Con frecuencia, escuchamos que, cuando alguien tiene un problema en su vida, los consejos varían mucho: «necesitas psicoterapia», «una buena confesión y listo», «anda al psiquiatra», «hazte una limpia», «tienes que leer los libros o ver los videos de tal persona». Todos, seguramente, muy bien intencionados y, de forma muy probable, basados en experiencias propias o muy cercanas. Es por esto que creo conveniente delimitar el trabajo que hacen los distintos tipos de personas que se dedican a ayudar al individuo a buscar su bienestar. Y me circunscribo a lo individual porque hay muchas otras ocupaciones que atienden a esta misma vocación (sociólogos, trabajadores sociales o hasta políticos).
Aun así, tenemos algunas profesiones relacionadas. Desde el orientador al confesor, pasando por el neurólogo, a la final todos tienen como campo de acción la inteligencia y la voluntad, los procesos psicoafectivos o la mente humana en alguno de sus aspectos. Por esto mismo, muchas veces encontramos que cualquier labor realizada para mejorar la vida de un individuo es tomada como parte de un mismo trabajo, y por eso el coaching y la terapia pueden resultar indistinguibles para gran cantidad de gente. Y también se suele ver a quienes de esto se encargan como «gurúes», ese término hindú que, de designar a un maestro espiritual, ha pasado en el mundo occidental a asignarse a cualquier guía en general. En este artículo en particular, quiero aclarar el objeto de estudio y por tanto de intervención de tres ocupaciones: psiquiatría, psicología y dirección espiritual.
En mi profesión frecuentemente se me pregunta si yo puedo recetar alguna pastilla, o que si el problema no será «más grave, como para psiquiatra» (o sea, como pasar al siguiente nivel). Igual, no es raro quien me hace cuestionamientos sobre temas espirituales. Y esto que me ocurre a mí como psicólogo les pasa también a los psiquiatras y a los sacerdotes. Cuando me enfrento a una de estas cuestiones pongo este ejemplo: el psiquiatra atiende el hardware, el psicólogo el software, y el director espiritual al usuario. Porque, de manera muy básica, la psiquiatría se enfoca en la fisiología del cerebro, la psicología en las emociones y pensamientos que surgen de ese fundamento, y la dirección espiritual en su motivación trascendente. En simple: dónde, cómo y para qué hago las cosas.
Entonces, no es raro que tendamos a confundir estos tres campos, porque inevitablemente se tocan al tratar al ser humano en sus tres partes constitutivas: el cuerpo, la mente y el alma. Hablando de esto, Viktor Frankl consideraba que la persona es una única realidad que se articula en tres momentos, a imagen de su Creador, uno y trino. Karl Jaspers (psiquiatra y filósofo) cuestionaba en este sentido a Freud, objetando que si hablaba de las consecuencias de la represión en cuanto a los impulsos fisiológicos, debía tomar en cuenta también los espirituales. Por ello Rudolf Allers consideraba al pecado como origen de las psicopatologías. Esto no se contrapone a aquello que el psicólogo italiano Pasquale Ionata señala: hay que distinguir la neurosis y el pecado.
Ya que somos una sola esencia, no deberíamos decir el cuerpo de Pedro, porque ese cuerpo no es solo una posesión de Pedro, sino que ES Pedro, al igual que su componente psíquico y el espiritual. Este mismo matiz del lenguaje se revela incluso en prácticas que terminan siendo limitantes: el médico que desmerece el origen psicoafectivo de una enfermedad, el terapeuta que desconoce la intervención de la química cerebral o del estado del alma en las patologías, el místico que piensa que todo se puede sanar con penitencia y oración. Esto incluso suena disruptivo para algunas concepciones del hombre, como las que sostienen que una persona, en últimas, no debería necesitar a ningún profesional, sino simplemente acercarse a Dios. Una vez más, esto es síntoma de pensamiento mágico y no de una verdadera antropología cristiana. Y pasa también en el sentido contrario.
Al final, de lo que se trata es de entender que, para una correcta conexión con la realidad de mi ser, debo atender sus tres componentes esenciales. Entonces el médico, el psicoterapeuta y el director espiritual pueden ser guías oportunas para que yo sea capaz de encontrar de manera saludable el camino a mi sentido último, la santidad. Respondo, entonces, a mi imago Dei: busco en quién apoyarme de forma que mis pensamientos se sustenten en un organismo bien aceitado, y así encontrar ese propósito vital para el cual he sido creado. Comprendiendo –además– que el ser humano, por más estudios que se hagan, seguirá siendo un misterio. Y no solo en el sentido que toma comúnmente el término, sino en su origen etimológico que nos remite a su realidad sagrada.
Uno y trino, a imagen de su Creador.