos, que luego de curar el vínculo con mi papá, pude encontrarme nuevamente con Dios. Después de comprender, perdonar y pedir perdón a mi taita, logré acercarme a él y así ver realmente al Ser Supremo como un padre que me perdona, me acepta y me comprende. Nos reconciliamos.
Ser padre es complicado. Como se suele decir, nadie estudia para eso y no existe un manual. Sin embargo, creo que la receta básica está en el amor incondicional, en encontrarme con mis hijos. Como el Padre celestial lo hace con nosotros. Me voy a equivocar, como ellos, y poderlo aceptar nos ayuda a entendernos mutuamente. El día del padre puede ser un excelente pretexto para reconciliarnos con nuestros padres, con Dios y con su imagen en nuestra labor paternal. Aceptar que mi papá se equivocó en algunas cosas, pero que hizo lo mejor que pudo con lo que tuvo, me permite aceptarme a mí mismo como padre falible, aunque siempre amoroso. Amar sin condición, esperando en el otro lo que también espero que el Padre me ayude a encontrar en mí.
Feliz día a los padres, a mi papá, a mi Papito del Cielo.
Foto por Winnie Bruce en Canva