San Valentín en soledad

Muchas personas llegarán a este 14 de febrero sin una pareja, y eso les hará sentir terriblemente solas. Pero, ¿necesariamente debemos celebrar ese día con alguien más? ¿De qué se trata esta fecha? Y, ¿qué significa estar solos? Ya en otros artículos he hablado del tema del amor ordenado, y en particular el del amor de pareja. En concreto quiero meditar, como continuación de la publicación anterior, sobre el amor romántico en cuanto bien de consumo. Es decir, cuando se usa el amor como pretexto para consumir, no solo cosas materiales, sino ideas y emociones. E incluso, relaciones y personas. Sé que el tema es complejo, démosle una visión general.

Pimero, convendría entender de dónde surge la relación entre el 14 de febrero, san Valentín y el día del amor. Existe en el santoral más de un Valentín, con diversas cualidades e historias (mayormente apócrifas), y dos en particular que se celebran en esta fecha. Una de ellas ha sobresalido: la de san Valentín de Roma, mártir del siglo III, declarada su festividad a fines del V, quien según la más antigua tradición devolvió la vista a la hija de su carcelero. Posteriores adiciones narraban que le había escrito una carta de amor firmada como «tu Valentín». Incluso se ha dicho que casaba soldados cuando era prohibido. Cuánto de esto es cierto y si tiene conexión con algún ritual primaveral de fertilidad o apareamiento, no está bien documentado. Es bastante claro que en la Inglaterra del siglo XVIII la celebración del amor cortesano los 14 de febrero fue ocasión de regalar flores, confitería y, sobre todo, tarjetas románticas («valentines«). En el siglo siguiente, mayormente por la popularización del correo, dicha costumbre alcanzó grandes dimensiones, y para fines del siglo XX se había tomado el mundo entero, potenciado por firmas comerciales.

Eva Illouz, socióloga y escritora franco-israelí, señala que la intersección «entre una emoción (el amor romántico) y la esfera económico-cultural del consumo […] se da mediante dos procesos: la romantización de los bienes de consumo y la mercantilización del amor romántico«. Esta doble vía ha conseguido cosificar no solamente las relaciones amorosas, sino incluso a las personas mismas. Erich Fromm reflexionaba que «creamos máquinas que obran como hombres y producimos hombres que obran como máquinas. El peligro del siglo XIX era que nos convirtiéramos en esclavos; el peligro del siglo XX es que nos convirtamos en robots». Yo añadiría que el del siglo XXI es convertirnos en avatares, aquellas representaciones gráficas de los usuarios dentro de un ambiente informático. Esto ya lo mencioné hablando de los medios sociales, y puede estar asociado con el efecto Proteo.

La sociedad posmoderna ha transformado el amor de pareja de muchas formas: lo ha vuelto inmediato, hedonista, descartable, utilitario. Un producto de la sociedad de consumo. Pero esto es el resultado de muchas variables que han ido influyendo en ello, pues la cultura de occidente viene tendiendo a esto incluso desde antes de la Revolución Industrial. Y la evolución de la fiesta de San Valentín es una muestra de ello. En una interacción perpetua, la cultura incide sobre las costumbres y viceversa, y ambas modelan la sociedad. Después de todo, somos seres en relación, y como tales encontramos siempre formas nuevas de conectarnos. Incluso a riesgo de volver dicha conexión en algo meramente instrumental.

Que una cita romántica sea muy poco diferente a ir a comprar un helado o una camisa, no es solo resultado de los intereses mercado y el capital. La sociedad moderna ha ido restando valor a los vínculos perdurables, para toda la vida, en aras de un hecho práctico: si construir relaciones requiere un trabajo arduo y constante, ¿no es preferible quedarse con la parte bonita y sencilla del amor de pareja? Entonces, poco a poco pero constantemente, los vínculos se vuelven líquidos (como dice Bauman), pierden su forma y su solidez y se adaptan al momento y la circunstancia de una manera ligera. El compromiso, en consecuencia, deja de tener sentido. Lo que prima es el placer.

Este es el mejor caldo de cultivo para una banalización del encuentro de pareja. Las citas amorosas valen por la satisfacción individual obtenida, con independencia del futuro que se le vea a la relación misma. Se busca vivir un permanente estado de enamoramiento; o sea, de un sentimiento gratificante de pertenencia sin complicaciones. En cuanto estas comienzan a surgir, a otra cosa, mariposa. No vale la pena gastarse en algo que no es divertido ni liviano. El amor se ha desordenado, pues donde debería buscarse el bien de la pareja se busca la comodidad del yo. No es que no hay amor, es que se desorienta. Y mientras más se inicien relaciones con distintas personas, más novedad se busca, y los rituales románticos pueden repetirse, motivando el consumo de productos pensados para satisfacer esas necesidades.

Concretemos con un ejemplo. Una pareja que ha estado junta 29 años ya no busca el ritual de la rosa y el chocolate. Su amor se ha consolidado y ha formado una familia, con sus propios retos y logros. Si bien es saludable que tengan momentos en los que compartan como pareja, sin hijos, muy probablemente esos encuentros tendrán otra dinámica que la que funcionaba cuando estaban en su período de cortejo. Ya no son tan «detallistas» en cuanto al regalo material, pero lo son más en la dádiva diaria: el desayuno hecho con cariño, el ceder ante el gusto cinematográfico del otro, la mano tomada y la caricia dada un poco al descuido y de forma espontánea. Ya no se responde a una necesidad de aceptación, sino a un sincero deseo de sentir y hacerse sentir. Esta entrega ya no necesita de tarjetas compradas en un almacén, sino de una palabra honesta en el momento adecuado, y que seguramente refleja ese amor de una manera más contundente. Las casa comerciales, entonces, salen perdiendo.

San Valentín es la excusa perfecta para sobrevalorar el amor hedonista y dejar de lado el cotidiano compromiso. Por esto, cuando una persona no tiene pareja en esa fecha, percibe que toda su red de relaciones no posee valor, se siente sola. Al final, el ambiente la ha condicionado a esas emociones. Asimismo, hay personas que rehúyen ese momento por el gasto que implica (económico, pero también emocional). De ahí el chiste de que se pelea con la enamorada el 13 de febrero y se reconcilia el 15. Aquí hay mucha tela que cortar, sin embargo me quiero quedar con la idea de que una relación sólida, perdurable y comprometida no necesita de sanvalentines, pues se enfoca en el cuidado diario del otro, a través del don de uno.

Si este es un año donde vamos a pasar solos el 14 de febrero, démosle otro sentido, ya no pesimista y solitario, sino de preparación para darle respuesta a nuestra vocación, sea esta al matrimonio o a la soltería. No necesitamos a alguien a nuestro lado para estar completos, y una relación cobra sentido cuando es un vínculo que construimos como parte del propósito de vida que encontremos. Si algo podemos rescatar de aquella historia del San Valentín festejado es su preocupación por el otro, aunque no sea su pareja. Y, aun siéndolo, el regalo que le dio fue buscar su bien. Si este día tendremos alguien a nuestro lado, hagámosle sentir esa dádiva preciosa que es el don de sí mismo. Dándonos crecemos, y lo hacemos juntos, que es mejor.

Que este San Valentín demostremos amor al otro, más allá del consumismo que nos rodea.

Photo by Acharaporn Kamornboonyarush on Pexels.com

Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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