Nos estamos entonteciendo

Hace unos días, mi colega y amiga María José Barona compartió en su página de Facebook un artículo que escribió hace bastante tiempo Christophe Clavé, profesor de estrategia de la HEC (Escuela de Estudios Superiores de Comercio) de París. En él se señala que el coeficiente intelectual promedio ha venido bajando en las últimas décadas. Clavé le echa la culpa al atrofiamiento del lenguaje. Cuando escribí mi artículo explicando por qué ya no soy psicólogo, pues le quito esa p inservible a la palabra, reflexioné algo sobre el lenguaje. Diríamos que esta es la otra cara de la misma moneda. Es un tema que me apasiona, y en el cual hay mucha tela que cortar.

Christophe Clavé señala que «el coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años 90 siempre había aumentado, en los últimos veinte años está disminuyendo«. Y señala que es el regreso del llamado efecto Flynn, según el cual desde la Segunda Guerra mundial hasta el comienzo de este milenio el coeficiente promedio subía unos puntos por década. Clavé menciona las novelas distópicas 1984 y Fahrenheit 451, en las cuales regímenes totalitarios controlan la población a través del manejo de varios aspectos de la cultura, entre ellos el lenguaje. Noam Chomsky estudió bastante el lenguaje, y nos dijo que el niño lo aprende gracias a que poseemos estructuras cerebrales que reconoce una gramática universal, una identidad básica en el idioma. Incluso desde antes de nacer, el ser humano va desarrollando su edificio neuronal gracias a la comunicación con otros seres a través de la lengua. Es decir, la lengua es una herramienta de pensamiento, y por tanto mientras más compleja es, mayor es su aporte a nuestro desarrollo cognitivo.

Recuerdo que la misma «Pocho» Barona me prestó hace algunos años un libro que me fue ayudando a entender mejor la evolución de la lengua española (aparte del que ya mencioné de Ángel Rosenblat): Palabralogía (la vida secreta de las palabras) de Virgilio Ortega. En él, el autor afirmaba que seguimos hablando latín, en gran parte el mismo que usaba el pueblo de Hispania hace casi un milenio. Y justo mi reflexión va hacia esta perenne lucha entre el habla popular y la lengua culta.

Antes, la distinción entre el lenguaje que utilizaban las personas cultivadas y el pueblo ignorante se asemejaba mucho a la que se podía hacer entre la lengua oral y la escrita. Hoy, con un porcentaje de alfabetización mundial que se acerca al 85%, esta analogía es cada vez más inútil. En realidad, en la actualidad gente de distintos niveles de educación usan la escritura como herramienta primordial de comunicación. Esto se debe en gran parte a los sistemas electrónicos de mensajería que popularizaron el e-mail, a partir de mediados de la última década del siglo anterior; los mensajes de texto (SMS) y los ‘chats’ a inicios de este. Ahora, aunque el acceso a internet no alcanza la mitad de la población mundial, la otra mitad lo usa profusamente para comunicarse con personas cercanas o lejanas.

Es por esto que, hoy por hoy, no es que no leamos. Es que leemos cosas escritas en lenguaje coloquial, o -en todo caso- muy simple. La evolución idiomática siempre es llevada por este lenguaje, pues el hablante modifica la lengua y las academias (si las hay, como es el caso del español) terminan aceptando lo que ya es de uso común, oralmente pero sobre todo en lo escrito. Cuando la imprenta aún no había democratizado la palabra escrita, era más fácil distinguir dónde comenzaba el habla culta y dónde terminaba la popular. Hoy no es tan sencillo.

Ahora nos sorprendemos de encontrar textos que tengan vocablos «complicados». Es más, el «corrector de estilos» automático que uso para escribir esto me sugiere que cambie algunas palabras por otras más simples. Hemos bajado la vara, y debemos adaptarnos al lector más básico, en lugar de proponer a ese mismo lector que expanda sus conocimientos y se fuerce a entender lo que digo. Es una sociedad acomodaticia, y buscamos confort más que crecimiento. Esto, conviene decirlo, es natural por un lado y poco saludable por otro. Natural, porque los seres vivos buscan el equilibrio (la comodidad) para sentirse tranquilos: un perrito no saldrá a cazar pues tiene comida en su plato. Sin embargo, el hombre siempre busca su autorrealización, su actualización (Rogers, Maslow) y eso implica que no se siente conforme si puede tener algo mejor o ser él mismo una persona más completa.

De todas formas, vivimos en un mundo gobernado por el llamado «cuarto poder», que ahora no solo es la prensa, sino los medios sociales. Y ese es un mundo que busca la salida fácil y la respuesta inmediata. Un mundo hedonista, anestésico y analgésico. En un mundo así, la palabra escrita no dista mucho de la hablada, para que el esfuerzo de entenderla sea cada vez menor. Porque aquí y ahora, el que se aburre se va y deja de seguirte. O sea, deja de leer lo que le puedas aportar.

La plasticidad neuronal aumentó mucho, en promedio, en el siglo pasado debido en gran parte al avance de la imprenta. La gente no solo tenía más facilidad para acceder a libros de todo tipo (científicos o de ficción), sino que muchas publicaciones periódicas (revistas, diarios, etc.) podían llegar a cada hogar. Y el lenguaje en ellos obligaba al lector, por un lado, a esforzarse por entender una palabra nueva atendiendo al contexto y, por otro, a buscarla en el diccionario o una enciclopedia si no la lograba comprender. Eso no solo ampliaba su vocabulario, sino que era un ejercicio mental que desarrollaba su capacidad cognitiva.

Hoy, es raro que el lector de redes sociales, blogs o noticias se tope con un término que no entiende. Y si eso pasa, basta un par de clics y ya tiene el significado. Esto ha producido una generación de lectores acomodados a no aprender a pensar más allá de lo establecido por el mainstream, por lo común y corriente. Pues esto rebasa la gramática o la ortografía, o el léxico utilizado. Estamos ante un límite en las ideas, en el pensamiento fuera de la caja. No solo que no queremos hablar mejor, sino que nos rehusamos a pensar y expandir los límites de nuestro entendimiento.

La comodidad en sí no es mala, pues es la que (junto con la necesidad) ha generado la tecnología y la invención. Si el hombre pudo ponerle ruedas al carromato y tener que hacer menos fuerza para jalarlo, y se le ocurrió domesticar animales que lo hagan por él, eso le permitió usar esa energía en otro tipo de cosas. La comodidad es la base del desarrollo de la humanidad. Pero si la intención del desarrollo infinito es suplantada por la de la inacción infinita, entonces eso que representaba una ampliación de sus órganos ahora es una atrofia de su uso (McLuhan).

Busquemos ampliar nuestros horizontes no solo con viajes físicos sino también intelectuales. No sigamos entonteciéndonos con una utilización simplista del lenguaje, por el contrario esforcémonos por escribir y -sobre todo- leer cosas que nos exijan, que nos obliguen a pensar, imaginar y aprender. Solo así la humanidad recuperará ese efecto Flynn para poder seguir creciendo como sociedad. Y, por qué no, que eso nos impulse hacia un encuentro, a ser más humanos, porque mientras más conocemos, más amamos.

Que la lectura vuelva a ser un ejercicio importante para desarrollar nuestras mentes.

Imagen por VSRao en Pixabay

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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