Odio al diferente

Cuando vemos a miembros de un colectivo humano realizar marchas, declaraciones y manifiestos, solemos actuar de dos maneras: o apoyarlos o atacarlos. Como ya vimos en los artículos sobre Maradona, la mediación y -más que nada- el fanatismo, es natural que el grupo de pertenencia nos defina, y por tanto quien no es parte de él representa para nosotros una amenaza. No debemos dejar de recordar que cuando el fanatismo ha ostentado el poder, en realidad los distintos han sido vistos, tratados y hasta borrados como peligrosos. Y me viene a la mente esa parte de la canción Tirá para arriba de Miguel Mateos: «Alguien tira para abajo, y yo me trato de zafar / Alguien que grita: es de los nuestros / Alguien que lo va a golpear». Ese «es de los nuestros» es clave en la guerra, y la vida muchas veces es tomada como un campo de batalla con bandos definidos: nosotros y los demás.

A decir de Gordon Allport, los estereotipos tienen funciones de categorización, defensa de los valores y de mantenimiento del propio statu quo. En otras palabras, nos ayuda a comprender el mundo y a encajar en la sociedad. Maslow, en su pirámide de necesidades, coloca en la mitad (luego de las fisiológicas y de seguridad y antes de las de estima y actualización) las sociales, que también se llaman de afiliación o pertenencia. Toda persona necesita pertenecer a un colectivo. Existen grupos naturales (familia, sexo, cultura, etc.) y otros que se fortalecen o crean por razones afectivas (amigos, religiosos, políticos…). Lo que permite distinguir esos grupos es el estereotipo. Dorwin Cartwright y Ronald Lippitt, al estudiar la dinámica de grupos, encontraron que el individuo «necesita ser aceptado como miembro valioso de algún grupo que él aprecia». Nos creamos una imagen de lo que debemos ser basados en las creencias y valores del grupo de pertenencia, y un mecanismo para hacerlo es la discriminación. Henri Tajfel, psicólogo social británico, concibió el concepto del «efecto oveja negra» por el cual el colectivo discrimina al individuo que no encaja en el patrón y -por tanto- representa la imagen de todo aquello que pone en peligro la cohesión del grupo. Carl Rogers, por esto, señala que el estereotipo es uno de los elementos que hacen que el individuo permanezca en una actitud defensiva, y esto lo aleja de la búsqueda de su autorrealización.

Cuando la discriminación, necesaria para entender los grupos humanos que componen una sociedad, se transforma en algo negativo, surge el fanatismo. Podemos pensar que, por ejemplo, un blanco odia a un negro y por eso lo separa, lo maltrata, lo agrede e incluso lo asesina. En realidad, le teme. No lo conoce como individuo, sino que lo ha definido a partir de un esquema mental creado por el grupo al que pertenece. Tal vez fue su familia, desde pequeño, o un colectivo que le atrajo en su juventud y que le mostró ese esquema para definir a «los otros». Es un temor a que el grupo de pertenencia pierda supremacía, y con esto deje de disfrutar de los privilegios que -perciben- les pertenecen.

Algo similar surge cuando las creencias del grupo persiguen una reivindicación. En muchos casos, el ser parte de un estereotipo ha causado que se viva en carne propia esta discriminación negativa y se busque terminar con estas injusticias. En otros casos, existe una necesidad interna de hacer que el mundo sea un poco mejor derrotando esas malas prácticas, aunque no se las haya vivido. A simple vista, motivaciones justificables. El problema es que detrás de todas ellas sigue estando el miedo: yo defiendo una causa pues pertenezco a un grupo que la defiende y no quiero ser excluido. A la final, siento miedo al rechazo, estoy respondiendo al tercer escalón de la pirámide de Maslow. Si no me uno, seré la oveja negra.

Con esto no quiero decir que toda lucha por la justicia sea movida por la búsqueda de la aceptación de los individuos. También hay personas que, de manera racional, y aun sin ser parte de ningún grupo humano, persigue un ideal de vivir bajo la consigna de la verdad, la belleza y el bien. Existe una señal muy clara para saber si un individuo es parte de esto, o es víctima de sus miedos: el fanatismo. Cuando veo que alguien alza su voz para defender a quien ha sido maltratado por ser gordo, pequeño, cristiano o musulmán, y para esto no le hace falta atacar a nadie de ninguna forma, estoy seguro de que actúa así porque en ese maltratado ve a un necesitado. En cambio, si para defenderlo comienza a agredir a los flacos, los altos, los ateos o los judíos, lo que se me muestra es su terror. El hecho es el mismo, la intención y las consecuencias son otras.

Hemos pasado el mes «del orgullo». Así se ha dado en llamar a junio, mes que enmarca el Día Internacional del Orgullo LGBT (que también tiene otras denominaciones), el 28 de junio, para conmemorar los disturbios de Stonewall de 1969. Lo que en un inicio representó una justa protesta ante la discriminación negativa de un grupo humano por su identificación sexual, se ha convertido en un movimiento contracultural. Este ha pasado a cometer los mismos errores que dieron origen a esas reivindicaciones: prejuicios, discursos discriminatorios, insultos e incluso agresiones físicas. Esto se explica desde el modelo de oveja negra: quienes antes eran excluidos por ser vistos como amenazas, ahora necesitan generar un sentimiento de pertenencia a través de un sistema de creencias (la ideología de género) y valores (el orgullo LGBT). El miedo por lo que vivieron los impulsa a odiar a quien no está con ellos. Incluso, esa minoría que lo vivió ahora se ve apoyada por una inmensa mayoría que no estuvo ahí y ataca al muñeco de paja del heteropatriarcado, aquel en el cual se ven reflejados todos los miedos de las minorías sexuales.

Este mundo es muy complejo en todas las realidades físicas, no se diga psicoafectivas y espirituales. Sin embargo, esa herramienta que son los estereotipos debe ser un punto de partida para ir hacia el encuentro con el otro. Un encuentro que solo se puede dar si me abro a conocerlo en sus debilidades y fortalezas, en sus claroscuros. Un encuentro que parte de entender que yo no soy perfecto, y tampoco lo será ninguna otra persona. Aceptar de forma incondicional al prójimo, aunque no me guste cómo piensa y lo que haga, e incluso se lo pueda decir. El diferente no es un enemigo, simplemente no es como yo, y no tiene mi historia. No está mal el sentido de pertenencia que nos afianza en el apoyo en un colectivo, siempre y cuando esa cohesión no surja del ataque a quien no es parte de él. Podemos ser hermanos a pesar de nuestras diferencias, y justamente porque somos lo mismo: seres humanos. Amar al diferente.

Hemos de encontrarnos en nuestras similitudes para poder vencer nuestras distancias.

Foto por Keira Burton en Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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