¿Necesito defender mi labor?

Debo confesar que durante muchos años, y desde que era estudiante, no me asumí dentro de ninguna corriente psicológica (por otra parte, algo bastante común en primerizos). En realidad, gracias a mi característica apertura, eso funcionó en mí no solo en cuanto a lo profesional, sino incluso en lo religioso, político y aun en mis gustos: cristiano “no alineado”, “ni de derechas ni izquierdas ni centros”, “amante de Bach y los Iracundos”. Sin embargo –excepto en los gustos– la experiencia me ha enseñado que uno debe alinearse en aquello que uno siente que más compagina con su esencia. Y esto también me ha pasado con la escuela psicológica. Definirse sin necesidad de perder la apertura.

Quienes hayan leído algunos artículos de este blog habrán notado que dicha escuela es la humanista, fundada en una antropología personalista y cristiana. No con esto quiero decir que desdeñe herramientas de otras tendencias que puedan ser útiles en cada caso particular. Esto, hoy, define mi práctica profesional, y también (como es lógico) me enfrenta con cuestionamientos por parte de colegas y clientes/pacientes. Pero… ¿preciso justificarme, necesito defender mi labor profesional? Debería entender, por un lado, que toda actividad está sujeta a críticas, unas veces positivas y otras negativas; en algunos casos destructivas y, en otros, constructivas. Por otro lado, mi reacción es similar a la de cualquier ser humano enfrentado consigo mismo a través de la opinión del resto.

Para mí fue clave ver cómo Carl Rogers, uno de los padres de la psicología humanista, enfrentó las valoraciones de sus colegas y pacientes. En un principio, estas le tiraron abajo, pero luego le permitieron reafirmarse en un pensamiento: su prioridad eran sus clientes. Y eran ellos los que buscaban su salud y por tanto los únicos que podían encontrarla, él solo los acompañaba y guiaba en ese proceso. Se dio cuenta de que no era él quien tenía que decirle qué hacer al paciente, ni cómo ni cuándo; si actuaba así, en realidad estaba buscando afianzar su propia autoestima, demostrarle a alguien o a sí mismo su inteligencia o conocimientos. Todo esto enmarcado en un concepto clave de la corriente humanista: la actualización de la que Maslow habló y él mismo profundizó. Soy un ser en construcción, y como profesional –obviamente– también.

Maslow y Rogers pedían a sus colegas, científicos experimentales, que hagan estudios y comprueben sus teorías. No como una forma de lavarse las manos o de comodidad, sino más bien con una postura segura en sus convicciones: “esto a mí me funciona, necesitamos que se falseen estas experiencias”. Es decir, que se compruebe que son verdaderas o demuestre que con falsas. Hoy en día, muchos estudios se han hecho demostrando que funcionan, pero también atendiendo a lo que decía Rogers, no siempre lo hacen. Porque somos seres únicos y no a todos nos sirve igual. A uno le puede curar la penicilina, y otro morir con ella.

Partiendo de esto, y siguiendo al mismo Rogers, entiendo que para que yo de verdad sea capaz de ayudar al cliente, debo tener tres cualidades básicas: congruencia, empatía y respeto. Y le añado una cuarta: entender que el que cura es Dios, yo soy solo su herramienta. Sin embargo, todo esto no es garantía de que siempre pueda ser un elemento sanador en la otra persona. Y, aun siéndolo, es posible que esta no lo sienta así en algún punto y comience a cuestionar el proceso. Esto no es malo en sí, pues toda terapia, todo terapeuta y todo paciente puede mejorar a través del cuestionamiento saludable. Lo malo comienza cuando el psicólogo se lo toma mal o el cliente dificulta o corta el proceso por esta razón.

Uno de los principios que manejamos los humanistas, dentro de la empatía, es la correcta confianza y cercanía que debemos hacer sentir a nuestros clientes. El no presentarse como una autoridad omnisciente permite que la persona se pueda abrir de mejor manera a la terapia. Pero esto tiene su riesgo, precisamente, cuando el cliente se cree no solo con derecho, sino obligado a juzgar la labor del terapeuta si en algún punto él mismo se siente confrontado en el proceso. Nosotros debemos entonces, primero, entendernos como seres humanos (es natural que nos duela) y luego pasar a reaccionar de manera en que esto en realidad pueda colaborar no solo en el proceso, sino en mí mismo como profesional y como persona. Recuerdo entonces a Gretchen Rubin, autora de The Happiness Project, pensando que este paciente en verdad quiere ayudar a que mi intervención mejore y lo pueda acompañar de una forma más adecuada.

Siempre que recibimos críticas podemos reaccionar de una buena manera o de una mala, y esto no funciona solo en los psicólogos, sino en todos y cada uno de nosotros. La mala surge de sentirnos atacados, agredidos, y por esto necesitamos devolver el ataque, o continuar como que no fuera conmigo, o hacer cual si nada pasara y después irme a la cama a llorar por mi incapacidad. En cambio, siempre podemos encontrar caminos de crecimiento: reconocer la cuota de verdad que tiene el cuestionamiento y hacer sentir al cliente tranquilo con su afirmación; o tratar de aclarar la crítica, entender de dónde surge y poder corregir lo que sea necesario.

Pienso que la más saludable para ambas partes en un proceso terapéutico es actuar –justamente– con congruencia, empatía, respeto y ofreciéndolo al Sanador. Congruencia, porque no puedo esperar que el cliente aprenda a reaccionar de forma correcta si yo no lo sé hacer. Empatía, entendiendo que el cuestionamiento se fundamenta en el malestar de la persona, y debo buscar comprenderlo. Respeto, logrando que mis palabras le den seguridad en el proceso que está llevando (no tanto en mí como persona, aunque parte de ahí) pero haciéndole ver que siempre es positivo poder ajustar algunas tuercas. Y, obviamente, actuando como un buen católico que lo pone en manos de Dios y entiende que nadie es perfecto, salvo Él mismo.

En conclusión, esto que me ha servido como psicólogo, le puede ser útil a otros colegas, aunque creo que son lecciones de vida que podemos aplicar todos. Cuando alguien cuestione nuestra labor, debemos buscar entender por qué lo hace, agradecer la ayuda que quiere darme, y asumir la parte de verdad que tenga para poder llevarla a mi mejoramiento personal, como ser en construcción y en permanente actualización. Con más razón si ese cuestionamiento puede cambiar la dirección de un trabajo de acompañamiento del cual depende el bienestar de otro. Asumir nuestras debilidades no nos hace peores, nos enfrenta con nuestra propia esencia, nos vuelve más obedientes a la realidad.

Acepto las críticas para crecer.

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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