Quienes me siguen en las redes sociales habrán visto los mensajes con los que he venido preparando este momento. Muchos han reaccionado con sorpresa, tristeza, ira y desazón; otros con alegría y hasta esperanza. Los más, con indiferencia (o sea, no han reaccionado). Unos han comentado en las distintas publicaciones, otros por mensajes internos y quienes me conocen me han dicho algo personalmente. Pues bien, se acabó la novela, y voy a contarles a qué me refiero, a riesgo de que uno que otro me quiera ahorcar. Se trata de un asunto más de forma que de fondo y tiene que ver con la lectura del libro Nuestra lengua en ambos mundos, de Ángel Rosenblat, que contiene ensayos sobre varios aspectos de la lengua castellana que me hicieron meditar de manera seria. Uno de esos es el vocablo psicólogo. Más de forma, pero con fondo. Veamos.
La palabra psicología deriva del griego ψυχή (psykhé) que significa espíritu o alma, y λογία (logia) que se refiere a ‘estudio’ o ‘investigación’. El humanista y latinista croata, Marko Marulić, utiliza el término en latín por primera vez en su libro Psichiologia de ratione animae humanae (Psicología, sobre la naturaleza del alma humana) alrededor del año 1500. Comenzó a ser difundido por los protestantes como el estudio del alma, hasta llegar a William James, quien la definió en 1890 como «la ciencia de la vida mental, tanto de sus fenómenos como de sus condiciones«. La Real Academia Española la consigna hoy como la «ciencia o estudio de la mente y de la conducta en personas o animales». Es claro ver que la palabra griega de donde procede se escribe con la letra ψ (psi) que en nuestro idioma se transcribió con el grupo consonántico ps. Este dígrafo aparece al inicio de muchas voces cultas formadas sobre raíces o palabras griegas que comienzan por dicha letra. Las Academias admiten desde 1956 su escritura sin la p inicial, lo cual refleja mejor la pronunciación normal de estas palabras. De todas formas, el uso culto sigue prefiriendo las grafías con ps-.
Rosenblat nos habla de fetichismo de la letra, ya que, aunque en teoría en el castellano se escribe como se pronuncia, han quedado rezagos en la escritura del origen de ciertas palabras, sobre todo cultismos como el que nos ocupa. Nos dice el filólogo venezolano nacido en Polonia que «la pronunciación cambia, pero la letra queda«. Aunque su ensayo es de 1963, sigue siendo verdad que nos aferramos a la psi griega, si bien no hay huellas de ella en el lenguaje oral. Solo en caso de afectación extrema se hace sonar esa p en psicólogo. Ya nadie escribe psalmo o pseudónimo, ¿por qué nos quedamos con el psicólogo y la psicología? Porque suena culto, como señala el Diccionario Panhispánico de Dudas, pues nos aterroriza que nos consideren parte de una masa poco informada. Y esto pasa no solo en el individuo que ha tenido la suerte de recibir más que las primeras letras, sino en casi todos. Es lo que analicé cuando hablé del odio al diferente: los sentimientos de pertenencia y afiliación que nos dan seguridad dentro del grupo al cual nos sentimos afines. Consideramos que la ortografía es una herramienta en el ámbito del efecto de oveja negra de Henri Tajfel, según el cual quien no escribe de acuerdo las normas que maneja mi grupo no pertenece a él.
Durante más de doce años me llamé psicólogo, y en ocasiones hasta lo pronunciaba así, con la p afectada. Y eso que recuerdo que en mi tierna juventud escribía ‘sicología’ sin ningún rubor. De pronto, comencé a abrazar purismos idiomáticos que me alejaron de la simplicidad que buscó nuestra lengua desde un inicio. Porque, hay que recordar, la lengua la construye el hablante, no las Academias. Sin embargo, no sin influencia de mis mayores (de sangre y de letras), me peleé con la RAE precisamente porque -según yo- no cumplía lo que prometió: «limpia, fija y da esplendor». Ya que cualquier vulgaridad entraba al diccionario o la ortografía oficial, la Academia me había traicionado. Sí, a mí, el dueño del idioma.
Pienso que dejar ir a esa p que no se pronuncia tiene un valor no solo gráfico, sino también mental. No soy nadie para juzgar aquello en lo que el idioma se va convirtiendo. En trescientos años, quizás, el castellano sea una lengua muerta y nadie lo podrá haber evitado, como ha pasado ya con tantas otras. Porque no es más que una herramienta, no es un fin en sí mismo. Cierto, todo idioma cuidado y cultivado es una belleza, y la belleza hay que atesorarla. Sin embargo, una cosa es la palabra culta escrita, la literatura, y otra es el habla coloquial o la escritura de uso. Si ‘acceptar’ fue perdiendo una c y lo hemos aceptado sin que lo veamos como un error, la sicología seguirá teniendo toda su dignidad como ciencia aunque ya no quede rastro de la psi de su nombre original.
Durante décadas me acogí al fetichismo de la letra. Ya no. Desde hoy ya no soy psicólogo, sino sicólogo, y no por eso dejaré de ser el profesional que soy o claudicaré a mi vocación-misión. No tengo nada que demostrarle a nadie, peor aún manteniendo colgada una p que nunca se pronuncia. El uso del idioma ya no es para mí una señal de pertenencia al grupo selecto de gente culta y educada, aunque seguiré protegiéndolo como símbolo de una tradición y una estética que son ya una joya rara. Sin embargo, no deja de ser correcto alejarnos de esos cultismos afectados que en nada aportan a nuestro adecuado entendimiento. Hay que buscar la sencillez. Así que no abandono mi profesión, abandono esa imagen artificial de cultura que se aferra a una letra que, si no suena, no existe. Sicólogo, hasta que Dios me lo permita.
La sicología como propósito de vida, en toda la simpleza de su escritura.
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