Todos somos psicólogos

En verdad, el título se presta a una posible confusión. Se puede interpretar como que la Psicología es una rama completamente innecesaria, pues cualquiera sería capaz atender sus problemas mentales e incluso los de otros. O que no es una ciencia, sino que se basa en la intuición y las experiencias del psicólogo, por lo que no hace falta estudiar. Sin embargo, aquí quiero contar -a manera de flashback– la historia de la Psicología y su consecuencia social: el psicologicismo. Todo gracias a una reflexión de G. K. Chesterton cuando visitó por segunda vez Norteamérica, al ver que era una sociedad bastante influida por este fenómeno.

Como suelo hacer, quisiera comenzar hablando de las palabras y su historia. Psicología viene del griego clásico ψυχή (psykhé), mente, y λογία (logía), que quiere decir tratado. Sin embargo, es importante anotar que psykhé desciende de una raíz indoeuropea que significa respirar. Es inevitable encontrar la relación entre la respiración y los procesos mentales en la tradición judeocristiana. El alma en esta tradición es el aliento vital, y de ahí la conexión con la mente se da porque la diferenciación entre estas dos ideas es bastante reciente. Es curioso que el término comience a usarlo un poeta, Marko Marulić, y que de ahí hasta Wundt, quien funda la Psicología como ciencia, haya pasado por usos teológicos y filosóficos (Christian Wolff, es de obligatoria mención). Pero no será hasta Freud, al filo del siglo XX, cuando tanto la ciencia como sus teorías comiencen a alcanzar al gran público. Entonces nace el psicologicismo en nuestra sociedad postmoderna. El diccionario de la Real Academia define este concepto como la «tendencia que hace prevalecer el componente psicológico en las disciplinas a cuyo estudio se aplica». En este sentido tiene una vertiente filosófica (que explica esta definición) en David Hume o John Stuart Mill. Sin embargo, aquí uso el término para referirme a una sociedad que no entiende bien los procesos mentales y aun así los usa como excusa para casi todo.

Chesterton, «príncipe de las paradojas», escribía «La era in-psicológica», iniciando la tercera década del siglo pasado. Se sorprendía de la difusión de la Psicología (o al menos de sus teorías) entre los postmodernos, que no se compadecía con su falta de comprensión de la mente humana, a diferencia de generaciones anteriores. Cito: «nuestros padres no hablaban de psicología; hablaron de un conocimiento de la naturaleza humana. Pero lo tenían, y nosotros no». Pues decía que esta época, que llama la Edad del Placer y de la Psicología, lo confunde todo, y se olvida del principio de las cosas. Quiere aprender a volar antes de aprender a gatear. Quiere entender la mente humana antes de tener un encuentro con el hombre.

Precisamente, la labor de Wilhelm Wundt fue aproximar la mente humana a un estudio empírico, experimental. Buscar entenderla como se entiende la química del agua o el crecimiento de un tejido celular. Le restó valor a la intuición y la imaginación, y en gran parte gracias a eso la Psicología se volvió una ciencia en todo su derecho. Sigmund Freud entendió este enfoque, pero también comprendía que la psiquis es mucho más compleja que los mecanismos cerebrales. Por esto pretendió construir un edificio lo más sólido posible dentro del cual podamos estudiar esa complejidad de una manera más clara y sistematizada. Y real, hasta cierto punto. Y lo digo así, pues en su búsqueda de darle estructura a algo tan poco medible como es nuestro componente psicoafectivo, terminó usando más su propia imaginación que un método científico.

La escuela de Freud, el psicoanálisis, es responsable de la mayoría de conocimientos que el ciudadano de a pie tiene acerca de la ciencia psicológica. Hay que reconocer que estos, en gran medida, son el andamiaje sobre el cual se sostiene cualquier estudio posterior de la mente. A nadie es ajeno el concepto de inconsciente. Si bien no fue Freud quien lo inventó, sí le debemos la popularización de su uso para referirnos a aquello que se escapa de nuestra consciencia. Ideas como los mecanismos de defensa, los complejos, los traumas, las neurosis, e incluso el concepto mismo de la psicoterapia se los debemos a él y a sus discípulos. Desconocer este inmenso aporte para la Psicología sería tan poco grato como olvidar a nuestros ancestros.

Pero existe el lado oscuro, el que se ha llamado psicologicismo. El pretender que conocemos tanto de la mente humana como para decir que podemos comprender al resto y predecir y enjuiciar sus movimientos, así como justificar los nuestros, es un riesgo en esta «Era de la Psicología». Etiquetamos a las personas, nos etiquetamos nosotros. Soy depresivo, eres bipolar, es esquizofrénico. Yo me parapeto detrás de mis «trastornos», y utilizo el diagnóstico ajeno como arma arrojadiza. «No me digas nada, tengo depresión», «¿no me entiendes?, tengo un ataque de pánico», «no sé qué esperar de él, ¡es tan bipolar!», «mejor no te juntes con ella, es neurótica». Los conocimientos científicos se divulgan por los medios y, como el «teléfono dañado», terminan manipulándose y arrugándose hasta perder su forma.

Es por esto que los psicólogos profesionales le hemos de dar la contra a ese psicologismo imperante. ¿Cómo? Dejando de quedarnos en las palabras difíciles para afianzar nuestra propia seguridad de autoridades incuestionables. Usando el diagnóstico como una luz de guía, no como un estigma que define a la persona. Dejando de verla y tratarla como un paciente y no como un cliente; es decir, como alguien que se pone en nuestras manos mágicas para ser curado, en lugar de ser herramientas en su propio descubrimiento. Fijarnos menos en el síntoma y más en las potencialidades. Volver al encuentro con el otro como principio del acercamiento a la mente humana, y sobre todo al cuidado de su salud.

El hombre siempre será un misterio, y la única salida es el encuentro con él.

Photo by Polina Zimmerman on Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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