Como profesionales, es inevitable que la labor que realizamos se vea influida por nuestra concepción del mundo. Esto se ve de forma más clara en las ciencias que no se basan en la experimentación empírica y cuantificable, como es la Psicología. A pesar de que el sustento experiencial es fundamental en nuestra ciencia, la mente humana seguirá siendo un misterio, pues cada persona es única e irrepetible. Si bien la Psicología como disciplina científica tomó cuerpo cuando comenzaron, a fines del siglo XIX, los estudios del comportamiento humano en el laboratorio, nunca dejó de estar conectada a la realidad del hombre como individuo que se desarrolla en el mundo. Por dicha razón, no es de extrañar que algunos psicólogos olviden la raíz científica de nuestra profesión y se dejen llevar por una ideología concreta.
Para comprender bien esto, conviene demarcar correctamente qué debemos entender como ciencia y qué como ideología. La última es un conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc. El término lo define por primera vez Antoine Destutt de Tracy en 1796, en pleno Terror francés, basándose en dos cosas: las sensaciones que experimenta la gente al interactuar con el mundo material; y las ideas que se forman en sus mentes debido a esas sensaciones. Por su parte, ciencia es el conjunto de conocimientos sistemáticame organizados, obtenidos mediante la observación y el razonamiento, y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente. Es interesante conocer el origen etimológico de esta palabra. Del latín scientĭa (conocimiento, saber, pericia), y este de la raíz indoeuropea skei– (cortar, dividir), por lo cual está emparentada con escindir.
Cuando los psicólogos humanistas llegaron a cuestionar la visión de las escuelas anteriores, el concepto de neurosis (enfermedad de los nervios) se consideró demasiado influido por una ideología, era una alienación, según Erich Fromm. Este es un ejemplo de la oposición entre estas dos fuerzas, la ideología y la ciencia. Después de todo, la ideología se compone de una concepción del sistema, y de un plan de acción, sea para conservarlo o para cambiarlo. Según la teoría de la justificación del sistema, propuesta por John T. Jost y Mahzarin R. Banaji, las ideologías reflejan procesos motivacionales inconscientes. Jost, junto con Alison Ledgerwood y Curtis D. Hardin, proponen que las ideologías funcionan como paquetes de interpretación que se comparten con el fin de «comprender el mundo, evitar amenazas existenciales y mantener relaciones interpersonales valiosas». Por esto pueden conducir de manera desproporcionada a la adopción de visiones del mundo que justifiquen el sistema.
Esta justificación del sistema muchas veces tiene que ver, más que con el statu quo percibido, con la forma de sustituirlo por uno más acorde con la visión de la realidad que se comparte con un grupo de pertenecencia. De esta manera, una herramienta que nos permite sentirnos adaptados al entorno nos puede llevar a hallarnos en disputa con él. Grafiquemos: un personaje violeta ha crecido en un medio azul. Cuando conoce el rojo, decide que es lo mejor, simplemente porque no se sentía del todo azul. Los rojos le transmiten esa idea: el rojo es el bien supremo y tienes una parte de rojo en ti. Dicho sentimiento le hace querer negar su componente azul y luchar contra la opresión antirrojo. Aunque algún otro violeta le diga que sigue teniendo un trasfondo azulado, el primer violeta no lo aceptará porque ya los rojos lo han convencido de lo contrario.
Podemos ver en esta simplificación que la ideología fundamenta su oposición al sistema en algunos conocimientos científicos, pero sobre todo en el componente emocional. La ciencia, mientras tanto, no se opone a un sistema, sino que basándose en datos busca acercarse a la verdad independientemente de las emociones que esto produzca. El violeta tiene una porción azul y otra roja, y eso es ciencia. A cierta persona puede gustarle más el azul y desagradarle el rojo de manera total, quizás por haber tenido una mala experiencia con algo rojo. Esto es absolutamente personal, si bien no tendría por qué conducirle a negar la realidad del violeta. La ideología podría defender el rojo por sobre cualquier gusto personal, e incluso soltar cualquier adjetivo denigrante a quien no le guste. Es obvio que para llegar a esto habría que negar la existencia del violeta, mezcla de rojo con azul. La ideología muchas veces niega la realidad para encontrar coherencia con el componente emotivo.
Volvamos al inicio. Cuando en la psicología lo ideológico tiene más peso que lo científico se puede utilizar la práctica profesional con el fin de cumplir un plan de acción. Esto se ve con frecuencia, lo cual es triste. El cristiano que apunta como causa del trastorno mental al hecho de no asistir a un culto religioso; la feminista que culpabiliza al heteropatriarcado del malestar de la paciente; el rojo que pone la responsabilidad de la patología sobre el azul. Como dije, mi manera de concebir la realidad determina mi orientación profesional, pero esto es muy diferente a confundir el fin de mi trabajo, la salud mental, con la imposición de dicha visión del cosmos.
Considero central en toda labor terapéutica tener bien claro este fin máximo: el bienestar del cliente. Si me sustento en mi antropología y en mi cosmovisión para ayudar a dicho fin, perfecto; pero no mediante una imposición, sino como eje de mi práctica. Yo soy católico, y baso mi antropología, que es el marco referencial de mi teoría psicológica, en la visión cristiana del hombre. Si esto se transforma en una herramienta para que mi paciente/cliente llegue a entender mejor su psicología, excelente; si no, él buscará otra orientación que le pueda ayudar. Pero si yo uso las sesiones con el único fin de hacer proselitismo religioso, me estoy equivocando (aparte de que no es ni moral, ni ético). Creo que es importante que todos mis colegas tengan en cuenta esto, para poder de verdad ser instrumentos idóneos que buscan la salud mental de las personas.
Que la ciencia se imponga sobre la ideología en nuestra labor profesional.
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