Este es el artículo número 50 del blog. Además de querer compartir mi regocijo por haber llegado a esta linda cifra en este medio año, quiero reflexionar un poco sobre el hecho de escribir. Porque lo que sentí en un momento que fue la misión de mi vida dio varios giros hasta ser parte de algo más grande, pero con el mismo sentido. Y espero que esto se vea reflejado en esta pequeña publicación. Les cuento un poco de mi historia primero.
Siempre me gustó escribir. Al principio, en mi adolescencia, lo que resultaba era una mezcla de comedia del absurdo, ciencia ficción y ensayo. No lo hacía muy bien, pero como siempre me gustó leer (resultado en parte de la genética y en parte del ambiente) nunca he dejado de aprender a hacerlo cada vez un poco mejor. En un momento de mi vida, sentí que todo aquello que había asimilado debía servir a los demás a conocer la verdad, la bondad y la belleza. Complicado asunto, en efecto. Y comenzaron las cartas a la redacción de periódicos y revistas, luego los correos electrónicos y por último las redes sociales. Pretendía con eso salvar al mundo, pero lo único que logré fue un puñado de enemistades y unas pulidas a mi ego de parte de quienes pensaban como yo.
En el camino, fui encontrando mi verdadera vocación, que es la que me ha traído al hermoso campo de la psicoafectividad humana: cambiar el mundo de a uno, comenzando por mí mismo. Poco a poco, entendí que nadie puede mejorar si no cree que deba hacerlo ni tiene la voluntad para comenzar. Que nadie busca la verdad, sino que la Verdad lo encuentra a uno cuando se hace el encontradizo. Y que nadie cambia de opinión si no ve a otro hacer carne esa opinión. Lo que decía san Francisco de Asís: tal vez nuestra vida sea el único evangelio que lean los otros. Transformar a través del ejemplo.
Por esto, en mi espacio de consulta psicológica, me he topado con muchos testimonios de cómo las personas inician su camino de sanación el momento en el que se dan cuenta de que venían sin rumbo cierto. Más allá de cuántos pude ayudar a encontrar ese camino, todos ellos me fueron construyendo como profesional de la salud mental. Si los estudios nos brindan el marco teórico, los pacientes/clientes nos regalan sus vidas como realidad práctica. Y es ahí donde decidí que podía aportar a las rutas de más gente si compartía todo ese bagaje a través de Internet, no ya con el fin de entrar en el debate y demostrar algo, sino dentro de ese sentido vital de apoyar al crecimiento de todos.
Y descubro con beneplácito que Cristo Rey, Señor de la Historia, quien nos llama, va sosteniéndome en la constancia. El otro blog que escribía (o -quién sabe- seguiré haciéndolo, si quieren denle una visita) llegó a tener algo más de 160 artículos en más de una docena de años. Eso demuestra que la constancia no es fruto de mi propio esfuerzo, sino que viene de otra parte. En “Dentro de tus llagas” mi propósito fue hablar de todo para “enseñar” al mundo la verdad, a través de publicar –como mínimo– una vez al mes. Al principio escribí muchos artículos en menos de 30 días, al final unos pocos por año. Era desorganizado, y algunos posts me salían de un tirón y otros me costaban meses de investigación y perfeccionamiento. Hoy, mis aportes van siendo pensados y documentados con tiempo hasta que los publico, porque ahora siento que deben ser instrumentos de salud para otros, y no tanto una búsqueda de aprobación y aplauso por parte del resto.
Lo que me resulta más hermoso de todo esto es que ahora ya no me siento obligado, respiro a través de cada línea. Respiro pensando en que alguien pueda leerla y adoptarla como suya para que su vida gane algo. Somos seres en construcción, y los ladrillos son todas estas cosas que a veces no recordamos ni quién las dijo ni de dónde las sacamos. Entonces tomo aire y golpeo las teclas. Buscando darle un sentido que ni yo mismo sé cuál es.
Solo el Espíritu Divino sabe a dónde va todo esto. Gracias a quienes me leen.