WhatsApp no es la vida

Retomo esta serie sobre medios digitales, sus características y consecuencias y como enfrentarlas saludablemente. Le toca el turno a WhatsApp, la aplicación de mensajería instantánea más usada del mundo. He de reconocer que en este medio he encontrado una de las mejores herramientas (aparte del buscador de Google) que se han inventado en la era informática. Me permite estar comunicado todo el tiempo, y además hacerlo sin la ansiedad que me genera la inmediatez y la exposición de la llamada telefónica (sí, los psicólogos también tenemos nuestros líos mentales).

Cuando Marshall McLuhan hablaba de que la extensión de nuestros órganos a través de la tecnología conlleva la amputación de otros, yo recuerdo un fenómeno que es muy visible en WhatsApp: la capacidad de enviar mensajes inmediatos a cualquier parte de la Aldea Global (siempre McLuhan) no garantiza que estos sean correctamente entendidos. Esto deviene en algunos “síndromes” hallados por Maricel Gimenez y Rocio Zirpoli: el síndrome de la llamada imaginaria, la nomofobia y el síndrome del doble check. A estos se pueden añadir el FOMO (Fear Of Missing Out, miedo a perderse de algo), ese fenómeno analizado incluso desde 1996, pero concretado por Patrick J. McGinnis en 2004. En WhatsApp en particular, este hecho puede generar (según el estudio de Martín, Pazos, Montilla & Romero) una forma obsesiva de celotipia. O la que muestra otro de la Universidad de Glasgow de 2019 que descubrió que los encuestados sentían la presión social de estar siempre disponibles.

Hablemos de esos síndromes:

  • El síndrome de la llamada imaginaria es aquel por el cual se experimenta que el celular (o móvil) ha sonado, sin que sea cierto.
  • La nomofobia (no-movil-fobia) es el sentimiento de ansiedad que existe en la persona cuando está alejada de su teléfono (o este no tiene señal o batería).
  • El síndrome del doble check (o de doble visto o palomita) es el que causa que una persona se sienta rechazado cuando WhatsApp reporta que su mensaje fue enviado, recibido y leído, pero sin respuesta. Aquel «me dejó en visto».
  • El FOMO es la actitud de estar atentos siempre al celular para no perderse nada y presentarse como disponible todo el tiempo, a riesgo de sentirse excluido si no.

Estas formas de ansiedad, a la larga, son muestras de la sensación de constante inmediatez en la que vivimos, y que surge (como bien veía McLuhan) de las tecnologías de la comunicación que acortan distancias y tiempos. Lo que en épocas de los mensajes orales o las cartas podía tomar meses o incluso años en ser recibido y respondido, en la constelación Marconi se reduce a horas, minutos y hasta segundos. En este mundo instantáneo, el hombre ha perdido el cuidado por la palabra, y con ella, de la escucha activa. Inclusive en las notas de voz de WhatsApp hay una banalización del mensaje, pues debe ser grabado y oído sin contexto, y sin tomar en cuenta las circunstancias del otro.

Cuando Jan Koum pensó WhatsApp, su idea fue crear una aplicación que supiera cuál es el mejor momento para poder comunicarse con alguien, basándose en cuándo está conectado y disponible. Este principio, que se mantiene a pesar de todos los añadidos que ha tenido la plataforma desde entonces, es su mejor herramienta pero también su recurso más peligroso. Las personas tienden a creer que tienen control sobre los demás a partir de saber que están viendo su celular y pueden enviarles un texto. Esto no ocurría con los correos electrónicos, peor aún con los SMS, y ni siquiera el teléfono tenía esa capacidad, pues podíamos llamar, escribir o “textear” a alguien, y aunque este pudiera contestar era capaz de “fingir demencia” y no hacerlo.

Y eso es precisamente por lo que hoy WhatsApp es una fuente de ansiedad tan constante: la gente puede querer seguir descartando mensajes y llamadas –por las razones que sean– y, o no es capaz por no despreciar al otro, o se siente ignorado porque los demás sí lo hacen. Si les contara cuántos clientes/pacientes en consulta me hablan del deterioro de sus relaciones, medidas a través de la interacción en esta aplicación, posiblemente nunca terminaría. Me atrevería a pensar que la gran mayoría de personas (si no todos) sienten una dosis de rechazo cuando envían un mensaje y no reciben respuesta. Eso sin contar que los grupos dentro de la plataforma son un pequeño Facebook (o incluso Twitter) y que los estados se asemejan a las historias de Instagram, con sus consecuencias ya tratadas en artículos anteriores.

Existen algunas estrategias para combatir aquellos síntomas de ansiedad relacionados con WhatsApp:

  1. Nunca tomar el mensaje de forma literal. La desventaja de estos medios textuales (aun con la ayuda de emoticonos, stickers y gifs) es que nos perdemos el lenguaje gestual, que es fundamental en la comunicación incluso entre los animales más primitivos. Por esto, no nos podemos quedar con nuestra interpretación del texto, debemos tratar de profundizar para evitar malentendidos que lleven incluso a peleas mucho más graves.
  2. Asumir la característica de saber sobre la conectividad del usuario. Poder conocer cuándo una persona puede recibir y leer mi mensaje, pero también que esta sepa lo mismo de mí, debe ser manejado tomando en cuenta la libertad. Puede ser una ventaja que quiera aprovechar, pero también una opción que desee desechar (todo es configurable).
  3. Respetar la libertad de manejar los tiempos de respuesta. Esto implica ser libre de decidir cuándo responder, pero también cuidar esa libertad en el otro. No perpetuar interminables cadenas de textos del tipo “¿Estás ahí? ¿Por qué no contestas? ¿Leíste mi mensaje?”. Y si alguien lo hace con nosotros, señalar claramente que, aunque parezca algo urgente, siempre puede esperar un poco. Si bien habrá veces en las que en verdad sea urgente, y eso debo saberlo medir también.
  4. Aprender a ocuparme de manera inteligente de cada tema. Esa libertad de manejar tiempos me enseña a que si tengo diez conversaciones abiertas, entre grupales e individuales, y cada una tiene un asunto distinto, mi mente se volverá loca tratando de estar presente y activo en todas. No pasa nada si dedico mi tiempo a responder una a una, dando prioridades entre lo urgente, lo importante y lo accesorio y secundario.
  5. Hacer uso consciente de cada recurso que ofrece la plataforma. Si necesito enviar un mensaje de audio, debo saber que tal vez la persona no esté en un ambiente adecuado para oírlo, y por lo mismo yo no puedo escuchar un mensaje de voz en cualquier sitio y rodeado de cualquier gente. Defiendo la privacidad. Si estoy en un grupo, no inicio una conversación con uno solo de los miembros, ignorando al resto. No reenvío contenido que sé que puede disgustar a los otros.

En fin, creo que el secreto del manejo adecuado del WhatsApp está en el respeto. Primero, el que muestro a mis propios tiempos y circunstancias, y desde ahí parto a brindar y exigirlo a los otros, pues si yo mismo no me respeto es probable que no pueda esperar respetar o ser respetado. Entender que esta plataforma no fue pensada para largos debates o interminables cadenas, ni tampoco es un teléfono fijo o una red social. Está hecha con el fin de optimizar la comunicación, pues podemos hacerlo de una manera más ordenada e inteligente que por otros medios. Siempre y cuando, claro, entendamos que si privilegiamos la libertad, poco espacio quedará para susceptibilidades y malas interpretaciones. Y siempre comprendiendo que –a pesar de todo– nada se equipara a una conversación cara a cara.

Usemos el WhatsApp como una herramienta para una comunicación más fluida y respetuosa.

Photo by Rachit Tank on Unsplash

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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