El principio básico para poder mantener cualquier relación es la honestidad. No se diga en una relación terapéutica. Sin embargo, tampoco estamos en capacidad de esperar que sea totalmente transparente, sobre todo por barreras que el proceso mismo deberá enseñar a derribar. Todo -a la larga- tiene que ver con confianza. Si el terapeuta no la ha sabido brindar, no se puede lograr tan fácil. Y me acuerdo de esto cuando oigo la canción de Prince (cantada por la O’Connor) Nothing compares 2 U, en la que cuenta que el doctor le dice que se divierta, no importa cómo, y por eso es un tonto. El otro día vi una publicación donde mucha gente comentaba lo que le ocultaba al psicólogo, y encontré algunas conclusiones interesantes. Veamos.
Carl Rogers, quien promulgó un estilo de terapia basado en la empatía y el diálogo con el cliente, consideraba fundamental la transparencia del profesional para buscar la del paciente. Señalaba tres claves para una psicoterapia exitosa: la comprensión empática, la aceptación positiva incondicional y la congruencia. De alguna forma, ya hablé de esto en la publicación acerca de sentirse cuestionado como profesional. La congruencia apunta a que el psicólogo se muestre como es, sin caretas ni bajo un aura de misterio superpoderoso. Pues entendía que si el cliente atestigua una congruencia entre quién es el terapeuta y quién dice ser, se sentirá llamado a presentarse de la misma forma él. Esto facilita el encuentro y con él posibilita el trabajo conjunto.
No es raro que el cliente se sienta amenazado por el terapeuta. No necesariamente por la actuación de este, sino por el rol que cumple. En teoría, al menos, está ahí para hacerte ver tus pensamientos y comportamientos inadecuados. Si dicho rol no se respalda con una actitud comprensiva y sin juicio, resulta intimidante. ¿Quién va a querer entregar su salud mental en manos de alguien que le dice que no debería sentir lo que siente o hacer lo que hace? En consecuencia, la cautela con la que el cliente llega a la primera sesión puede mantenerse hasta el final y no lograr abrirse como es necesario. E incluso, no solo a ocultar la verdad, sino también a maquillarla y hasta cambiarla por completo. Si bien el psicólogo puede detectar esto por el lenguaje corporal o la falta de coherencia interna en lo que el cliente manifiesta, tampoco es un adivino.
En esa publicación que les relataba había varios comentarios de personas que nunca le expresaron al profesional que lo amaban. En realidad, esta es una reacción bastante común, y Freud la llamaba transferencia, pues consideraba que era pasar algo anterior (fantasías infantiles) a algo actual (la relación con el analista). Es decir, el confundir ciertos sentimientos o necesidades previos con amor hacia el psicólogo. Rogers, mientras tanto, entendió que si se maneja de una manera adecuada la relación terapeuta-cliente, esta «transferencia» resultaba menos probable. Esto, por el simple hecho de que se trata de una relación real y auténtica, no unidireccional desde un paciente hacia su analista, sino mutua entre dos personas que se encuentran para buscar juntos la salud del cliente. Es por esto que en el proceso se puede ordenar esas emociones con el fin de darles su justo nombre y no confundirlas con un amor de pareja.
Hay otro grupo grande de «mentiras»: no decirle al profesional que no está cumpliendo con lo que se ha propuesto. Caso típico: el cliente tiene una relación de dependencia emocional con su novia, llega a darse cuenta de esto en terapia y termina dicha relación. Sin embargo, luego regresa porque no puede manejar esa ruptura. No se lo cuenta al psicólogo pues, de alguna manera, siente que le ha fallado a él e incluso a sí mismo. Es bastante natural sentirse así, ya que es como ir a la farmacia a comprar una pastilla para el dolor de cabeza y no tomarla, y luego seguir quejándose del mismo dolor. De todas formas, no es igual, porque la mente humana es mucho más compleja. Y el terapeuta lo sabe, o al menos debería hacerlo. Recuerdo que una cliente me decía una vez que «hizo trampa» porque había encontrado la importancia de aprender a estar sola y de todas formas hablaba con un chico con intenciones románticas. Años después me decía: «ahora entiendo que me estaba haciendo trampa a mí misma». He ahí el por qué hay cosas que se escondan al terapeuta.
A la final, el psicólogo no necesita que le cuentes todo, pero sí que no le ocultes nada. Parece lo mismo, aunque es bastante diferente. No hace falta que sepa qué pasó en tu semana con detalle, pero si estás trabajando en tu autoestima y dejaste de tomar una decisión por el miedo a que se burlen de ti, es fundamental que el profesional lo sepa. De todas formas, este es -además- un llamado a mis colegas psicólogos: el éxito del proceso depende en gran parte de ese encuentro entre dos personas, más que de la capacidad del profesional o la receptividad del paciente. Y hay veces en las que no participamos en ese encuentro.
Hay que tenerlo presente, por supuesto: los psicólogos somos seres humanos y nuestras emociones también están en juego. El terapeuta puede verse herido por lo que pasa en la sesión o el proceso entero, frustrado si no se ven resultados, cuestionado en sus conocimientos, experiencia y actuaciones. E incluso desvalorado como persona, no solo como profesional. Y de todas maneras debe seguir firme en la lucha, porque la salud mental del cliente está en juego, y no depende solo del profesional, ya que es cada persona la que incide sobre su crecimiento y su bienestar, pero sí pasa por él. Si logramos esa conexión, a través de nuestras experiencias personales, siendo honestos, congruentes y empáticos, el cliente no tendrá necesidad de ocultar nada, pues sentirá que es su espacio y es el mayor responsable de aprovecharlo.
La psicoterapia es un proceso delicado, porque tiene que ver con nuestras cosas más íntimas e invisibles. Si tanto profesional como cliente lo valoramos así, es mucho más probable que terminemos caminando hacia la sanación. Entender todo lo que interviene nos ayuda a facilitar la ruta y tomarla con alegría y esperanza. No sabemos a dónde nos conducirá, aunque confiamos en que será un mejor lugar que este en el que estamos ahora. Cada cual desde su papel, cada cual desde su circunstancia. Ambos enfocados en lo mismo.
Cuando nos sentimos instrumentos y no artífices, el proceso terapéutico puede en verdad lograr el objetivo propuesto, con amor y esperanza.
Foto por Polina Zimmerman en Pexels