Una de las frases más comunes cuando a alguien se le aconseja asistir a terapia. La otra es, muy posiblemente, «no creo en los psicólogos». Las veces que habré oído estas cosas… (y yo mismo en su momento las dije). La intención de este artículo no es hacer una lista de los mitos sobre la terapia psicológica, que hasta «memes» al respecto han surgido. Más bien, se trata de hacer ver la utilidad de acudir al apoyo de un profesional en la salud mental, teniendo en cuenta que todos (hasta los psicólogos) necesitamos un psicólogo. Cada persona puede sacar provecho de un proceso terapéutico, no solo los que usualmente llamamos «locos».
Para iniciar, si tomamos en cuenta los fríos números de algunos estudios que han guiado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su preocupación por los problemas mentales de la población, tenemos datos alarmantes. Los trastornos psicológicos van aumentando (sobre todo los afectivos como ansiedad o depresión), hoy alrededor de 1 de cada 10 personas lo sufren, y aquejará a la cuarta parte de la gente en algún momento de su vida. Lo más preocupante es constatar que la mitad de los que padecen un problema de salud mental no tendrán un tratamiento adecuado. Esos números varían entre los países según su grado de desarrollo y entre los individuos por su nivel de educación y economía.
¿Estos últimos datos quieren decir que al psicólogo va el que tiene un título y plata? No. Lo que muestra, a mi entender, se apoya en la pirámide propuesta por Abraham Maslow: una persona que debe preocuparse de lo más básico ni siquiera se fijará en sus emociones o pensamientos. Podemos pensar que un individuo que tiene más estabilidad cuenta con más oportunidades de ir adquiriendo una formación que la lleve a buscar ayuda en su crecimiento. Es la tendencia formativa de la que habla Carl Rogers: deseamos darle forma a la persona que queremos y podemos llegar a ser. Tanto Rogers como Maslow entendían los trastornos como la falla del individuo para alcanzar su potencial; desde el humanismo católico, el alejarse de la imago Dei que tenemos en nosotros. Ese sentido de vida, como diría Viktor Frankl. El filósofo Eugene Gendlin (a la vez discípulo y maestro de Rogers) decía que el cambio terapéutico puede considerarse como un resultado o como un proceso. Y a esto voy.
Pienso que es unánime pensar que quien va al psicólogo busca un cambio terapéutico; o sea, que la terapia le ayude a sanar o a mejorar su vida, en general. Entonces, si entendemos la terapia psicológica como un resultado, diríamos que quien no sienta que tenga nada que arreglar no verá necesario seguir un trabajo terapéutico. Por otro lado, si la consideramos un proceso, es probable comprender que todos podemos buscar ese apoyo como parte del mismo crecimiento personal que nos impulsa de forma permanente.
Tenemos la imagen (llegada desde el psicoanálisis de las primeras escuelas) del paciente como un sujeto tirado en un diván, contándole sus preocupaciones a un señor de barba que, con suerte, solo oye y apunta en una libreta. Es un paciente, justamente, un sufriente que espera una cura hasta cierto punto mágica al acudir al terapeuta. Y esto no nos aleja de otras profesiones: quien va al traumatólogo considera que le estafaron si el tratamiento no dio por finalizado el dolor. Por eso no queremos pacientes, sino clientes: gente que asume su papel protagónico en el proceso.

Hay terapias cortas y terapias largas. Primero, porque existen diferentes escuelas, diferentes enfoques, de cómo ayudar a la persona que sufre. Pero también porque nadie tiene la respuesta de entrada, y tanto cliente como terapeuta la van descubriendo progresivamente. Cada ser humano es un universo distinto, con sus propias historias, herencia, circunstancias. No hay una receta, y por más que la psicología sea una ciencia con fundamentos estudiados, lo que a uno le funciona al otro no, porque no somos máquinas.
Tomar la decisión de acudir a un terapeuta es el primer y más importante paso para crecer como personas, independientemente de si llegamos sintiéndonos mal o no. Los trastornos mentales son en realidad los síntomas de problemas más profundos que buscamos entender con el psicólogo. Y no siempre los podemos ver. He conocido muchas personas que vienen a consulta sintiéndose bien, y que en el camino van descubriendo varias heridas que no habían cicatrizado. Y una vez que lo hacen entienden realmente para qué vinieron.
Para curar el alma no se necesita un diagnóstico, se necesita el deseo de conocernos y ser mejores cada día, hasta la muerte.
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