En este inventario sobre las peculiaridades de los principales servicios de redes sociales, sus escenarios psicoafectivos y cómo actuar en ellas que vengo afrontado, prosigo con Facebook. Esta, si bien no fue ni la primera de la historia ni la primera que usé, sí fue la responsable de la explosión de estos servicios en el mundo y –consecuentemente– la que me enganchó definitivamente en los medios electrónicos. Comencé a usar Facebook allá por el 2007 y ciertamente, perdí mucho tiempo de mi vida ahí, en juegos y debates; sin embargo, luego aprendí a manejar mi relación con estas redes y eso me ha dado una buena perspectiva al respecto.
Facebook tiene una historia algo oscura en sus inicios, e incluso ha sido cuestionada por el manejo de la información que le confían los usuarios. A pesar de todo esto, sigue siendo la red social más utilizada, mayormente en la población entre 18 y 49 años. Es importante entender que la motivación inicial de este servicio fue conectar gente a través de compartir su información personal. Es por esto que Facebook se ha tornado un medio importante para volver a tomar contacto con personas de las que se había perdido la pista, e incluso conocer gente con la que se comparten gustos, aficiones y (es más) formas de ver la vida. No es extraño que, al reclutar personal, los encargados se fijen en perfiles y muros de Facebook. Esto ha vuelto a esta red un lugar donde queremos presentar nuestra mejor imagen, pero donde también defendemos nuestras posturas, en una suerte de híbrido entre Instagram y Twitter. Entre la realidad y el show.
Decía Marshall McLuhan que las sociedades siempre han tomado forma más por el carácter de los medios con que se comunican sus miembros que por la comunicación misma. En este sentido, Facebook ha gestionado una sociedad en la cual la privacidad ya no es un bien que se protege. En la aldea global eléctrica (según el mismo McLuhan) la gente sabe demasiado, y ya no hay lugar donde esconderse. Esto se debe al concepto del sociólogo canadiense de que toda amplificación y extensión es acompañada por una autoamputación que entumece alguna función. La tecnología electrónica se convierte en un modelo vivo del sistema nervioso central, pero su mecanismo inhibitorio conduce a la falta de privacidad. Benjamin Danet dice “El anonimato y la cualidad dinámica y juguetona del medio ejercen un poderoso efecto desinhibidor sobre el comportamiento. La gente se permite comportarse de maneras muy distintas a las de la vida cotidiana ordinaria para expresar aspectos de sus personalidades previamente inexplorados”. Y este proceso de engancharse en un elusivo espejismo es una adicción, según Jaron Lanier.
Visto todo esto, Facebook resulta un lugar donde husmear en la vida ajena. Aunque ello no es más que una ilusión, pues no es estrictamente así, sino que cada persona muestra lo que desea que fuera su propia vida. O, incluso, lo que quisieran que los demás consideraran que es. Un usuario puede escudarse tras un nombre que ni siquiera es real para dar opiniones controvertidas y hacerlo de maneras jocosas, amables o incluso agresivas. De todas formas, el individuo siente que puede actuar así porque es algo que se reduce al ámbito de este medio social. Sin embargo, esto no es tan real. Lo que se publica ahí puede comenzar a recorrer la Internet de maneras insospechadas, con fines más o menos buenos. La privacidad, entonces, pasa a ser poco menos que un lujo.
Si bien esto se puede aplicar a muchos servicios de redes sociales, es evidente que Facebook es el paradigma de todas ellas. Se publica una foto esperando likes, se postea una frase para generar polémica, se inventa o se comparte un chiste confiando que se viralice. Los temas son absolutamente todos los que se le pueda ocurrir al conglomerado humano que habita este medio, sin límites. Claro, esto lleva a la plataforma a incluir seguridades cada vez más fuertes para impedir que se vulnere la integridad de sus usuarios; de todas maneras, nunca serán perfectas, y múltiples formas de crimen se pueden colar en ella.
Me he topado en mi práctica profesional con muchas personas que juzgan sus relaciones a través de su interacción en Facebook. Que si publico una foto, espero un «Me gusta» de su parte; que si comento una publicación suya, quisiera que felicite mi ingenio en la Red; que si le da «Me encanta» a un post de su ex, significa que mantienen una relación… Y un larguísimo etcétera. De las maneras más intrincadas, las personas interpretan sentimientos reales a través de reacciones en línea. Esto no es saludable, pues no sabemos realmente cuál es la motivación detrás de estas interacciones: simple compromiso, actos en cadena, amor, odio, sarcasmo, comicidad. Y así.
Hablar de Facebook es hablar de las características de la sociedad ampliadas y dramatizadas, pero también enfocadas en mostrar eso que la humanidad quisiera ser, sus más altos ideales. Las causas justas, las ideas altruistas, los espacios de comunidad también están presentes en esta red, y pueden ser usados y potenciados hasta donde queramos imaginar. Si, como McLuhan pensaba, la sociedad se construye por los medios que usa para comunicarse, claramente la nuestra está fundamentada en estas redes sociales. Podemos aprender a usarlas como una herramienta de encuentro, como fue en sus inicios, y aprovecharla para generar y fortalecer nuestros lazos. Aun a pesar de distancias físicas, emocionales e incluso espirituales.
Podemos hacer de Facebook un puente para sentirnos más hermanos.
Foto de Alex Haney en Unsplash