Mañana se cumple un año de que escribí un artículo sobre cómo las mascotas nos muestran algunas emociones primarias que podemos relacionar con las nuestras. Y les contaba acerca de mi perrita Blanche, su dolor, su miedo y sus muestras de cariño. Ella había llegado a nosotros apenas cuatro meses atrás. Ahora les quiero contar del Kimo, otro animal rescatado que acogimos en nuestro hogar hace también cuatro meses, y que es casi el opuesto de la Blanche. Lo encontraron mi esposa y mis hijos cuando era un cachorrito diminuto, vagando por las calles. Después de averiguar si tenía dueño, lo trajeron a la casa. Y fue un flechazo instantáneo, a pesar de que yo venía diciendo que no éramos capaces de mantener más de un animal (bueno, tres con los de la pecera), pues creí que podía haber conflictos con nuestra primera perra. Pero no. Fue mirarse y sentirse cómodos entre ellos. En seguida se pusieron a jugar, y hasta hoy parecen realmente dos hermanos. ¿Qué he aprendido?
En la publicación anterior, hablaba de san Martín de Porres, el santo peruano que bien pudo haber inspirado el Dr. Doolittle. El detalle con este personaje de novela (y películas) es que su relación con los animales lo alejaba del contacto humano. Mientras, un estudio de Lisa Wood, Billie Giles-Corti y Max Bulsara descubrió que la posesión de una mascota se asocia positivamente con algunas formas de contacto e interacción social y con la percepción de la amabilidad del vecindario. Los dueños de mascotas obtuvieron puntuaciones más altas en las escalas de capital social y participación cívica. Pues muchos beneficios físicos, psicológicos e incluso sociales se han estudiado en los dueños de animales. Tanto, que se están probando diversas terapias con ellos. Y en este punto son interesantes las investigaciones que ha hecho J. S. Odendaal. En una encuentra niveles hormonales elevados de dopamina y endorfinas (que se asocian con felicidad y bienestar) y niveles bajos de cortisol (una hormona que muestra el estrés) después de una sesión de terapia asistida de media hora junto con un perro. Los resultados de sus análisis indican que en perros y personas se incrementan los neuroquímicos implicados en el comportamiento de búsqueda de atención. Esto se puede conectar con lo estudiado por Marcos Díaz Videla y Pablo Adrián López sobre el rol de la oxitocina en la formación de vínculos de apego y en los comportamientos prosociales que facilitan las relaciones intraespecies. La oxitocina es llamada «la hormona del amor», ya que se ha descubierto su función como creadora de vínculos en el ser humano y otros mamíferos.
En consecuencia, no es producto de una enfebrecida mentalidad animalista afirmar lo saludable del contacto con mascotas. A la larga, como le dice el zorro de Saint-Exupéry al Principito: “si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro”. Los humanos domesticamos hace miles de años a ciertos animales para que sean compañía, más allá de la utilidad en la agricultura, el transporte u otras funciones prácticas. Y esa domesticación fue de dos vías, pues el hombre también se adaptó al animal y sus necesidades. Lo vivimos en carne propia cuando tenemos una mascota: si bien no son prioridad número uno (no deben serlo) ni toman parte en nuestras decisiones, es evidente que hay que tener en cuenta sus necesidades y eso nos significa ciertos cambios en la rutina. Nos hemos dejado domar mutuamente pues obtenemos beneficios mutuos.
Hablaba de lo opuestos que son el Kimo y la Blanche, y esto también me hace reflexionar sobre nuestras diferencias como personas. El Kimo es relajado al máximo. Y se ve desde cómo duerme: la Blanche se enrolla y está siempre atenta a cualquier movimiento, pues es seguro que vivió bajo amenaza varios años; el Kimo se tira muchas veces patas arriba y uno puede caerle encima que no se despierta. Una muestra de lo distinto de sus historias. La Blanche se ve que sufrió bastante, y por eso está siempre a la defensiva; el Kimo no tuvo mucho tiempo de sufrir, y es probable que no lo hizo demasiado y que quizá ya ni se acuerda de esa época de hambre, frío y pulgas. El Kimo es cariñoso y afectuoso con casi cualquiera, a la Blanche hay que ganársela. La Blanchette se esconde cuando ve una escoba, el Kimito juega con ella. ¿No somos así los seres humanos?

Mientras más heridas tenga nuestra historia, más a la defensiva estaremos. No podemos, por tanto, juzgar a quien es evasivo o agresivo sin razón aparente. La razón está en su pasado, y no deberíamos sentenciarlo hasta no haber saboreado un poco de la sangre que derrama. Hay personas que no se hacen lío de nada, y es porque probablemente nunca tuvieron líos importantes. Hay gente que no aguanta ni una broma, tal vez por haber sido mucho tiempo objeto de burlas. Respetar al otro es respetar su historia y entender que no somos capaces ni de apenas imaginar la dimensión de su dolor. Y eso va para nosotros mismos, también.
Este perrito descomplicado y al que le falta un tornillo le ha traído gran alegría a esta casa, a la misma Blanche inclusive. También algo de estrés porque parece no tener límites. Pero los tiene. Aprendió bastante rápido que sus necesidades no las puede hacer dentro de casa, y que a cierta hora nos debe dejar dormir. No le ha costado demasiado entender que tiene que estar junto a nosotros, aunque siente el impulso de salir corriendo a lo loco cuando se abre la puerta. Al principio volaba a explorar como si no hubiera un mañana, hoy ya no se aleja demasiado. Tiene límites, pero va midiendo hasta donde. Como lo hacemos nosotros también.
Mirar a nuestras mascotas es mirar nuestro yo más primitivo, con sus emociones básicas y sus reacciones irracionales. Nosotros hemos aprendido a manejarlas, o al menos eso es lo que pretendemos día a día. Nuestra parte más consciente y lógica puede encontrar conexiones y buscarle sentido a la realidad, los animales solo sobreviven y el afecto les ayuda a ese fin. Pero más allá de esa consciencia y de nuestra sed de infinito, somos muy parecidos. Aprender de ellos es aprender a comprender nuestras funciones instintivas y dejar de juzgarnos como si siempre estuviéramos con todas las luces del intelecto prendidas. Somos débiles, fallamos, y nos podemos volver a levantar. Como el Kimo cuando se le dice “¡hey!” y deja de morder el cable de la compu. Evidentemente no comprende qué es ni para qué sirve, sin embargo entiende que ese llamado de atención le aleja un poco de nuestro afecto y evita hacerlo. Asimilemos esos mensajes en los otros, aunque no sepamos bien por qué. Si los perritos pueden, nosotros con más razón.
El cariño de las mascotas trae lecciones de vida. Dejémonos enseñar.