La mente del abusador

Frecuentemente (y, es triste, cada vez más frecuentemente) vemos en las noticias que alguien abusó de otra persona. Escribo esto, porque aquí en Ecuador se hizo pública hace unos días la denuncia de la cineasta Ana Cristina Barragán contra el músico Mateo Kingman, y he visto y oído muchas opiniones al respecto. Entiendo de dónde provienen, y con varias de ellas me solidarizo, mientras que considero que otras son ideologizadas y -por tanto- alejadas de la realidad. Uso esta historia como pretexto para hablar de algo que parece prohibido: el abusador no es un ser perverso que decide hacerle daño a la víctima porque sí, sino que también ha sido víctima y necesita ayuda para salir de ese círculo enfermizo. Eso sí, conviene aclarar que buscar entender al abusador no nos lleva a justificar sus actos. Odiar al pecado, amar al pecador, como nos recuerda la Iglesia.

Es evidente que existen muchos tipos de comportamiento abusivo, aunque todos tienen un trasfondo psicopático o narcisista. Si hablamos de abuso sexual de menores, es probable encontrar a un psicópata como victimario. Es decir, un individuo que no siente ninguna empatía por el abusado, pero hasta cierto punto se ve identificado con él, como dice el psiquiatra alemán Werner Meinhold: «en los casos de abuso sexual, el abusador regresa inconscientemente a la edad del niño abusado». Es frecuente que él mismo haya sido abusado en su infancia, y su subconsciente busca regresar allá para sanar (claro, de una manera equivocada e inútil). Al hablar del abuso que se ha denunciado contra Kingman, es probable que estemos ante una personalidad narcisista, que suele coincidir con una autoestima baja o errónea, a decir del psicoterapeuta canadiense Nathaniel Branden.

El narcisismo está tipificado como un trastorno de personalidad del cluster B (dramáticos, emocionales, o erráticos), caracterizado por un patrón generalizado de grandiosidad, necesidad de admiración y carencia de empatía. Sería muy largo (y tedioso para todos) detallar los síntomas y los distintos tipos que las diferentes teorías han señalado. Sin embargo, es claro que, si bien el ser humano es libre en esencia, dicha libertad se ve condicionada por una patología como esta. Cuando la psiquis de un narcisita se ve amenazada, reaccionará intentando reducir a la persona que ha lanzado esa supuesta amenaza. Este no es un proceso lógico, y cuesta esperar que pueda detectarlo y controlarlo. Sería como pedirle a un diabético que se coma un postre con crema chantillí y no tenga una subida de azúcar. El punto, más bien, está en que detecte su enfermedad y sepa qué dieta debe consumir. Como dice Mateo que está haciendo con apoyo terapéutico, y confío en que así sea.

Por su parte, la víctima también tiene una autoestima herida, aunque la mente en su caso decidió dejarse agredir y no ser el agresor. Recalco, no de una forma racional, sino más profunda. Es de esperarse: el abusador necesita ejercer poder sobre la persona abusada, y ese poder se lo da ella misma. Nunca un individuo con una autoestima sana podría aceptar ser menospreciado y manipulado de una manera denigrante sin poner un alto. Es por eso que la lógica del abuso necesita una víctima débil para funcionar.

Es por esto que, lejos de ideologías, no podemos señalar al abusador como si fuera un ser maligno que se dedica a maltratar a los demás de manera sistemática. Es evidente, ha infligido daño, pero no siempre entiende lo que ha hecho, peor por qué. En este sentido, suelo recordar algo que le pasó a una amiga que tuvo un accidente de tránsito en el cual se salvó de milagro: cuando fue a reclamar al conductor del otro carro cómo había sido tan imprudente, él le respondió «nadie sale a la calle a matar a nadie». Obvio, no se refería al sociópata o al sicario, sino al ciudadano común. No pienso, por esto, que un abusador vaya por la vida escogiendo víctimas; más bien, tiene un vacío en su interior que no sabe cómo llenar y lo hace buscando aplastar a los demás, de una manera sutil y casi indetectable.

Víctima y victimario tienen una historia, que además viene desde sus padres, abuelos y quién sabe hasta qué generación anterior. Porque es inevitable que en el ejercicio de la paternidad salpiquemos la sangre de nuestras heridas a nuestros hijos, por más buenas intenciones y amor que tengamos por ellos. Y, en ocasiones, esa sangre deja su autoimagen, su amor propio, por los suelos, con consecuencias impredecibles de mejor o peor grado. No se trata, entonces, de apuntar con un dedo acusador a nadie, sino de asumir nuestra cuota de responsabilidad en todo lo que vivimos. Algunos la tienen más difícil a la hora de buscar ser la mejor versión de sí mismos. Y esas personas necesitan más ayuda para evitar repetir sus perversos actos. Amor al pecador, odio al pecado.

Tanto el abusador como la víctima necesitan ayuda. Y están gritando por ella.

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Publicado por pfreilem

Mi vocación por el estudio de la afectividad y la mente humana, y de cómo estas se integran con la fisiología y la espiritualidad, surge del propósito vital de hacer de este un mundo mejor, de persona en persona. Estoy convencido de que a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo y la comprensión de la realidad, podemos generar cambios no solo en nuestra individualidad, sino en los distintos espacios colectivos que habitamos. Psicólogo licenciado por la Universidad Técnica Particular de Loja, he realizado Diplomados en Psicología Cristiana y Antropología Cristiana por la Universidad FASTA (Mar del Plata, Argentina) y he participado en el Curso de Estilos de Pensamiento con el Dr. Robert Sternberg, (Boston, Estados Unidos de América) y el Seminario Psicología & Persona Humana (Lima, Perú). He efectuado prácticas en diversas instituciones empresariales y educativas. He actuado como facilitador de intervenciones apreciativas para el cambio profundo en las organizaciones. Poseo una amplia experiencia en charlas de formación, consejería y en consulta privada, gracias a la cual he podido responder a un llamado personal de incidir en la paz social a través del encuentro con la paz interior.

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