¿Quién no se ha sentido abrumado por la masiva cantidad de información que estamos recibiendo minuto a minuto en nuestros aparatos electrónicos? ¿Quién no se ha sentido presionado por responder y aprovechar todo? Desde la receta de cocina hasta la carrera en línea, el abanico de posibilidades es prácticamente infinito. De esto ya hablé algo en el artículo sobre la presión online, pero en este quiero enfocarme en el buen uso de la tecnología.
Primeramente, cabe acotar el término: se refiere al conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico (según el DRAE). Como vimos en una publicación anterior, Marshall McLuhan decía que toda tecnología es una extensión del cuerpo, nos permite aprovecharlo mejor. El problema está en caer en el imperativo tecnológico: lo que se puede hacer, hay que hacerlo. Por ejemplo, si una máquina es capaz de realizar cálculos por mí, debo usarla y no necesito aprender a calcular. El papa Francisco nos alerta en su Laudato si’ sobre la confianza exclusiva en estos medios para resolver problemas, pues «el avance de la técnica no equivale al avance de la humanidad».
En los tiempos que atravesamos, en los cuales nos hemos dado cuenta de que las posibilidades tecnológicas nos abren a un mundo que se puede seguir moviendo sin necesidad de salir de sus casas, es más fácil caer en el imperativo tecnológico. Y es por eso que nos exigen (y exigimos) que se dé respuesta a cada requerimiento de manera más rápida y efectiva. No solo igual que antes, sino incluso más urgentemente. Esto genera estrés y ansiedad negativos, y es frecuente no saber cómo manejarlos.
Entonces, en lo que parecía en un inicio ser un aislamiento donde tendríamos tiempo de sobra, ahora nos sentimos más urgidos para realizar mil millones de tareas a través de los recursos que nos brindan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Urgidos por nosotros mismos, o por los demás. Encontramos un webinar que nos permitiría mejorar nuestras capacidades, la forma de tocar la canción que nos encanta en un tutorial, el libro que siempre quisimos leer en un e-book. Y se nos piden informes por correo electrónico, el trabajo de nuestros hijos en carpetas que guardamos en «la nube», quince reuniones virtuales al día y la videollamada con el familiar lejano.
Lo que parecía ciencia ficción, hoy nos resulta realidad cotidiana. Recuerdo que hace más de dos décadas leía en una revista de economía de las ventajas del teletrabajo, una curiosidad que recién se estaba comenzando a aprovechar gracias a la popularización de la Internet. Ahora esto no resulta algo común y nada más, sino que incluso se ha vuelto la única manera de llevar las cosas en varios sectores profesionales. ¿Habremos caído en el imperativo tecnológico?
Como decía en el artículo sobre la presión online, debemos aprender a elegir nuestras batallas. Reconocer nuestros límites. Esto implica saber que, aunque la tecnología extienda nuestro cuerpo y magnifique sus capacidades, tampoco nos vuelve todopoderosos. Aceptarlo en nosotros y en los otros. Sobre todo en los otros. No exigirles más de lo que pueden realmente dar. Comprender que el hecho de tener todo al alcance de un clic, no significa que siempre estén en capacidad de dar ese clic. Todo dependerá de las prioridades que le den a cada cosa, por supuesto.
Debemos aprovechar la tecnología, pero no pensándola como una mochila que se sigue llenando hasta el infinito y que nos obligamos a cargar sobre nuestras espaldas todo el camino, sino más bien como la carta de un restaurante de donde yo escojo libremente qué voy a aprovechar y en qué momento. Priorizar las relaciones personales por sobre las tareas, por importante que sean. Ejemplo de esto es que muchas veces los hijos se están quejando de que extrañan a sus papás, aunque ahora estén 24/7 con ellos en su casa. Están, pero no están. Y no siempre porque no quieran dedicarles tiempo, sino porque en verdad se les exige estar permanentemente disponibles en sus respectivos oficios. Pues, una vez más, ahora todos estamos al alcance de un mensaje de texto o una llamada, ya que si hay una extensión ubicua de nuestro cuerpo hoy en día, es el teléfono móvil o celular.
Entendámonos como seres-en-el-mundo, pero sobre todo como seres-en-relación. Usemos la tecnología (desde un cuchillo hasta una app) para poder hacer las cosas mejor y más rápido, pero que ese mejoramiento y rapidez se traduzca en mayores posibilidades para dedicarnos a los que amamos. Asumamos nuestras limitaciones con el fin de poder llevar el día a día con el peso que somos capaces de cargar, y aceptando lo que el otro me puede dar, conscientes de esas mismas limitaciones. Amar significa conocer, y conocer significa entender que el otro es un ser humano como yo, es decir, imperfecto. Y seamos felices con esos límites.
Amemos aprovechando la tecnología, sin dejarnos absorber por ella.