Existen diversas opiniones acerca de cuál es la base sobre la que se sustenta una relación sólida. Se habla de respeto, comunicación, comprensión, cariño, honestidad, etc. Por supuesto que todos son elementos claves, algunos subsidiarios de los otros; unos componentes del amor, que origina vínculos. Pero, por encima de todo, en las relaciones hay un pilar fundamental: el compromiso. Bajo mi punto de vista, este compromiso se va adquiriendo progresivamente, por lo que en realidad lo que sostiene una relación es querer adquirirlo, es la voluntad de compromiso. De esto ya hablé cuando buscaba responder en un artículo anterior a la pregunta «¿por qué no encuentro pareja?».
Es claro que no existe relación posible sin amor. Hablo, como siempre, de amor en sentido amplio: desde el amor caritativo al necesitado hasta el amor de pareja. Evidentemente, si tengo las herramientas necesarias para manejar cualquier relación (con el tendero de la esquina o con Dios), puedo construir una relación de pareja saludable. Es, en realidad, un movimiento de dilección: escoger libremente esa relación como algo deseable y de importancia para nuestras vidas. Es un amor que, más que un sentimiento, es una decisión.
En este sentido, en su teoría triangular del amor, el psicólogo estadounidense Robert Sternberg señala tres componentes de una relación: intimidad, pasión y compromiso. La intimidad entendida como los sentimientos que permiten el acercamiento que lleva a compartir la propia vida con el otro; la pasión como el estado de intenso deseo de unión con el otro; y, finalmente, el compromiso como la decisión de amar y mantener ese amor hacia el otro. Por su parte, el canonista catalán Javier Hervada señala la tríada naturaleza, historia y compromiso: la naturaleza como el deber-ser, aquello para lo cual están hechas la persona y sus relaciones; la historia que es todo lo que va viviendo para alcanzarlo; y el compromiso el motor que la impulsa hacia ese objetivo.
En estas dos visiones podemos constatar lo esencial del compromiso. Este vuelve estables los vínculos. Es la diferencia entre las relaciones utilitarias y -por ello- pasajeras y las sólidas y significativas. Para graficar: si el tendero de la esquina no me ofrece lo que necesito, es probable que vaya por el barrio buscando quién lo haga. Entonces, compraré en uno y otro establecimiento con el único fin de obtener lo que preciso, y sin formar lazos comerciales con ninguno. Por contra, si en la tienda de la esquina encuentro lo que espero, pues su encargado se esmera en proporcionarlo, yo también le mostraré mi fidelidad comprándole siempre a él. E incluso si el tiempo genera confianza entre nosotros, es probable que haya ocasiones en que pueda pedirle fiado, como se dice popularmente, y pagarle cuando tenga.
En una sociedad líquida (dice Bauman) tendemos a ponerle fecha de caducidad a los vínculos, pues los conectamos solo a los sentimientos. El compromiso se ha devaluado porque implica esfuerzo; es una lucha día a día, instante a instante. La historia se construye de instantes que se juntan, que no es lo mismo que instantes que se suceden porque el actual responde al anterior y él al que vino antes. El divulgador de salud mental, John Bradshaw, acuñó el concepto de «trastorno de estrés post-romántico» para referirse a la ruptura de las parejas luego del período de «luna de miel» (12 a 18 meses) en el cual la relación se fija únicamente en la parte pasional del encuentro con el otro. Son tiempos, además, en los cuales se ha dado más valor a la autenticidad del individuo, lo cual trae consigo el riesgo de la huida del compromiso, como alerta el papa Francisco.
Volviendo a Sternberg, una relación sin compromiso puede resultar en simple cariño si solo existe intimidad, encaprichamiento si únicamente está presente la pasión y amor romántico si se suman las dos, excluyendo el compromiso. Cariño, pues se quiere compartir la vida con el otro como un encuentro algo más que fortuito, sin ataduras, como el que se da en las amistades más superficiales y -justamente- en las primeras etapas del enamoramiento. Encaprichamiento (a veces lo llamamos obsesión) cuando las dos personas no encuentran un motivo más allá de «la química» para estar juntos, como suele pasar en las relaciones más físicas y sexuales. Por último, el amor romántico, propio de la imagen que se tiene de una relación de pareja de cuento de hadas, sin el suficiente compromiso (es decir, a pesar de los malos momentos), aunque ya conociéndose y compartiendo bastante y con mucho apasionamiento.
La relación tiene buen futuro cuando existe voluntad de compromiso, teniendo claro hacia qué ideal se está caminando en una relación. El vínculo tiene un lugar y un propósito específico dentro de nuestras vidas (la mía, la del otro). Me esfuerzo por buscar lo mejor para construir, fortalecer y hacer crecer ese lazo entre las dos vidas. No quiere decir que el compromiso sea completo, pues pueden quedar espacios de egoísmo y autorreferencia. El compromiso completo es aquel en donde se da la vida por el otro, incluso literalmente, como decía Cristo. Y, débiles seres humanos, esto es difícil de alcanzar. Solo la Gracia nos puede llevar a completar ese destino. Por eso, el éxito no está en la meta, sino en el camino.
El camino de compromiso que vamos andando, juntos, hasta la muerte.
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