Lugares y gente

Detrás de todas las experiencias de la vida, están estos dos elementos. Un hogar, por ejemplo es a la vez un espacio físico y un grupo humano. Trabajamos en un local y lo hacemos con otras personas. Cuando salimos de vacaciones, el ideal es conocer sitios diferentes y las costumbres de sus habitantes. Pero, ¿qué ocurre en esta época que se ha dado en llamar «nueva normalidad»? ¿Podemos decir que nuestra vida se centra aún en lugares y gente?

El concepto de nueva normalidad nace en la literatura de ciencia ficción, concretamente en La Luna es una cruel amante de Robert A. Heinlein (1966). Luego se comenzó a usar para referirse al proceso paulatino de acostumbrarse a las secuelas de un golpe sanitario (como la gripe aviar de 2005) o financiero (como la crisis de 2008). Doctores del Centro Médico de la Universidad de Kansas (KU Med) comenzaron a hablar de esto en mayo de este año, aludiendo a la nueva forma de relacionarnos que tendríamos luego de salir del aislamiento total y, más aún, después de la distribución de las propuestas vacunas contra la CoViD-19. Si a esto le sumamos el efecto del llamado síndrome de la cabaña, el caso es que ya no podemos ver los lugares y la gente del mismo modo que antes.

Yo no quisiera ver al período que vivimos como una nueva normalidad, pues nos obliga a distanciarnos de los otros y dejar de frecuentar ciertos sitios. Yo digo que este es un período especial, y ya lo hablé en artículos previos. Es especial, porque no solo pocas generaciones viven algo similar, sino que lo hacen una única vez en la vida. Claro, atendiendo a la historia, porque las pandemias no son predecibles. En consecuencia, no pienso que podamos considerar que esta época (dure unos meses o varios años) sea algo normal. Entiendo que se refiere a regresar a las labores cotidianas con las debidas precauciones, para no paralizar totalmente el mundo, pero creo que pensar que algo así es normal no nos va a hacer bien.

El síndrome de la cabaña condiciona a las personas que han estado mucho tiempo confinadas el momento de volver a salir. Es lo que viven los que pasan largos períodos en un submarino o una estación espacial, o quienes han sufrido secuestros o han debido ocultarse de algún peligro en un área reducida. Relacionado con la agorafobia (el miedo a espacios abiertos), este síndrome hace que un individuo, aunque ya pueda circular libremente, no lo haga y decida seguir quedándose en casa. Yo había tratado, en la publicación acerca de si es posible el distanciamiento social, del fenómeno contrario: la necesidad psicológica de salir y juntarse con otros a pesar de los riesgos.

Sean las condiciones que sean, el caso es que esta «nueva normalidad» nos ha llevado a relacionarlos de una manera distinta con nuestro entorno. Salir de nuestra cabaña, en muchos casos, ha implicado vencer un miedo al contacto con otras personas que nos puedan contagiar del famoso virus. En otros casos, significa lo contrario: pretender que no pasa nada y reunirnos en los lugares de siempre con la gente de costumbre, sin mayores precauciones pues son nuestros más cercanos, a quienes les tenemos total confianza. Es que sentimos en un plano inconsciente que el virus solo nos puede venir de gente que no conocemos y que por eso nos hace daño. De cualquier manera, el entorno ya no es nuestro medio normal, el cual habitamos con tranquilidad, sino que lo vemos con sospecha de una u otra forma.

Con miedo o temeridad, evitando salir o saliendo con cualquier pretexto, en esta etapa no podemos relacionarnos con lugares y gente como lo hacíamos antes. Es probable que no lo hagamos por mucho tiempo. Y, además, por varias razones y de múltiples maneras, no volveremos realmente a ser los mismos. Aunque seamos capaces de volver a saludarnos cara a cara, darnos un abrazo, una caricia y un beso, aunque nos sea posible regresar a los sitios que frecuentábamos para vernos con las personas que amamos, tal vez no volvamos a encontrarnos como antes. Desde el hecho de haber pasado tanto tiempo conectándonos a través de una pantalla, de haber postergado los contactos y mantenido el distanciamiento, cuesta pensar en una humanidad que actúe como si nada hubiera pasado.

Pienso que debemos percibir esta temporada como una estación de transbordo hacia una nueva época. Una época en la que será obligatorio vernos como una humanidad fortalecida, y en la cual cada uno demuestre cuánto ha crecido con las lecciones que le ha enseñado la pandemia. Una época en la que vuelva a ser normal el contacto directo con lugares y gente. Cuando el miedo deje de estar tan presente. Cuando el ser humano pueda volver a habitar la tierra con confianza y responsabilidad. Tomando cada día como viene, y gustando los minutos con los nuestros como si fueran los últimos… aunque no lo sean.

Viviendo y habitando lugares y gente.

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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